Eran las 8 de la mañana en una tienda de donas del barrio. Estaba sentada a una mesa esperando que repararan mi auto en el taller de al lado. Después de un rato, levanté la vista de mi lectura y noté algo encantador. La atmósfera de este popular lugar para desayunar rebosaba de luminosidad. Una cajera intercambiaba chistes con unos trabajadores de la construcción. Un jubilado le ofrecía dulcemente su mesa a una mamá con dos niños pequeños. Unos oficiales de policía bromeaban con un niñito. Mientras tanto, un empleado rompía a cantar a plena voz entre los pedidos que le hacían, cosa que hacía reír a sus compañeros de trabajo. Todos expresaban mucha alegría y amabilidad; parecían formar una familia.
Mientras los observaba y escuchaba, yo también me sentí animada. Pensé: “¡Qué lindo sería que todo el mundo se despertara así cada día!”. Las noticias que había estado leyendo aquella mañana ciertamente no presentaban nada parecido a esta imagen. Me pregunté: ¿Era esta mañana feliz en una tienda de donas tan solo un breve incidente en el orden de las cosas? ¿U ofrecía una vislumbre de algo profundamente significativo y genuino?
Intuitivamente sentí que esto último era el caso. Esas corrientes de alegría y luminosidad no siempre ocupan los titulares, pero eso no quiere decir que no estén presentes y sucediendo.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!