Cristo Jesús prometió que cualquiera que entendiera y fuera fiel a sus enseñanzas podría realizar las obras que él hizo, e incluso mayores obras. Esa promesa puede parecer fuera de nuestro alcance hasta que consideramos cómo termina esa promesa: “Porque yo voy al Padre” (véase Juan 14:12).
Jesús constantemente iba a su Padre, a Dios, en oración. Se sometía humildemente a la paternidad y maternidad del Amor divino, y se mantenía fiel a su identidad espiritual como el Cristo, el Hijo de Dios. Esto lo capacitó para hacer sus poderosas obras de curación y cumplir con su misión terrenal de demostrar el amor salvador de Dios para toda la humanidad.
La clave para los sanadores cristianos, por tanto, es situarnos bajo la paternidad y maternidad del Amor divino: tener el anhelo de aprender de nuestro divino Padre acerca de nuestra verdadera naturaleza como Sus hijos, y desarrollar nuestra capacidad de ser fieles a Dios, a nosotros mismos y a los demás.
Volviendo la atención de sus discípulos hacia un niño pequeño, Jesús dijo: “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3). El reino de los cielos es donde Dios reina supremo, es decir, en todas partes. Y al vivir como hijos de Dios, bajo la sabiduría y la autoridad del cuidado divino de nuestro Padre-Madre, podemos crecer en la pureza y la madurez espirituales que nos permiten aprender y ejercer el poder sanador del Cristo, de la Verdad y el Amor.
Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia divina del Cristo, lo expresó de esta manera: “Para comprender todos los dichos de nuestro Maestro como están registrados en el Nuevo Testamento, dichos infinitamente importantes, sus seguidores tienen que crecer hasta llegar a la estatura del hombre en Cristo Jesús, que los capacita para interpretar su significado espiritual. Entonces saben cómo la Verdad expulsa el error y sana a los enfermos” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 350).
Por lo tanto, debemos “volvernos” como los inocentes “niños” de Dios y dejar que Él nos instruya hasta que alcancemos la madurez espiritual. ¿Pero cómo son la paternidad y maternidad de Dios?
En una charla radial reciente sobre la crianza de los hijos, uno de los participantes comentó que Dios era el peor ejemplo de crianza de los hijos porque Sus hijos fueron desobedientes de inmediato. ¡Ah! Pero eso es un malentendido de la verdadera naturaleza de Dios. Y para comprender la paternidad y maternidad de Dios, tenemos que comprender Su verdadera naturaleza como Amor divino. Entonces recurriremos ansiosamente a Su guía y cuidado amorosos y Le obedeceremos con alegría.
Según la Biblia, Dios es el Espíritu infinito, la Vida eterna, la Verdad infalible y el Amor inmutable. De manera que, la semejanza de Dios, que existe en el Espíritu infinito y procede de él, debe ser espiritual, inmortal, perfecta y expresar siempre el Amor imparcial y universal. Por tanto, esta identidad verdadera que todos manifestamos en infinitas formas individuales, no tiene elementos materiales, mortales, imperfectos o faltos de amor. Por ser la semejanza de Dios, cada uno de nosotros está siempre en un estado de madurez espiritual, la semejanza completa de nuestro creador. Así es como Dios nos conoce, nos ve y nos ama, aun cuando, por medio de los sentidos materiales, nos veamos a nosotros mismos como mortales imperfectos.
Dios nos hace tomar conciencia de nuestra verdadera identidad a través del Cristo, la Verdad que Jesús vivió. El Cristo habla a nuestra consciencia y nos asegura que estamos abrazados en el amor redentor de Dios. Podemos sentir el amor paternal de Dios que nos instruye cada vez que oramos con anhelante receptividad a Su mensaje y cedemos a Su cuidado y guía amorosos. Y a medida que lo hacemos, crecemos “hasta llegar a la estatura del hombre en Cristo Jesús, la cual [nos] capacita para interpretar su significado espiritual”, y sabemos “cómo la Verdad expulsa el error y sana a los enfermos”.
Todo lo necesario para nuestro crecimiento espiritual nos llega de Dios con una constancia inagotable: el amor, el consuelo, el aliento, las oportunidades de ampliar la visión, la curación, la paciencia, el perdón y mucho más. Pero con frecuencia tenemos que apartarnos mentalmente de nuestras responsabilidades diarias, del orgullo humano, la voluntad propia y los temores para escuchar y apreciar profundamente las ideas espirituales y la guía que nos llegan de nuestro Padre divino.
Puede haber momentos en los que tengamos ganas de rebelarnos contra el hecho de tener que dejar a un lado la voluntad humana y los anhelados deseos que parecen estar fuera de nuestro alcance. Pero, así como es importante para un adolescente dejar de rebelarse contra las amorosas exigencias de un padre humano, es vital, en aras de nuestro crecimiento espiritual, que superemos cualquier impaciencia rebelde que se interponga en el camino. Después de todo, el Cristo, expresando el amor maternal y paternal de Dios, está aquí para dirigirnos hacia los brazos expectantes de Dios y mostrarnos cómo expresar Su amor sanador por medio de una mayor paciencia.
Una vez, los fariseos le dijeron a Jesús que Herodes lo mataría si no se marchaba de donde estaba. Pero en lugar de irse, Jesús expresó audazmente la profundidad de su amor por todos, lo que reflejaba el amor de Dios obrando en él. Él exclamó: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!” (Lucas 13:34). Sí, tal como Cristo Jesús expresó tan compasivamente, Dios nos ama, incluso cuando nos rebelamos. El Amor divino está listo para juntarnos en su abrazo a fin de consolarnos, corregirnos, sanarnos, redimirnos y transformarnos.
Dios está a nuestra disposición cuando quedamos perplejos y preocupados por un ser querido. Recuerdo una vez en particular cuando estaba por demás preocupada por uno de mis hijos. Pero cuando me detuve a orar en silencio para recibir la guía de Dios, me di cuenta de que el mismo Padre divino y amoroso que estaba allí mismo amándome, estaba allá para amar y guiar a este muchacho. Me sentí reconfortada, en paz y segura de que todo estaría bien. En unas pocas horas, mi hijo tomó una sabia decisión, y la situación problemática se resolvió rápidamente.
La paternidad y maternidad de Dios son justo lo que los sanadores cristianos necesitan porque nos permiten cuidar tiernamente de todos los hijos de Dios, nuestros hermanos y hermanas, con Su amor sanador.
Barbara Vining
Redactora en Jefe
