Casi todo el mundo ha tenido que lidiar con el desaliento en algún momento. Incluso Moisés, sabio y fiel a Dios como era, se desanimó cuando los hijos de Israel se cansaron del desierto. Dijo: “No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía” (Números 11:14). Elías se desanimó cuando Jezabel juró quitarle la vida. Él “anduvo por el desierto un día de camino, y vino y se sentó bajo un enebro; pidió morirse y dijo: Basta ya, Señor, toma mi vida porque yo no soy mejor que mis padres” (1 Reyes 19:4, LBLA). Los pensamientos de estos patriarcas quedaron tan atrapados en el desaliento que pidieron morir. Olvidaron que el pueblo no era la carga que ellos debían llevar.
El Dios omnipotente se ocupa de cualquier carga. Él ya había liberado a Moisés y a los hebreos de Egipto, y los estaba proveyendo de lo necesario en el desierto. Elías, mediante el poder de Dios, había vencido a los profetas de Baal. Y en las situaciones aparentemente desesperadas mencionadas al principio de este artículo, Dios también les proporcionó el camino a seguir a Moisés y Elías. Moisés recibió ayuda de otros que aliviaron su carga. Elías fue alimentado por los ángeles de Dios en el desierto y aprendió acerca de la “voz callada y suave” (KJV) de Dios. Así que sabemos que se puede vencer el desaliento.
No obstante, cuando nos sobreviene el desánimo respecto a algo que estamos tratando de lograr, a menudo lo acompaña otro sentimiento que complica nuestros esfuerzos —la condenación de uno mismo— y llegamos a la conclusión de que no solo estamos deprimidos, ¡sino que somos la causa de ello! Y el miedo entra sigilosamente.
Entonces, ¿cuál es nuestra responsabilidad? La responsabilidad que tenemos es la de examinar nuestros pensamientos y permanecer cerca de Dios, el Amor divino. Necesitamos mantener firmemente en la consciencia nuestra inseparabilidad de nuestro Padre-Madre Dios, y ese poder está eternamente con Dios. Cristo Jesús dijo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Juan 5:30).
Como no tenemos poder por nosotros mismos, no tenemos la capacidad de causar nada; ningún poder para ser una causa. Dios es la única causa. Necesitamos asegurarnos de que nuestros propios pensamientos sean correctos. Procedemos adecuadamente al comprender que somos inseparables de Él debido a que somos la expresión espiritual de Dios, de la Verdad divina. Entonces podemos ver la diferencia entre el Cristo, la Verdad, que habla a nuestra consciencia y las sugestiones mentales erróneas que tergiversan la Verdad.
¿Qué son las sugestiones mentales erróneas? Son mentiras que no concuerdan con lo que Dios sabe sobre nosotros como Sus amadas ideas espirituales. Estas mentiras pueden manifestarse como temor, dolor, sugestión de fracaso al revisar la historia de errores pasados o no ver ningún progreso en nuestra vida. Pero esta es la obra del diablo, y Cristo Jesús nos dijo que el diablo es “homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44). En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la definición de diablo de Mary Baker Eddy incluye: “El mal; una mentira; el error; ni corporalidad ni mente; lo opuesto de la Verdad; una creencia en el pecado, la enfermedad y la muerte; magnetismo animal o hipnotismo; la lujuria de la carne, la cual dice: ‘Soy vida e inteligencia en la materia’” (pág. 584).
A pesar de las duras pruebas, Cristo Jesús no cedió a esas mentiras, no fue derrotado por el desaliento ni condenó a quienes necesitaban ser sanados. Enseñó a la gente a ir y someterse solo a Dios, el bien, y aceptar la verdad de su identidad espiritual. Los animó diciendo “no temáis” (Mateo 14:27) y “vete, y no peques más” (Juan 8:11).
Un día, entré en mi auto, pero estaba pensando en todas las cosas que tenía que hacer ese día, así que cuando presioné el acelerador el auto no se movió. Lo había dejado en posición de estacionamiento. Yo también había dejado mi pensamiento “en esa misma posición”. En otras palabras, todavía estaba sentado mentalmente en el mismo lugar y no podía progresar.
No hubo ni temor ni condenación ni desaliento, sino la afirmación de mi unidad, mi unión, con Dios.
La condenación de uno mismo y el desaliento son como entrar en el auto y dejarlo en posición de estacionamiento. Esto nunca te llevará a ningún lado. Nos quedamos quietos, revisando nuestra lista de errores y fracasos pasados, preguntándonos si seguiremos cometiendo errores.
Cristo Jesús eliminó el miedo haciendo la voluntad de Dios. Su voluntad es buena y es el Amor divino el que echa fuera el temor. ¿Qué le dijo Jesús al diablo o al miedo? “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Mateo 4:10). Sí, Jesús adoraba solo a Dios. Esta unidad, esta unión de su pensamiento con Dios, le daba autoridad sobre todo mal. Al estar unido a la Verdad y el Amor, nos mostró cómo mantener nuestros pensamientos puros con el Amor divino y permanecer sanos con la Verdad divina.
