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Lecciones sobre cómo ceder al Amor divino

Del número de mayo de 2019 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 5 de marzo de 2019 como original para la Web.


En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy destaca cuán importante es en la práctica sanadora de la Ciencia Cristiana conocer, sentir, experimentar y reflejar a Dios como Amor. Ella dice: “‘Dios es Amor’. Más que esto no podemos pedir, más arriba no podemos mirar, más lejos no podemos ir” (pág. 6); y “La parte vital, el corazón y alma de la Ciencia Cristiana, es el Amor. Sin esto, la letra no es más que el cuerpo muerto de la Ciencia, sin pulso, frío, inanimado (pág. 113).

Cuanto más nos permitimos sentir y expresar el Amor divino, tanto más experimentamos las infinitas bendiciones y el poder sanador del Amor en nuestra vida diaria. No obstante, aceptar el amor de Dios y todo el bien que el Amor divino nos proporciona puede que no siempre parezca fácil. Una de las razones de esto podría ser que no nos sentimos merecedores de las bendiciones de Dios.

A veces los sentimientos de que somos indignos son una forma de amor centrado en uno mismo, o egoísmo. El egoísmo no consiste simplemente en anteponer nuestros propios intereses a los de los demás. Los pensamientos egoístas o el amor propio provienen de identificarnos como una personalidad material imperfecta, en lugar de como el reflejo espiritual perfecto de Dios; el cual es la identidad verdadera y eterna de todos. Dios nos conoce a todos nosotros como dignos, perfectos y buenos. Para vivir verdaderamente como el reflejo de Dios —la Vida, la Verdad y el Amor divinos— necesitamos dejar de identificarnos a nosotros mismos como una individualidad mortal defectuosa y ceder al poder transformador del Amor divino.

El pastor de la Iglesia de Cristo, Científico —la Biblia, junto con Ciencia y Salud— explica que la individualidad material irreal no puede mejorarse, sino que debe desecharse, o perderse de vista, a fin de revestirnos de nuestra verdadera identidad espiritual y demostrarla, la cual no necesita mejoría alguna. Es la identidad material falsa la que es indigna de la presencia y las bendiciones del Amor divino. Mientras que nuestra verdadera identidad es inseparable del Amor divino. De manera que aceptar un concepto material del hombre, en lugar de lo que Dios sabe que somos, puede hacernos sentirnos indignos —incluso condenarnos a nosotros mismos— y que somos incapaces de ceder al Amor divino y de expresarlo a los demás.

Podemos aprender importantes lecciones sobre cómo ceder al Amor divino de la historia de la Biblia, cuando Jesús visita la casa de María y Marta (véase Lucas 10:38-42). María estaba sentada a los pies de Cristo Jesús y “escuchaba su palabra”, mientras que Marta “se preocupaba por todos los preparativos”. Cuando Marta se quejó ante Jesús de que María no la ayudaba, él respondió: “Marta, Marta, tú estás preocupada y molesta por tantas cosas; pero una sola cosa es necesaria, y María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada” (LBLA). 

Esta historia es un importante recordatorio de que no debemos permitir que las tareas humanas diarias nos distraigan de tomarnos el tiempo para orar en silencio y estar en comunión con Dios; para sentir Su amor por nosotros. No obstante, como ocurre con todos los relatos bíblicos, es útil ahondar aún más, para hallar la Palabra inspirada, a fin de entender mejor la guía espiritual que ofrece.

Ya no siento la necesidad de superar mis imperfecciones mortales antes de aceptar el amor de Dios que todo lo incluye.

