Cuando leí en el Christian Science Monitor Daily del 6 de agosto, los comentarios introductorios sobre el legado de Toni Morrison, quien “dejó una marca indeleble en los Estados Unidos”, algo me sacudió. Hace poco descubrí que la palabra griega kharaktēr, de donde deriva la palabra carácter, significa “marca grabada” así como “instrumento para marcar”. Me di cuenta de qué manera este significado de carácter ciertamente se aplica a la impresión que dejó la vida de la Sra. Morrison en la humanidad, ya que ella no solo “profundizó con determinación” temas difíciles como el racismo y la ira, sino que lo hizo con empatía y la capacidad de ayudar a otros a ver su propia valía.
¿Qué saqué en conclusión de esa breve lectura? Que el carácter es importante.
Últimamente, he estado pensando mucho en qué es lo que realmente respalda el carácter. En parte porque quiero hacer mejor las cosas. Pero también porque en el aparente clima de desconfianza y rabia encendidas por la dura retórica y un punto de vista de “nosotros y ellos”, casi parecería como que la importancia del carácter, así como el carácter mismo, fuera relegado por la reacción.
Las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, basadas en la Biblia, me han ayudado a comprender más profundamente que todos tenemos un carácter basado en la espiritualidad que Dios nos ha dado. Las cualidades que tienen su fuente en Dios, el Espíritu, como son la integridad y la pureza, constituyen nuestro verdadero carácter y, en realidad, están impresas indeleblemente en todos. Cuando se comprende que el Espíritu es la única fuente de cada uno de nosotros, nos damos cuenta de que no es natural expresar aquello que no tiene su fuente en el bien espiritual.
Orar y razonar desde esta perspectiva con un corazón receptivo, nos eleva para que comprendamos que somos eternamente los hijos del Espíritu, totalmente espirituales, hechos a semejanza del Amor divino, y capaces de expresar sus atributos como son la misericordia y la bondad en nuestra vida diaria. Y hacer que estas se manifiesten dondequiera que estemos, imparte una influencia enaltecedora, por más pequeña o humilde que sea, que puede contribuir a la curación en las comunidades y en la vida individual.
Cuando comencé a estudiar la Ciencia Cristiana a fines de mi adolescencia, mi carácter humano necesitaba, francamente, mejorar. Pero me aferré a esta idea de que era el reflejo perfecto de Dios, que mi verdadero carácter fue formado por Él, no por una emoción, herencia o hábito humanos.
Este carácter es el Cristo, la indisoluble expresión de la bondad de Dios que Jesús ilustró tan plena y amorosamente para toda la humanidad.
Mientras oraba para sentir en la práctica que estaba bajo el gobierno del Espíritu y de la ley de Dios, no de la materia, vi que podía actuar desde esta perspectiva. El mal humor y el egocentrismo comenzaron a desaparecer ante la luz de una estabilidad más feliz y el deseo de ayudar a los demás. Las relaciones se volvieron más armoniosas y mis actividades adquirieron un propósito mejor. El sentido errado de mi identidad de que incluía rasgos de carácter finitos perdió su asidero porque dichos rasgos jamás fueron creados por Dios.
Cristo Jesús definió el carácter divino para todos los tiempos por medio de su ejemplo incomparable. Al referirse a la descripción de Jesús que hace el libro de Hebreos (1:3, KJV) como “la imagen expresa” de Dios, Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribió: “Es de notarse que la frase ‘imagen expresa’ en la versión corriente, en el Testamento griego, es carácter” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 313).
Este carácter es el Cristo, la indisoluble expresión de la bondad de Dios que Jesús ilustró tan plena y amorosamente para toda la humanidad. La omnipotencia del Amor que definió su existencia y naturaleza mismas lo capacitó para amar y bendecir a sus enemigos. Y a medida que seguimos el ejemplo de Jesús, obtenemos vistas más claras de Dios y de nuestro propio carácter verdadero, lo cual a su vez nos capacita para ayudar y bendecir a los demás de una forma más sustancial.
Una de las otras obras escritas de la Sra. Eddy, La idea que los hombres tienen acerca de Dios, explica cómo nuestra percepción de la naturaleza de Dios moldea nuestro carácter, individual y colectivamente. Dice así: “En todas las épocas, en la medida en que el concepto de los hombres respecto a Dios se ha vuelto menos material y menos limitado, su Deidad se ha vuelto buena; ya no es más un tirano personal o una imagen fundida, sino la Vida, la Verdad y el Amor divinos… Esa idea más perfecta, presentada constantemente al pensamiento humano, por fuerza debe tener una influencia benéfica y enaltecedora tanto en el carácter de las naciones como en el de los individuos, y finalmente elevará al hombre a la comprensión de que nuestros ideales forman nuestros caracteres, y que el hombre, ‘cual es su pensamiento en su corazón, tal es él’ " (págs. 2-3).
Tal vez no todos dejemos una marca indeleble sobre la que se escriba en los periódicos, pero es imposible imaginar el bien que podemos hacer cuando reconocemos claramente lo que constituye nuestro verdadero carácter y el de los demás, y vivimos de acuerdo con él. Al eliminar lo que sea que ocultaría nuestra devoción por alcanzar una comprensión más elevada de Dios y una manifestación más grande del verdadero carácter cristiano, contribuiremos a sacar a la luz más de la bondad con la que Dios ha bendecido a la humanidad para siempre.