Era una hermosa mañana de primavera, e íbamos con mi esposo de camino a la iglesia, donde yo debía dar una clase en la Escuela Dominical. Aquella mañana, varias calles alrededor de nuestra iglesia estaban bloqueadas y habían desviado el tránsito debido a un maratón que se celebraba en nuestra ciudad.
Después de seguir una ruta particularmente tortuosa, me di cuenta de que, si hacía una vuelta en U, pasaría todas las barreras y las calles cerradas, y tendría un camino libre hacia la iglesia, la cual estaba a pocas cuadras. No vi ningún cartel que lo prohibiera. Sin embargo, al dar la vuelta en U, sonó la sirena de la policía, y con las luces intermitentes un auto policial me detuvo. Una oficial de policía muy agitada y enojada se acercó a nuestro auto. Me preguntó si yo sabía lo peligrosa que era la vuelta que había dado, e indicó que había puesto en riesgo a los corredores y a los observadores del maratón. Miré alrededor. No había nadie. Ni un solo peatón o corredor, y ningún otro auto. La carrera todavía no había llegado a donde nosotros estábamos, y no había ninguna indicación de que lo haría muy pronto.
Me reí un poco ante la noción de que alguien pudiera estar en peligro. Pero de inmediato me di cuenta de mi error. La cara de la oficial se puso al rojo vivo, y subió la voz y, con una ira que casi no podía contener, comenzó a gritarme.
Estoy muy agradecida por las enseñanzas de Cristo Jesús y la Ciencia Cristiana, que vienen a ayudarnos en situaciones como esas. Cristo Jesús es el Mostrador del camino. Su vida y sus enseñanzas presentan un tipo de amor abnegado que disuelve el odio. Una especie de mansedumbre y amabilidad que desarma el orgullo. Una sabiduría clarividente que mira más allá del testimonio engañoso de los sentidos materiales para ver y conocer como Dios ve y conoce. Y lo que Dios ve y conoce es Su creación espiritual y perfecta.
Reconocer que Dios es el creador supone reconocer que Su creación espiritual es buena y perfecta, así como Él. El extraordinario registro de curaciones de Jesús inequívocamente reivindica el valor de una vida y perspectiva del mundo semejantes, y nos inspira a cada uno de nosotros a esforzarnos por alcanzar las alturas de estas magníficas enseñanzas y a seguir el ejemplo de Jesús en nuestra propia vida.
En la historia de Jesús y sus discípulos en el jardín de Getsemaní, los oficiales armados de los principales sacerdotes y fariseos vinieron a arrestar al Maestro en lo que fue el primer paso que llevaría al juicio y a su crucifixión, y finalmente a su resurrección. Fue un momento dramático en la que tal vez haya sido la más espectacular confrontación entre el bien y el mal de la historia humana. Pedro reaccionó ante la gran injusticia que se perpetró contra el Maestro con comprensible ira, y desafiante le cortó con su espada la oreja al sirviente del sumo sacerdote.
La respuesta de Jesús por siempre quedará como la más impresionante reprimenda a los métodos humanos de responder al mal. Él reprendió a Pedro y luego sanó la oreja del sirviente, demostrando una mansedumbre y bondad sorprendentes hacia sus enemigos (véanse Juan 18:1-11; Lucas 22:50, 51). Jesús pareció no prestar atención al peligro que le esperaba. Pero ¿es posible que el amor sanador que le manifestó al sirviente del sumo sacerdote haya sido una evidencia de la fortaleza, el valor moral y la semejanza divina que probaría ser igual, y de hecho superior, a toda fase del mal que lo iba a confrontar? Este amor sanador mostró que el mal es verdaderamente impotente y fundamentalmente irreal.
Las acciones de Jesús al sanar al sirviente, tal vez nos estén enseñando que el verdadero enemigo que él enfrentó fue la sugestión de que el hombre (término que nos incluye a cada uno de nosotros), como la semejanza pura de Dios, podía ser influido por el mal. Esta sugestión solo puede ser desarmada al reconocer que el mal es una creencia impersonal que parece estar adherida a uno de los hijos de Dios, pero que demuestra ser impotente ante la presencia del amor del Cristo. La curación de la oreja del sirviente quizás haya evidenciado el reconocimiento y la aceptación conscientes de Jesús de que este sirviente era en realidad el hijo preciado de Dios; que él también, podía escuchar y responder a la voz de Dios, a las indicaciones de la Verdad, en lugar de al error o mal.
Me sentí impulsada a amar a esta oficial de policía con el amor y el perdón propios del Cristo.