La historia es realmente acerca del Cristo, la idea verdadera de Dios siempre presente para ser recibida por la consciencia individual, revelando que nuestra verdadera naturaleza es el reflejo glorioso y eterno del Amor divino. Si bien no sabemos qué estaban pensando realmente Marta y María, el hecho de que Marta estuviera preocupada por servir me recordó cómo acostumbraba a sentirme yo a veces al orar y buscar la inspiración del Cristo. Tenía la agobiante creencia de que debía hacer todo el trabajo para mejorar una identidad imperfecta antes de que pudiera ser digna de mantenerme quieta y permitir que el Amor divino, por medio del Cristo, me revelara mi verdadera identidad como reflejo de Dios. Lo que realmente tenía que hacer era ceder humildemente al Amor divino, como hizo María.

Ciencia y Salud lo indica de esta forma: “Al estar el hombre verdadero unido a su Hacedor por medio de la Ciencia, los mortales sólo necesitan apartarse del pecado y perder de vista el yo mortal para encontrar el Cristo, el hombre verdadero y su relación con Dios, y para reconocer la filiación divina” (pág. 316). Mary se apartó del sentido material de sí misma y se volvió al Cristo, la Verdad, el cual le estaba hablando de su identidad como la mismísima hija del Amor. Ella no sintió la necesidad de superar sus falsas imperfecciones mortales antes de poder sentir el abrazo infinito de su Padre-Madre Amor. De hecho, la curación de las imperfecciones mortales puede lograrse únicamente al ceder humildemente al Amor de este modo. Esta certeza semejante a la del Cristo fue que su bendita relación con Dios “no le [sería] quitada”, porque nunca podría estar separada del Amor divino.      

El poder de ceder abnegadamente al Amor divino, como lo hizo María, fue ilustrado para mí en una curación que tuve hace un par de años. Había dedicado un tiempo libre inesperado a estudiar la Ciencia Cristiana, y me encantaba el crecimiento espiritual resultante. Pero un día, comencé a tener un dolor muy agresivo en la parte superior del cuerpo. Parecía que cuanto más oraba con las verdades que había estado estudiando, más dolorosa se volvía la situación.

El punto decisivo se produjo cuando me di cuenta de que el error, o creencia falsa, que necesitaba enfrentar no era que no lograra comprender la letra de la Ciencia Cristiana, sino que no estuviera dispuesta a aceptar su espíritu de Amor. No sentía que fuera lo suficientemente buena como para merecer todas las bendiciones que estaba aprendiendo en mi estudio de la Ciencia Cristiana. Sin embargo, durante unos días, me esforcé por ser más como María, inclinándome ante el Cristo, la Verdad, y permitiendo que el amor infinito de Dios llenara mi consciencia.

Al pensar en la referencia que hace Ciencia y Salud a “la doctrina de la Ciencia Cristiana”, la cual dice en parte que “el Amor divino no puede ser privado de su manifestación, u objeto” (pág. 304), sentí la presencia palpable del Amor divino que lo incluye todo. Esto me llevó a aceptar el hecho espiritual glorioso de que existo porque, y tan solo porque, Dios existe y se está expresando a Sí Mismo por siempre en mí, y en todos nosotros. Así como los rayos del sol no pueden hacer nada para ganar más de la luz del sol, yo no podía hacer nada para ganar más del amor de Dios.

A medida que el sentido material de mí misma fue reemplazado por el sentido espiritual —a medida que cedí al Amor divino— los síntomas físicos desaparecieron en su verdadera nada. Meses después, enfrenté síntomas similares, pero los mismos también fueron sanados rápida y completamente; y ya hace más de un año que estoy libre de ellos. Lo más importante es que ya no siento la necesidad de superar mis imperfecciones mortales antes de aceptar el amor de Dios que todo lo incluye y la bendición del poder sanador del Cristo. Ahora, como María, permito que mi Padre-Madre Dios me ame de la forma que Él me conoce, y este amor está acompañado de la dulce certeza de mi verdadera autoestima. Lo más emocionante es que apenas he comenzado a percibir la paz, la alegría, el poder y la bondad ilimitados que seguramente se revelarán a medida que yo vaya cediendo más y más al Amor divino.

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