Justo al principio del verano, mi esposo, nuestra hija y yo tuvimos síntomas de resfrío. Por un momento, estuve tentada a enojarme porque parecía que no lograba sanar la situación, y porque mis constantes oraciones no nos habían protegido de resfriarnos en primer lugar. No obstante, sabía que esos pensamientos eran egoístas porque trataban de arrebatarle el título de “sanador” a Dios.
Llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara a orar por mi familia y por mí. Por medio del estudio de la Ciencia Cristiana había aprendido que recurrir a un practicista puede ser un paso eficaz al orar para sanar. El simple acto de pedir ayuda era un paso para destruir el orgullo y el sentimiento de culpa, los cuales jamás han sido parte de ninguno de nosotros porque somos hijos de Dios.
Mientras esperaba que el practicista me regresara la llamada, leí la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Encontré un pasaje que ayudó a responder las preguntas que tenía acerca de la curación. La Sra. Eddy escribe: “La Ciencia Cristiana es la ley de la Verdad, que sana a los enfermos sobre la base de la Mente única o Dios. No puede sanar de ningún otro modo, ya que la así llamada mente humana y mortal no es un sanador, sino que causa la creencia en la enfermedad” (pág. 482). Me di cuenta de que ni yo ni el practicista éramos el verdadero sanador, sino Dios, quien nos estaba hablando a los dos.
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