Toc, toc, toc: Un pinzón se lanzaba, saltaba, buscaba comida y revoloteaba afuera de nuestra casa con tremenda energía. Este pequeño pájaro gris y blanco parecía tener gran determinación al picotear constantemente nuestras ventanas. Aparentemente, veía su reflejo como un competidor, una amenaza contra lo que él diligentemente cuidaba.
Podríamos decir que el ave tenía buenas intenciones, pero no estaba bien informada. No estaba protegiendo su territorio, sino actuando en contra de un competidor irreal. El reflejo en la ventana no era ninguna amenaza.
Las acciones del pinzón me alertaron a vigilar mis propias suposiciones acerca de lo que veo en el mundo. ¿Con cuánta frecuencia nuestras acciones están basadas en nuestras percepciones erróneas? ¿Cómo sabemos lo que es una ilusión y lo que es real?
La Ciencia Cristiana me ha ayudado a ver más allá de un punto de vista humano limitado del mundo, y a obtener una mayor comprensión de lo que es real. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, mostró por medio de sus escritos que la Mente divina, o el Espíritu, no el mundo físico, es nuestra verdadera fuente del ser. Ella declaró en “la declaración científica del ser” en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo-en-todo”, y “El Espíritu es Dios, y el hombre es Su imagen y semejanza. Por lo tanto, el hombre no es material; él es espiritual” (pág. 468). Esta declaración me impactó.
Cuando tenía diez u once años, sané rápidamente por medio de la Ciencia Cristiana aplicando las verdades de “la declaración científica del ser” a mi experiencia. Estaba cortando comida en la cocina con mi madre, y me corté el dedo. De inmediato declaré y acepté lo que acababa de aprender en mi clase de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana: que el hombre no es material, sino espiritual. Declaré y acepté que “yo no soy una persona material que me corté a mí mismo, sino el reflejo del Espíritu, de la Mente infinita”. Me sentí amado y completamente a salvo. Miré hacia abajo y vi que el corte había desaparecido instantáneamente. Mi madre, quien vio lo sucedido, se regocijó conmigo.
Esta curación fue algo nuevo para mí, y me hizo sentir el anhelo de saber más acerca de la realidad espiritual. De adulto, continúo aprendiendo de esta experiencia. He llegado a comprender que existe una realidad más grande de lo que puedo percibir con los sentidos físicos.
El Padre Nuestro concluye con la afirmación: “Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos” (Mateo 6:13). Dios es propietario del reino, del mundo y del universo, y ese universo es divino: espiritual, bueno, poderoso, amoroso, inteligente y glorioso; y lo es eternamente. No existen vacíos en “eternamente” donde el opuesto pueda tomar las riendas. En Dios, el Espíritu, es donde “vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17:28, LBLA).
El punto de vista humano como lo perciben los sentidos materiales parece contradecir ese reino. Pero el reino de Dios, el poder y la gloria del Amor, es el único poder. En realidad, el reino de Dios es el único lugar permanente que realmente existe, y se percibe por medio del sentido espiritual.
En la experiencia que acabo de describir, vislumbré que el Espíritu eterno es verdadero, que reflejo al Espíritu y que mi vida es, por lo tanto, espiritual. Y mi punto de vista y experiencia de haberme cortado el dedo fueron instantáneamente revertidas al ceder a la perspectiva espiritual.
Al recordar lo sucedido, me doy cuenta de que el dedo cortado fue como lo que el pinzón veía en la ventana: una imagen irreal de lo que estaba sucediendo. Cuando declaré que reflejo a la Mente divina, el poder eterno del Espíritu que todo lo envuelve, mi comprensión de la realidad cambió, y también mi experiencia humana; todo ello en un instante. Me sentí bendecido, uno con el Amor. Vivía, me movía y existía en la verdad de Dios.
En la Escuela Dominical aprendí que, si algo es eterno e infinito, como una idea espiritual o un número, entonces tiene una existencia sustancial algo que una cosa material y temporal, que se deteriora, no tiene. Una idea eterna no se puede cortar, eliminar o distorsionar. Yo soy un reflejo o idea de Dios y nada me puede cortar. Esta lógica es una verdad que instantáneamente restauró mi dedo a su condición normal.
En la Escuela Dominical también aprendí que Dios puede describirse como Amor, Mente, Principio, Vida, Alma, Verdad y Espíritu. Estos sinónimos de Dios ampliaron mi concepto de la Deidad más allá de lo que yo había entendido previamente, y tal vez hayas notado que he estado usando e intercambiando estos sinónimos. Vivimos, nos movemos y existimos en Dios, conocido por estos sinónimos. Dios es el Principio del universo, la Mente del universo, el Amor del universo, y es expresado de innumerables maneras. Él no se encuentra atrapado en un mundo material. No es un ser antropomórfico sentado en una nube que reparte el bien y el mal. Todos los sinónimos de Dios apuntan hacia una bondad siempre presente, omnipotente y eterna.
Conocer mejor a Dios, el Espíritu, me permite comprender la identidad espiritual y verdadera de mí mismo y de toda la humanidad como expresiones de Dios. Por ser Su reflejo, no tenemos cada uno ilusiones personales, sino que vivimos en el Espíritu, expresamos el Amor en armonía, perfecta salud y sensatez mental.
No necesitamos picotear las ilusiones. La Sra. Eddy escribe: “Tenemos que revertir nuestros débiles aleteos —nuestros esfuerzos por encontrar vida y verdad en la materia— y elevarnos por encima del testimonio de los sentidos materiales, por encima de lo mortal hacia la idea inmortal de Dios” (Ciencia y Salud, pág. 262). Debemos cuestionar nuestros conceptos humanos, ya sean pequeños o grandes; ya sean reflejos en las ventanas, dedos cortados o un mundo fracturado. La Sra. Eddy también escribe: “Abramos nuestros afectos al Principio que todo lo mueve en armonía —desde la caída de un gorrión hasta el girar de un mundo” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 174). Para saber qué es real debemos escuchar atentamente al Principio del universo. La comprensión de Dios, la Mente omnisciente, nos guía hacia puntos de vista, ideas y experiencias más grandiosas y alentadoras, y elimina las ilusiones. Al comprender a Dios, obtenemos una idea más clara de lo que es real.
    