Cada día brinda oportunidades para alcanzar una mejor comprensión del bien espiritual. Las experiencias diarias, incluso las difíciles, son trampolines potenciales para el crecimiento espiritual, para lograr un sentido más pleno de que Dios es universalmente amoroso, y para encontrar renovadas ocasiones de aprender cuán práctico es confiar en Dios.
El sentido espiritual —la consciencia creada por Dios que capacita a todos para discernir el Espíritu y el hecho de que somos el reflejo del Espíritu, nuestro Padre divino— desarrolla la confianza en el bien. Mary Baker Eddy escribió en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El sentido espiritual es una capacidad consciente y constante de comprender a Dios” (pág. 209). A medida que cultivamos nuestra consciencia espiritual por medio del deseo sincero de conocer mejor a Dios, progresamos, algo que posiblemente haya parecido imposible al considerarlo anteriormente partiendo del punto de vista de la percepción y las perspectivas humanas ordinarias.
Puesto que todos somos en realidad la semejanza espiritual de Dios, el reconocer en oración este hecho, inevitablemente mejora nuestro carácter y nuestra vida. Nuestros corazones se vuelven receptivos a las experiencias que demuestran la provisión y el cuidado infinitos de Dios. Hasta las circunstancias sencillas de todos los días pueden demostrarlo.
Una de esas experiencias ocurrió cuando era una madre joven con varios niños pequeños y me acababa de mudar a una nueva ciudad. Me pidieron que fuera solista en una filial local de la Iglesia de Cristo, Científico, y comenzara en dos semanas. Cuando pregunté cómo debía vestirme, me describieron un estilo de vestido en particular. Yo no tenía algo así, ni mucho dinero como para comprarlo, de manera que eso no era lo que esperaba escuchar, y me sentí atónita por lo inusual y específico que era. Posteriormente me di cuenta de que me habían hecho el pedido con mucho cariño y con expectativa de bien; y terminó siendo simplemente lo que yo necesitaba para aprender una valiosa lección espiritual acerca del cuidado del Amor, del cuidado de Dios. No obstante, el viernes por la noche antes de empezar a cantar, aún no tenía el tipo de ropa que solicitaban.
Me volví a Dios en oración. Sabía que la oportunidad de servir a mi iglesia de esta forma era una actividad correcta, y mis oraciones afirmaban que el Amor divino responde a toda necesidad legítima. Mientras oraba, me vino al pensamiento el nombre de una tienda grande y costosa en la que nunca había entrado. Confié en ese pensamiento porque me vino con la callada confianza y paz que nos viene de Dios cuando oramos.
A la mañana siguiente fui a esa tienda, y en menos de 15 minutos encontré el vestido perfecto en mi talla, reducido a menos de un cuarto del precio original. Me sentí muy agradecida y con la certeza de que esta era una prueba del cuidado y la bondad de Dios. Lucí ese vestido durante varios años como solista.
La Ciencia Cristiana explica lógicamente que Dios, el Espíritu divino, no crea ni conoce la materia, y que Dios es el Amor divino, el Principio, que con toda certeza responde a las necesidades de cada persona, Su reflejo espiritual, o semejanza. No tenía sentido que Dios supiera acerca de aquel vestido color rosa viejo, perfecto para la ocasión, que había encontrado. Así que me pregunté: “¿Cómo puedo reconciliar esas verdades espirituales acerca de Dios y Su semejanza con el hecho de haber sido guiada a aquella tienda y al perchero de los vestidos?”.
Me sentí muy agradecida y tuve la certeza de que era una prueba del cuidado y la bondad de Dios.
El razonamiento material no me ayudaba a percibir cómo Dios había respondido a la necesidad. En cambio, la oración y el estudio más profundos acerca de la acción del Cristo, definido en Ciencia y Salud como “…la verdadera idea de Dios” (pág. 316), abrió mi entendimiento a una comprensión espiritual más plena: la semejanza de Dios es completa eternamente. Puesto que existen bajo el cuidado del Amor, a los hijos de Dios nunca les falta nada necesario para su bienestar. La oración abre nuestros ojos y corazones —nutre nuestro sentido espiritual— para ver la realidad espiritual, la evidencia de la bondad infinita de Dios, incluso donde antes no era evidente para el razonamiento humano y en nuestras circunstancias.
Es la presencia del Cristo, aquí presente en verdad para que todo individuo la discierna, lo que nos eleva para que descubramos el bien espiritual. Por medio de nuestro sentido espiritual innato, el Cristo brinda una dirección clara y tierna seguridad a nuestras experiencias humanas mismas, ya sea que estemos buscando la ropa, el hogar o la paz, la salud o el progreso que necesitamos.
A comienzos de mi práctica de la Ciencia Cristiana, comencé a ver que también la curación física resulta de discernir aspectos de la ley divina. La ley de Dios revela ideas específicas a nuestro sentido espiritual tan ciertamente como la ley de las matemáticas demuestra que 1 más 1 es 2. Cuando uno ora humildemente a Dios, el Cristo, la Verdad, proporciona las ideas espirituales que vuelven el pensamiento receptivo al hecho espiritual exacto que responde a la necesidad. Este aspecto se desarrolla en Ciencia y Salud: “El hecho contrario relativo a cualquier enfermedad es requerido para curarla” (pág. 233).
Experimenté el poder de esto cuando sané de migrañas que había tenido por años. Durante un episodio particularmente debilitante, recurrí a Dios de todo corazón en busca de la idea que necesitaba, y este pensamiento inundó mi consciencia: El amor de Dios es la ley universal, poderosa y eternamente presente, que nos abraza a todos. En aquel momento, realmente percibí ese sentido del Amor divino que lo envuelve todo. De inmediato, fui liberada del bagaje mental de una dolorosa relación de casi toda la vida. El dolor físico también sanó de inmediato y permanentemente. Me había venido a la consciencia una idea espiritual específica como una ley, y como resultado se produjo la curación.
La resolución de situaciones difíciles puede venir como una intuición espiritual exacta, como un sentimiento transformador de paz y confianza, y puede ser tan evidente como la respuesta precisa a una necesidad. De este modo, aprendemos a confiar en que Dios ya ha establecido la salud, la ilimitada provisión, el bien perdurable. La seguridad que viene cuando comprendemos que Dios habla por medio de Su Cristo, la Verdad, justamente de la forma en que lo necesitamos, como una ley divina y confiable, es inapreciable, y sana.