Me encanta decir con mucha gratitud que siempre he sido bendecida por la Ciencia Cristiana. Desde temprana edad, cuando asistía a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, me gustaba pensar que era Científica Cristiana y poder recurrir a Dios para cada necesidad.
Cuando era una joven adulta en mi primer año de universidad, me uní a la Organización de la Ciencia Cristiana (OCC) allí y también me afilié a La Iglesia Madre —La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston— lo cual me dio el placer de leer de la Biblia y el libro que la acompaña, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, en las reuniones de la OCC.
Durante esa época, también comencé a salir con un joven en la universidad. Él era muy respetuoso y era agradable estar con él; yo apreciaba que asistiera regularmente a su propia iglesia. Sin embargo, cuando salíamos íbamos a muchas fiestas donde se bebía y fumaba. Yo siempre me había opuesto con firmeza a los cigarrillos y al alcohol, pero muy pronto comencé también a participar.
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