En el griego original del Nuevo Testamento, uno de los significados de la palabra traducida como Consolador es promotor o abogado defensor. Y uno de los significados del término griego traducido como Satanás es perseguidor o acusador. Puede considerarse que las acciones de Jesús “defendían” al sirviente del sumo sacerdote. Al abogar por su verdadera naturaleza divina, Jesús defendió y honró la identidad espiritual del sirviente. Y en el proceso, frustró las acusaciones de un supuesto poder maligno que perseguía a Jesús por ser el ungido.
Mary Baker Eddy se esforzó por seguir el ejemplo de Cristo Jesús, y su vida ilustró sus enseñanzas. Su descubrimiento de la Ciencia Cristiana, explicada en el libro de texto Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, le dio a la humanidad el Consolador que Jesús prometió. Esta Ciencia contiene hermosas enseñanzas que defienden y absuelven la verdadera naturaleza espiritual del hombre, y abren el camino para que la impotencia del mal se demuestre en la experiencia humana. La Sra. Eddy escribió en Escritos Misceláneos 1883–1896: “¿Quién quiere ser mortal, o quién no quiere alcanzar el verdadero ideal de la Vida y recobrar su propia individualidad? Yo amaré, si otro odia. Ganaré un saldo a favor del bien, mi ser verdadero. Sólo esto me da las fuerzas divinas con las cuales vencer todo error” (pág. 104).
Yo deseaba mucho seguir el ejemplo y las enseñanzas de Jesús aquella tranquila mañana de domingo. Sabía que lo que Jesús había demostrado tenía importantes lecciones para mí en mi propia vida. Había estado trabajando y orando para ser más consecuente en demostrar mi propia naturaleza a semejanza del Cristo a fin de no reaccionar ante los demás con ira o justificación propia. Ya fuera que enfrentara circunstancias grandes o pequeñas, buscaba más del amor y la verdad sanadoras con las cuales desarmar las sugestiones del mal y probar que no tenían poder sobre mí y los demás. Cada uno de nosotros, por estar hechos a imagen y semejanza de Dios, no posee ni refleja nada desemejante a la naturaleza divina; no obstante, es necesario reclamar y demostrar este hecho espiritual.
Me sentí impulsada a amar a esta oficial de policía con el amor y el perdón propios del Cristo; a desafiar mentalmente la creencia de que la ira o la reacción excesiva pudieran ser parte del hombre o la mujer de la creación de Dios. Comprendí que estos rasgos de carácter solo eran una caricatura de la verdadera naturaleza espiritual de la preciada mujer que me había detenido. Pensé en su trabajo como oficial de policía. Sentí compasión por la fortaleza y el valor que este trabajo le debía exigir cada día. Quería apoyarla en esa labor.
Después del encuentro inicial, la oficial regresó a su auto, y yo estuve unos momentos en silencio para continuar orando; para aclarar mi pensamiento y llenarlo de la verdad espiritual acerca de Dios y el amor a Dios y Su creación espiritual y perfecta. Me embargó una gran paz. No me preocupó lo que podría ocurrirme. Yo solo quería amar a esta mujer, defenderla y honrarla por ser la hija de Dios.
Cuando regresó a nuestro auto, su rostro había cambiado por completo. La ira y la agitación habían desaparecido, y me pareció que ella sentía el mismo amor y paz propios del Cristo que yo estaba experimentando. Fue amable y se disculpó por haber tenido que imponerme una sanción por haber dado la vuelta en U, tal como lo hizo. Le dije que no había ningún problema —lo cual era totalmente cierto— así de dulce fue el amor sanador que había sentido. Yo no estaba segura si no había visto un cartel o si había alguna regla especial para el día del maratón o alguna otra cosa, pero estaba en un reino más elevado de pensamiento en el cual realmente para mí ya no tenía importancia por qué me había detenido o quién tenía razón. Me sentía muy elevada por la perspectiva espiritual de la realidad que había tenido en esos momentos, y el amor a semejanza del Cristo que nos estaba bañando y nos dejaba limpias. Al despedirse, nos sonrió a mi esposo y a mí, y nos deseó un feliz día. Me di cuenta de que lo decía en serio. Y le deseé lo mismo.
A lo largo de las siguientes semanas, al tratar de pagar la infracción descubrí que nunca había sido entregada. La secretaria me dijo que eso era imposible. El procedimiento normal era que una vez que se emite la infracción, el oficial tiene que entregarla. Pero sentí que el amor semejante al Cristo que esta oficial y yo habíamos sentido aquella mañana había disuelto todo. Lo único que quedó fue la certeza del gran valor que tiene el hombre por ser hijo de Dios.
