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Original Web

Más que meras palabras

Del número de mayo de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 23 de enero de 2020 como original para la Web.


¿Has sentido alguna vez que hay declaraciones espirituales, especialmente las que conoces muy bien, que parecen ser meras palabras?

Yo sí, y en una ocasión esto fue realmente un obstáculo para mi capacidad de practicar y experimentar la curación en la Ciencia Cristiana. En mi caso, tuvo que ver con “la declaración científica del ser”, que se encuentra en la página 468 de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, y se lee al término de todos los servicios dominicales en las Iglesias de Cristo, Científico. La misma dice: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo-en-todo. El Espíritu es la Verdad inmortal; la materia es el error mortal. El Espíritu es lo real y eterno; la materia es lo irreal y temporal. El Espíritu es Dios, y el hombre es Su imagen y semejanza. Por lo tanto, el hombre no es material; él es espiritual”.

Esta declaración es profunda no solo en lo que dice respecto a la naturaleza de la existencia verdadera, sino también en su capacidad para sanar cuando vislumbramos algo de esa realidad, la cual es el fundamento para la práctica de la Ciencia Cristiana. Pero llegó un momento en que yo conocía tan bien sus palabras que perdí de vista todo eso.

Aprendí “la declaración científica del ser”, junto con el Padre Nuestro, cuando tenía tan solo tres años y comencé a asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Una vez, encontré a mi madre acostada en medio del día. Cuando le pregunté por qué no se levantaba, me respondió que no se sentía bien. Le dije que oraría por ella, y repetí tanto el Padre Nuestro como “la declaración científica del ser” en voz alta. Ella se sorprendió mucho, pues no tenía idea de que yo los supiera tan bien. De inmediato se levantó para comenzar a preparar la cena, completamente sana.

 No obstante, con el tiempo “la declaración científica del ser” perdió su significado e importancia para mí y lo lamentaba, porque de niña había sido algo precioso y reconfortante; pero ahora me resultaba tan conocida que no era más que unas palabras trilladas. No me brindaba ninguna inspiración. Había escuchado que otras personas habían sanado al orar con las ideas de esta declaración, pero a mí nunca se me había ocurrido hacerlo. Me parecía anticuada e insípida, y yo sentía que necesitaba algo nuevo y fresco.

La comprensión que Dios da, y la verdad que imparte, nunca son tan solo palabras.

De vez en cuando me preguntaba cómo se había producido la curación de mi madre. Después de todo, siendo tan pequeña, yo no tenía una comprensión profunda de Dios, aunque siempre me había sentido cerca de Él. Entonces, no hace mucho, tuve una experiencia que me reveló la respuesta.

Estaba cocinando cuando me quemé gravemente los dedos. En lugar de ponerlos debajo del agua fría, lo cual yo sabía que, a lo sumo, aliviaría solo temporalmente el dolor, recurrí a Dios en busca de un pensamiento sanador. Y adivina qué me vino al pensamiento. Sí, ¡“la declaración científica del ser”!

Creo que dejé escapar un gemido, pero me senté, me tranquilicé, y con toda sinceridad realmente comencé a orar con ella, no solo a repetir las palabras. Cuando terminé, me vino un pensamiento muy poderoso: “¡Y esta es la ley!”

Tuve lo que me pareció como un momento de pura iluminación espiritual, e instantáneamente el dolor desapareció. No quedó ninguna evidencia que mostrara que había habido una quemadura. ¡Fue sorprendente! Nunca antes había visto con tanta claridad como lo hice entonces que esta declaración no solo es la verdad, sino que es también una ley, la ley de Dios, que gobierna la existencia del hombre. La curación se produjo cuando comprendí y acepté esto. En la Biblia leemos: “La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2). Entonces me di cuenta de que la ley divina expresada en “la declaración científica del ser” es la ley de la que habló Pablo, señalando nuestra verdadera vida en Dios, espiritual e inmaculada.

Entonces, ¿qué decir de la curación de mi madre? Al pensar más profundamente en ella años después, me di cuenta de que mi inocencia al compartir esa declaración reflejó lo que la Biblia llama “la sencillez que está en Cristo” (2 Corintios 11:3, KJV). De niña, yo solo sabía que esta verdad espiritual sanaba; no la cuestionaba ni tenía reserva alguna. No sentía ninguna responsabilidad, temor o duda personal que pudiera interferir o bloquear la receptividad a la curación. Esa confianza inocente en Dios, la Verdad divina, fue tan sencilla y pura que mentalmente me aparté de Su camino y Le permití que sanara a mi madre, y ella sintió el toque de esa Verdad sanadora.

Sin embargo, en algún momento, dejé de lado este tesoro de “la sencillez que está en Cristo”, esa confianza simple y clara en la Palabra de Dios. Me volví ciega al hecho de que no son las palabras las que sanan, sino el espíritu de Verdad, de Dios Mismo, que hace cumplir las leyes divinas. Estas leyes son comprobables, confiables y prácticas y tienen un afecto sanador científico y absoluto. Y por ser los hijos e hijas de Dios, cada uno de nosotros tiene una receptividad innata a ellas.

Yo estaba fascinada por haber comprendido esto. Y desde entonces, no dudo en orar con “la declaración científica del ser” cuando me viene el deseo de hacerlo. Pero no repito las palabras sin pensar. En cambio, hallo que cuando me vienen al pensamiento, al mismo tiempo me doy cuenta de que “¡Esto es la ley!” Y las curaciones se producen más espontáneamente también.

Todos podemos estar muy contentos y agradecidos porque la comprensión que Dios otorga y la verdad que imparte nunca son tan solo palabras, por más conocidas y simples que puedan ser. La Palabra de la Verdad divina es realmente la ley divina en acción, la cual se manifiesta en la consciencia con un innegable efecto sanador.

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