Cuando me convertí en mamá, sentí mucha humildad al observar cómo un niño pequeño depende y confía tiernamente en su madre. Me hizo sentir profundamente cuánto dependemos todos de Dios, como nuestro Progenitor celestial. Sabía que me apoyaría en Dios para que me ayudara a ser madre y a cumplir con todas las obligaciones para guiar con sabiduría el pensamiento incipiente de los niños. Al estudiar la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, aprendí a ver a Dios como Madre, así como Padre. Esta perspectiva más expansiva de la naturaleza de Dios me ayudó a comprender que todos somos hijos del Espíritu, Dios, y tenemos una identidad espiritual que refleja la variedad y el color infinitos; el espectro completo de las cualidades masculinas y femeninas de Dios.
Después, como una nueva madre, este punto de vista más espiritual de la maternidad se transformó en un modelo práctico para mí. La Biblia describe el amor maternal tenaz y constante de Dios de muchas formas, tal como esta de Deuteronomio: “Como un águila que despierta su nidada, que revolotea sobre sus polluelos, extendió sus alas y los tomó, los llevó sobre su plumaje. El Señor solo lo guió” (32:11, 12, LBLA). Estaba aprendiendo que la maternidad de Dios incluye no solo las cualidades femeninas de ternura, protección y compasión, sino también las cualidades masculinas de sabiduría, fortaleza y guía. Y comprendí claramente la verdad de esta declaración de Ciencia y Salud: “El afecto de una madre no se puede desligar de su hijo, porque el amor de madre incluye la pureza y la constancia, ambas inmortales. Por lo tanto, el afecto materno perdura bajo cualquier dificultad” (pág. 60).
Y así fue que comprendí: Me di cuenta de que no existe ninguna condición o dificultad humana que pueda separarnos del amor de Dios. Dado que Su amor lo incluye todo, ninguno de nosotros puede aislarse o encontrarse fuera del cuidado y el consuelo del amor maternal de Dios. Y todos somos capaces de reflejar este amor; ya sea que seamos hombre o mujer, y cualquiera sea la función que tengamos en la vida.
Cuando mis hijos eran infantes, nos reuníamos con frecuencia con otras madres e hijos varones, y en broma nos llamábamos “madres de hombres”. ¿Qué teníamos en común? De pronto nos dimos cuenta de que todas estábamos cruzando las líneas de los géneros y entrando a un territorio nuevo, y teníamos mucho que compartir respecto a criar niños para que lleguen a ser hombres. Una suposición común que empecé a cuestionar mucho era que, con el tiempo, los varones necesitan romper sus lazos con su madre para poder asegurar su masculinidad.
Al orar por mis hijos pequeños, sabiendo que no podían separarse del cuidado de Dios, percibí que cada uno de ellos ya estaba definido en su reflejo completo de cualidades masculinas y femeninas de Dios. Esto me liberó de toda preocupación de que mi amor por mis hijos, al reflejar el amor maternal de Dios, pudiera amenazar o eliminar su masculinidad.
Hoy, se está exponiendo un modelo de masculinidad que es destructivo del yo y de la sociedad; el modelo del “hombre absoluto” como un ser aislado que necesita constantemente probarse a sí mismo al dominar a otros y negar y denigrar todas las cosas amables y femeninas.
Los movimientos de #MeToo y #TimesUp denuncian este modelo y lo condenan en el contexto de noticias como los tiroteos en masa y el tráfico sexual. Esta percepción distorsionada de la masculinidad trataría de separar todas las expresiones de masculinidad y femineidad en cuerpos físicos, limitando así la plenitud y el alcance de la experiencia de vida de alguien, a un estereotipo de género, y privando a una persona de su integridad espiritual innata.
Me di cuenta de que tenía la obligación moral de defender este modelo y orar como enseña la Ciencia Cristiana, en la cual la oración consiste en aprender a amar a otros como Dios nos ve, nos conoce y nos ama. Este tipo de oración produce resultados. He visto cómo ha ayudado a mi familia, y sabía que podía aplicar este mismo Principio de nuestra inseparabilidad de la maternidad de Dios a estos temas más importantes. Podía reemplazar la suposición humana comúnmente aceptada de que el hombre tiene su origen en el instinto bruto, con el modelo divino del hombre que se manifiesta en el Sermón del Monte de Cristo (véase Mateo, caps. 5-7). Basados en el hecho espiritual de nuestra eterna unidad con Dios, como enseña la Ciencia Cristiana, este modelo representa completamente el carácter a semejanza del Cristo de la verdadera masculinidad para todos nosotros. Es una norma espiritual tanto de cualidades masculinas como femeninas de receptividad, pureza y pacificación, así como de valentía, moderación, perdón y amor por los demás.
La oración ̶ el motor detrás de la acción transformadora ̶ puede contrarrestar el hundimiento y el aprisionamiento de una masculinidad temerosa y aislada, con la comprensión de que el amor omnisciente y siempre presente de Dios neutraliza todo lo que es tóxico y restaura la pureza y el propósito que Dios nos ha dado. La oración eleva nuestro pensamiento para que veamos la identidad completa e íntegra de cada individuo a semejanza del Cristo. Una perspectiva material y limitada de nosotros mismos y de los demás cede al punto de vista espiritual de lo que somos todos.
La verdadera masculinidad no está definida por el rechazo de la femineidad. En cambio, incluye y complementa la femineidad en la expresión de integridad y santidad de cada individuo. Ciencia y Salud alienta a tener una nueva perspectiva de la identidad, afirmando que “la unión de las cualidades masculinas y femeninas constituye la compleción” (pág. 57). Nuestra herencia espiritual es reflejada en una masculinidad que no domina, sino que fortalece la femenina; se refleja en una femineidad que no es vulnerable, sino que refina la masculina.
Nadie puede jamás ser separado del consuelo del amor maternal de Dios que afirma la identidad completa y espiritual de cada hijo. A medida que afirmemos el verdadero sentido de nuestra herencia como hijos de Dios, nos elevaremos naturalmente para reflejar todo aquello que es tan fortalecedor, valiente y noble, como abierto, receptivo y enriquecedor.
Kim Crooks Korinek
Redactora Adjunta