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Original Web

Sana de tos incesante

Del número de mayo de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 27 de enero de 2020 como original para la Web.


Hace un tiempo regresé de un viaje al mar Báltico en el cual visité nueve países. Fue bastante demandante, ya que nos levantábamos muy temprano todos los días y salíamos de excursión, así que no tenía mucho tiempo para leer o estudiar la Lección Bíblica semanal que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana.

Al día siguiente de regresar a casa, comencé a sentirme enferma con síntomas de gripe, y tosía continuamente. Cuando empecé a orar, me di cuenta de que me estaba culpando a mí misma por haber perdido mi “elevación espiritual” durante el viaje de once días, al descuidar mi tiempo acostumbrado para orar y estudiar todos los días.

Sin embargo, también me di cuenta de que, si quería sanar, no podía continuar condenándome a mí misma. Como explica la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy: “Un estado mental de condenación propia y culpa o una confianza vacilante y dubitativa en la Verdad son condiciones inadecuadas para sanar a los enfermos” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 455).

Al continuar orando, me sentí inspirada a escuchar un programa de Sentinel Watch titulado “¿Cómo puedo progresar espiritualmente en un mundo lleno de distracciones?” con el practicista y maestro de la Ciencia Cristiana Michael Pabst. Me atrajo el título, pensando que un viaje con un plan de actividades muy atareado podía ser una distracción del progreso espiritual. El podcast me recordó que dado que Dios, quien es el Espíritu, hizo al hombre —el cual nos incluye a cada uno de nosotros— a Su imagen y semejanza, somos espirituales y debemos pensar en nosotros mismos como espirituales, no materiales. Esa es la esencia del mensaje de Jesús y de nuestra identidad.

Jesús nos dijo “arrepentíos” (véase Mateo 4:17), lo que puede significar que tenemos que cambiar nuestra forma de pensar. El reino de los cielos de Dios es espiritual y realmente está aquí en la tierra ahora, y lo experimentamos en la proporción en que reconocemos que nosotros mismos somos de hecho espirituales. 

También pensé en “la declaración científica del ser” de Ciencia y Salud (pág. 468), la cual termina diciendo “…el hombre no es material; él es espiritual”. Esto no es un mantra o una hermosa teoría, sino un hecho espiritual que tenemos que comprender y vivir en nuestra experiencia diaria. Me tenía que dedicar a saber que soy espiritual, no material. Ciencia y Salud también afirma que el hombre “no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales” (pág. 475). Esos “otros elementos materiales” ciertamente incluirían los bronquios y los pulmones.

Otro mensaje que me vino mientras oraba fue esta declaración de Ciencia y Salud: “Al igual que el gran Ejemplo, el sanador debiera hablar a la enfermedad como quien tiene autoridad sobre ella, dejando que el Alma domine las falsas evidencias de los sentidos corporales e imponga sus reivindicaciones sobre la mortalidad y la enfermedad” (pág. 395). 

De modo que, ¿cómo le hablo a la enfermedad como quien tiene autoridad sobre ella? Al reflexionar sobre esa pregunta, me vino esta analogía: Si alguien se me acercara y me dijera: “Tu nombre es Polly”, yo le diría con firmeza y autoridad: “No, mi nombre es Sally”. Y si esa persona dijera: “No, yo sé que tú eres Polly”, yo insistiría con más firmeza aún y con mucha autoridad en que yo no soy Polly; yo soy Sally. Yo sé quien soy, y sé mi propio nombre. Yo sé lo que es verdad y lo que es falso. 

Así que, para hablarle a la enfermedad como quien tiene autoridad, afirmé: “¡Enfermedad, tú no has sido creada por Dios, el bien, la única causa y creador; tú eres una mentira, una ilusión, una sugestión falsa; no tienes existencia o entidad legítima; no tienes autoridad para ser o hacer nada! ¡Tú no formas parte de mí!”.

Ciencia y Salud dice: “Cuando se supone que el cuerpo dice: ‘Estoy enfermo’, jamás te confieses culpable” (pág. 391). Así que, afirmé con autoridad mi inocencia como hija espiritual de Dios, hecha a Su imagen y semejanza, y manifestando solo salud y perfecta integridad. 

Persistí orando de esta forma, y sané en dos días de la incesante tos y de sentirme enferma. Aún tenía tos de vez en cuando, pero esto simplemente me alertaba para que me diera cuenta de que no podía ser engañada a aceptar toser una vez cada tanto como algo con lo que podía vivir.

Leí el relato en Ciencia y Salud de un hombre que fue sanado de dispepsia. El mismo indica que “la Ciencia Cristiana lo salvó, y ahora goza de perfecta salud, sin vestigio alguno del antiguo padecimiento” (pág. 221). ¡Sin vestigio alguno! Un vestigio es un rastro o una cantidad muy leve de algo. Yo no lo tenía que aceptar o estar bien con un vestigio del problema. Así como el hombre sanado de dispepsia, yo podía esperar estar en perfecta salud sin vestigio de la queja de la tos. Cuando una tos ocasional trataba de imponerse, yo declaraba con energía: “¡Ningún vestigio!”. Esta resistencia detuvo con eficacia la tos ocasional hasta que muy pronto estuve totalmente libre de ella. Desde entonces, he encontrado que esta resistencia ha tenido un efecto beneficioso en mi salud.

Estoy muy agradecida a Dios, no solo por esta rápida curación, sino especialmente por el progreso y las vislumbres espirituales que la acompañaron.

Sally Smith
Laguna Hills, California, EE.UU.

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