A media tarde de un viernes, al final de una larga semana en el trabajo, me sentía mareada e indispuesta. A pesar de esto, seguí adelante y tuve una conferencia telefónica previamente programada con Científicos Cristianos de todo el mundo. Me siento privilegiada de trabajar de cerca con este grupo. La conferencia telefónica comenzó con lecturas de la Biblia, las que se compartieron en un idioma que no hablo ni entiendo. Sin embargo, estaba agradecida por ellas, así que cerré los ojos y escuché lo que se estaba leyendo.
Mientras escuchaba, estas palabras vinieron específicamente a mi pensamiento: “Estás arraigada en el Amor”. Para mí, esto significaba que mis raíces, o el fundamento de mi identidad, estaban en Dios, el Amor divino y, por lo tanto, eran espirituales. Esto también quería decir que la base de mi identidad, al ser espiritual, no estaba y nunca podría estar en una individualidad mortal y material que pudiera cansarse o marearse.
Una vez finalizadas las lecturas, uno de los miembros del grupo las volvió a leer en voz alta en inglés. Lo que leyó me sorprendió. Ella comenzó con Efesios: “Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (3:17-19).
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