Yo tenía una carrera muy exigente en los medios de comunicación que incluía manejar personal en muchas oficinas por todo el país. Cuando me casé y me mudé a las afueras de la ciudad, tenía que viajar dos horas para ir a mi oficina en Chicago por la mañana y dos horas para regresar por la noche, además de viajar en avión frecuentemente por trabajo.
Después de un año de cumplir con este arduo plan de actividades, comencé a tener dificultades para respirar. A veces en mi oficina, e incluso durante los servicios religiosos, me sentía sofocada y quedaba sin aliento. También tenía palpitaciones, y en ocasiones, mi corazón se aceleraba sin control.
Cuando recordé que uno de mis parientes había fallecido debido a un problema cardíaco con síntomas similares, sentí mucho miedo. Oré por mi cuenta por un tiempo, pero cuando el padecimiento se volvió más agresivo, me comuniqué con una practicista de la Ciencia Cristiana para que me diera tratamiento por medio de la oración.
Ella con mucho amor me señaló que yo estaba tratando de ser una supermujer: la esposa y mujer de negocios perfecta. Tenía que dejar de hacerlo y verme como el reflejo de Dios libre de cargas, en lugar de una mujer estresada que se esforzaba por tener éxito a nivel humano.
Mi esposo estaba preocupado y me pidió que fuera a ver a diferentes doctores para que me dieran un diagnóstico; sin embargo, en esas consultas no se llegó a ninguna conclusión firme, y no recibí tratamiento médico alguno. Con el correr del tiempo, tuve tres hijos y reduje las actividades de mi carrera, pero los síntomas continuaban manifestándose de forma intermitente.
La practicista me sugirió que orara con un pasaje de Escritos Misceláneos 1883–1896 por Mary Baker Eddy: “Un poco más de gracia, un móvil purificado, unas pocas verdades dichas con ternura, un corazón más suave, un carácter subyugado, una vida consagrada, restaurarían la acción correcta del mecanismo mental, y revelarían el movimiento de cuerpo y alma en consonancia con Dios” (pág. 354).
Con frecuencia también leía “La ley de Dios que todo lo ajusta”, un folleto y artículo escrito por Adam H. Dickey (Journal, January 1916), el cual explica que el hombre está gobernado por leyes divinas que pueden aplicarse a cualquier circunstancia humana.
Una tarde, mientras leía este artículo, con humildad le pedí a Dios que me mostrara qué necesitaba saber para sanar el problema físico de una vez por todas. Esa tarde, llegó en el correo el número de diciembre de 2001 del Journal con mi respuesta. En una entrevista, la practicista y maestra de la Ciencia Cristiana, Deborah Huebsch, cuenta acerca de un día, durante la época navideña, en el que varios pacientes la llamaron para pedirle ayuda por sus problemas respiratorios. Mientras ella oraba para comprender que el Cristo no podía ser apagado por el materialismo de las fiestas, todos los casos fueron sanados.
Este era el mensaje que yo necesitaba escuchar. Me di cuenta de que había permitido que las actividades relacionadas con las diferentes funciones que cumplía tuvieran prioridad, y realmente el estar tan constantemente ocupada, estaba apagando al Cristo de mi vida: la percepción de mi unidad con Dios. Decidí comenzar cada día poniendo a Dios primero al leer la Lección Bíblica semanal de la Ciencia Cristiana, algo que generalmente dejaba para hacer al final del día. También comencé a orar con más regularidad por mí misma, como la Sra. Eddy nos enseña. Como resultado, pensaba menos en mi cuerpo y más en Dios, y mi temor fue desapareciendo proporcionalmente.
Al mes siguiente, mi esposo y yo fuimos invitados a hacer un viaje corto a las Bahamas con otra pareja. Me sentí en libertad de hacerlo al no tener más temor por la condición física, y pude participar en todas las actividades. Incluso pasé un tiempo en una cinta caminadora, leyendo la Lección mientras caminaba.
Para cuando terminó el viaje, mi respiración se había vuelto natural y libre, y no tenía palpitaciones ni agitación del corazón. Estaba completamente sana, y los síntomas no han vuelto a manifestarse en los muchos años transcurridos desde entonces.
Estoy muy agradecida por el apoyo de los practicistas y las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana. Es muy cierto lo que escribe la Sra. Eddy en la página 195 de La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea: “Finalmente se aprende que la Ciencia Cristiana no es ningún despreciable acto de prestidigitación ideal por el cual nosotros, pobres mortales, esperamos vivir y morir, sino un hálito fresco que, desde lo profundo, viene de Dios, por quien y en quien el hombre vive, se mueve y tiene su ser imperecedero”.
Anne Stafford Petkus
Chicago, Illinois, EE. UU.
