En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy destaca cuán importante es en la práctica sanadora de la Ciencia Cristiana conocer, sentir, experimentar y reflejar a Dios como Amor. Ella dice: “‘Dios es Amor’. Más que esto no podemos pedir, más arriba no podemos mirar, más lejos no podemos ir” (pág. 6); y “La parte vital, el corazón y alma de la Ciencia Cristiana, es el Amor. Sin esto, la letra no es más que el cuerpo muerto de la Ciencia, sin pulso, frío, inanimado (pág. 113).
Cuanto más nos permitimos sentir y expresar el Amor divino, tanto más experimentamos las infinitas bendiciones y el poder sanador del Amor en nuestra vida diaria. No obstante, aceptar el amor de Dios y todo el bien que el Amor divino nos proporciona puede que no siempre parezca fácil. Una de las razones de esto podría ser que no nos sentimos merecedores de las bendiciones de Dios.
A veces los sentimientos de que somos indignos son una forma de amor centrado en uno mismo, o egoísmo. El egoísmo no consiste simplemente en anteponer nuestros propios intereses a los de los demás. Los pensamientos egoístas o el amor propio provienen de identificarnos como una personalidad material imperfecta, en lugar de como el reflejo espiritual perfecto de Dios; el cual es la identidad verdadera y eterna de todos. Dios nos conoce a todos nosotros como dignos, perfectos y buenos. Para vivir verdaderamente como el reflejo de Dios —la Vida, la Verdad y el Amor divinos— necesitamos dejar de identificarnos a nosotros mismos como una individualidad mortal defectuosa y ceder al poder transformador del Amor divino.
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