El apóstol Pablo nos dice: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8). Cuando nos comprometemos conscientemente a honrar a Dios, entonces descubrimos que nuestro carácter se va asemejando más a Él y mejora nuestra salud.
Hace años, tuve una victoria memorable sobre el desaliento y la condenación propia (véase testimonio de Kathryn Lynn Fish con colaboraciones de T. Michael Fish en el Christian Science Sentinel del 3 de abril de 1978). Mientras trabajaba para la Marina de los Estados Unidos, viajé a cierta ciudad para asistir a una reunión. Luego regresé a casa, pasé un buen fin de semana y llegué al trabajo el lunes siguiente. Recuerdo que puede que me haya sentido un poco raro, pero no parecía nada que me hiciera quedar en casa y faltar al trabajo.
Tan pronto como entré a la oficina, una persona tras otra me detuvo y me preguntó si me sentía bien. Después de que varias lo hicieran, quise saber por qué tanta gente estaba preocupada por mi salud. Me mostraron la portada de varios periódicos que hablaban de una dolencia llamada enfermedad del Legionario, la que se había descubierto en la ciudad a la que yo había viajado. Mucha gente se había enfermado y algunos ya habían muerto. Leí el artículo detenidamente y revisé los síntomas mencionados de la enfermedad.
Antes del fin del día tenía todos los síntomas. No se lo dije a nadie, para que no supieran que estaba lidiando con eso, y regresé a casa paralizado por el miedo. ¡Me sentía tan desanimado! Traté de sentir la presencia de Dios, pero solo podía ver lo que posiblemente había hecho mal. Me condené una y otra vez por lo que podría haber hecho de manera diferente: ¿Por qué me dejé envolver tanto por esos aterradores artículos de los periódicos? ¿Y por qué había decidido hacer el viaje de todos modos? ¿Realmente necesitaba ir?
Cuando llegué a casa, estaba enfermo, asustado y muy desalentado. Inmediatamente llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí, porque sentía que iba a morir. Después de contarle lo que acababa de suceder, el practicista me habló con firmeza de la naturaleza infinita y eterna de la Vida, declarando con energía que “Dios es Vida y Dios es Todo. Eres el reflejo de Dios. No puedes morir”. Esto llevó mi pensamiento directamente a Dios, directamente al Cristo, la Verdad, alineando mi pensamiento con mi identidad como el reflejo de Dios, el Espíritu, no la materia. No hubo ni temor ni condenación ni desaliento, sino la afirmación de mi unidad, mi unión, con Dios. No podía estar sujeto al temor, la enfermedad, el desaliento o la condenación propia, sino solo a la pureza y perfección de Dios. Estaba haciendo lo que Cristo Jesús dijo que hiciera. Había prestado atención a “No temáis” y dejado de aferrarme a las mentiras acerca de mí, obedeciendo esencialmente la orden: “Vete, y no peques más”.
Cuando recurrimos a Dios y sabemos que nunca estamos separados de Él, el Amor, la Vida, la Mente, descubrimos que nunca se ha ido de nuestro lado.
El practicista me había ayudado a realinear mi pensamiento con Dios, así como los ángeles lo habían hecho con Moisés y Elías. Mi pensamiento había regresado a la verdad. ¡Estaba sujeto solo a Dios! Esa noche, todos los síntomas se disolvieron en su “nada nativa”, como dice Ciencia y Salud (pág. 365). Sané por completo y volví a trabajar al día siguiente. Uno de mis compañeros de trabajo comentó que me veía muy bien, y todos estaban encantados de que estuviera totalmente sano.
El practicista me había ayudado a sacar mi pensamiento de la “posición de estacionamiento”, y comencé a avanzar, subiendo la montaña proverbial. A medida que sacamos nuestros pensamientos del estacionamiento, eliminando el desaliento y la condenación propia, progresamos espiritualmente y sanamos.
Cuando recurrimos a Dios y sabemos que nunca estamos separados de Él, el Amor, la Vida, la Mente, descubrimos que nunca se ha ido de nuestro lado. Somos testigos de que Dios, el Amor, es nuestro liberador, así como el de todos, y atiende cada necesidad. ¿Por qué? Porque escuchamos los mensajes de Sus ángeles y reconocemos nuestra unidad con Él, y pensamos solo en aquello que es semejante a Dios. Esta alineación correcta del pensamiento nos libera del temor y el desaliento, porque ya no miramos la materia ni nos condenamos por no haber hecho algo. De esta manera, estamos haciendo lo que Ciencia y Salud nos enseña: “Mantén tu pensamiento firmemente en lo perdurable, lo bueno y lo verdadero, y los traerás a tu experiencia en la proporción en que ocupen tus pensamientos” (pág. 261).
Al recurrir directamente a Dios, la Mente, con cada pensamiento, experimentamos cada vez menos desaliento o condenación propia. Vemos pureza, salud y santidad a medida que avanzamos por el camino. En sus Escritos Misceláneos 1883–1896, Mary Baker Eddy afirma: “La Mente inmortal es Dios; y esta Mente se manifiesta en todos los pensamientos y deseos que atraen a la humanidad hacia la pureza, la salud, la santidad, y las verdades espirituales del ser” (pág. 37). Disfruta del viaje.
