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Original Web

Se necesitan: testigos de la armonía y el amor unificadores de Dios

Del número de julio de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 13 de abril de 2020 como original para la Web.


Eran las 8 de la mañana en una tienda de donas del barrio. Estaba sentada a una mesa esperando que repararan mi auto en el taller de al lado. Después de un rato, levanté la vista de mi lectura y noté algo encantador. La atmósfera de este popular lugar para desayunar rebosaba de luminosidad. Una cajera intercambiaba chistes con unos trabajadores de la construcción. Un jubilado le ofrecía dulcemente su mesa a una mamá con dos niños pequeños. Unos oficiales de policía bromeaban con un niñito. Mientras tanto, un empleado rompía a cantar a plena voz entre los pedidos que le hacían, cosa que hacía reír a sus compañeros de trabajo. Todos expresaban mucha alegría y amabilidad; parecían formar una familia.

Mientras los observaba y escuchaba, yo también me sentí animada. Pensé: “¡Qué lindo sería que todo el mundo se despertara así cada día!”. Las noticias que había estado leyendo aquella mañana ciertamente no presentaban nada parecido a esta imagen. Me pregunté: ¿Era esta mañana feliz en una tienda de donas tan solo un breve incidente en el orden de las cosas? ¿U ofrecía una vislumbre de algo profundamente significativo y genuino? 

Intuitivamente sentí que esto último era el caso. Esas corrientes de alegría y luminosidad no siempre ocupan los titulares, pero eso no quiere decir que no estén presentes y sucediendo.

De hecho, dichas expresiones de bien, gratitud, calidez, alegría, amabilidad, generosidad —ya sea en nuestro propio barrio o del otro lado del océano— apuntan a una idea fundamental y eterna que he llegado a aprender por medio de mi estudio de la Ciencia Cristiana: que todos provenimos de un único Progenitor divino, una sola causa y creador supremos. Esta fuente primordial es Dios, el Amor divino y universal, que nos creó como Su linaje o expresión.

La Biblia se hace eco de este concepto una y otra vez, en pasajes tales como: “¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios?” (Malaquías 2:10); y “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios” (1 Juan 4:7).

Es precisamente esta realidad espiritual acerca de nuestra unidad con el Amor divino la que viene al rescate cuando la amargura, la rivalidad o el odio parecen prevalecer. Nos capacita para entender que no necesitamos aceptar cínicamente que la falta de amor es “simplemente así como son las cosas”. La verdadera naturaleza de cada uno de nosotros es la imagen espiritual del Amor, Dios. Cuando esta verdad se comprenda mejor y se tome en serio por medio de la oración, y cuando nos neguemos a estar mesmerizados por la discordancia y nos pongamos, en cambio, firmemente a favor de lo que es correcto, la curación y la solución se manifestarán como consecuencia.

La verdadera naturaleza de cada uno de nosotros es la imagen espiritual del Amor, Dios.

En un momento dado, unas personas a las que quiero mucho se alejaron unas de otras debido a malos entendidos y sentimientos heridos. Anhelando ver que se restaurara la armonía, oré por la situación y rehusé aceptar la discordancia como la forma inevitable en que debían ser las cosas.

Me aferré a lo que Cristo Jesús reveló y demostró acerca de la capacidad de amar que Dios nos ha dado. Respecto a esto, Jesús dijo con mucho acierto: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:44, 45). Ciertamente en este caso nadie era un “enemigo”, pero me sentí inspirada por esta idea de que hasta las situaciones más amargas pueden ser redimidas por el Amor que Dios expresa en toda Su creación.

Yo sabía que varios de nosotros estábamos orando a diario de esta forma. Finalmente, la afectuosa comunicación se restauró y normalizó, y así continúa hoy.

La mujer que descubrió la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, una vez escribió: “Exijo mucho del amor, exijo pruebas eficaces en testimonio de él y, como su resultado, nobles sacrificios y grandes hazañas” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 250). El amor que se origina en Dios no es un bien escaso, sin importar cómo parezca ser. Es infinito, unificador y está siempre presente. Puede sentirse genuinamente en las cafeterías más pequeñas o en los salones más grandiosos del gobierno. Pero necesita que testigos activos lo reconozcan, asuman una posición firme a su favor y lo vivan. De esta manera, cada uno de nosotros puede desempeñar una parte al probar que la armonía, el amor y la alegría no son cualidades excepcionales y aleatorias, sino la realidad siempre activa y universalmente accesible de la existencia. 

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