A media tarde de un viernes, al final de una larga semana en el trabajo, me sentía mareada e indispuesta. A pesar de esto, seguí adelante y tuve una conferencia telefónica previamente programada con Científicos Cristianos de todo el mundo. Me siento privilegiada de trabajar de cerca con este grupo. La conferencia telefónica comenzó con lecturas de la Biblia, las que se compartieron en un idioma que no hablo ni entiendo. Sin embargo, estaba agradecida por ellas, así que cerré los ojos y escuché lo que se estaba leyendo.
Mientras escuchaba, estas palabras vinieron específicamente a mi pensamiento: “Estás arraigada en el Amor”. Para mí, esto significaba que mis raíces, o el fundamento de mi identidad, estaban en Dios, el Amor divino y, por lo tanto, eran espirituales. Esto también quería decir que la base de mi identidad, al ser espiritual, no estaba y nunca podría estar en una individualidad mortal y material que pudiera cansarse o marearse.
Una vez finalizadas las lecturas, uno de los miembros del grupo las volvió a leer en voz alta en inglés. Lo que leyó me sorprendió. Ella comenzó con Efesios: “Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (3:17-19).
Mi corazón rebosó de alegría al darme cuenta de que el mensaje de curación de esta frase específica, de estar “arraigados y cimentados en amor”, me había hablado directamente momentos antes, a pesar de que lo había escuchado leer en un idioma que no entiendo. Pero había entendido algo del lenguaje del Espíritu, o el Espíritu Santo, que había llegado a mi pensamiento y me había consolado, como había llegado a las personas a través de las barreras del idioma durante el Día de Pentecostés (véase Hechos, cap. 2). Justo en ese momento, fui sanada.
Esta curación fue preciosa para mí porque demostró claramente la capacidad sanadora tangible y poderosa del Verbo de Dios. Como Mary Baker Eddy explica en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, “El Espíritu divino… ha hablado por medio del Verbo inspirado hace siglos, y por medio de este hablará en toda época y región. Es revelado al corazón receptivo, y se ve de nuevo que está echando fuera el mal y sanando a los enfermos” (pág. 46).
Estoy muy agradecida por el poder sanador de la Verdad y por los mensajes de Dios, los cuales nos llegan justo de la manera en que los podemos entender.
Madeline Demaree
Stoughton, Massachusetts, EE.UU.