Hace varios años, al salir de la ducha, resbalé y me golpeé muy fuerte una pierna contra el borde de una baldosa. La fuerza de la caída me hundió la piel de tal manera que se notaba la tibia. De inmediato rechacé enfáticamente la creencia agresiva de que había tenido un accidente. Pensé: “Si los accidentes son desconocidos para Dios, también lo son para Sus hijos”.
Mi razonamiento se basó en la siguiente declaración del libro de texto de la Ciencia Cristiana: “Los accidentes son desconocidos para Dios, o la Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por la infalible dirección de Dios y así sacar a luz la armonía.
“Bajo la divina Providencia no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 424).
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