A mediados de la década de 1970, hice un viaje de negocios de Los Ángeles a Frankfurt, Alemania. El viaje comenzó a última hora de la tarde e incluyó un cambio de avión en la Ciudad de Nueva York. Cuando llegué allí, tenía síntomas de gripe, y eran tan agresivos que no podía pensar con suficiente claridad como para orar por mí mismo.
No había asientos vacíos en la sala de espera para el vuelo a Frankfurt, así que me senté en el piso y comencé a leer cuidadosamente el capítulo “La práctica de la Ciencia Cristiana”, de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Continué leyendo durante el vuelo a Frankfurt y terminé de leerlo mientras el avión se preparaba para descender.
Cuando finalicé el capítulo, me di cuenta de que había sanado por completo. Y aunque había estado leyendo toda la noche, también me sentía descansado, como si acabara de dormir bien. Además, había un asistente de vuelo sentado a mi lado durante el descenso. Me dijo que todos los asistentes de vuelo tenían gripe cuando salimos de Nueva York, y que se sentían bien al llegar a Frankfurt.
Esta experiencia fue crucial para consolidar mi confianza en el hecho de que la curación es una consecuencia inevitable de leer Ciencia y Salud. La experiencia paralela de los auxiliares de vuelo fue una señal para mí de que “el bien es más contagioso que el mal…” como explica la Sra. Eddy en su ensayo “El contagio” que comienza en la página 228 de Escritos Misceláneos 1883–1896.
Estoy maravillado por el regalo de la Ciencia Cristiana que la Sra. Eddy descubrió y le dio al mundo.
Jim Williams
Yorba Linda, California, EE.UU.