Si te dijeran que Jesús va de camino a tu casa, ¿estarías todavía preocupado por algún problema en tu vida? ¡Probablemente no! Estarías seguro de que una solución sería inevitable. ¿Es posible tener este tipo de confianza en la curación espiritual hoy, aunque Jesús ya no esté aquí?
A través de mi estudio de la Biblia y de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, he llegado a comprender que el poder sanador que Jesús demostró no dependía de su presencia física. Un Dios del todo amoroso e inteligente no introduciría el fenómeno de la curación espiritual solo para unos pocos afortunados que se cruzaron con Jesús durante los pocos años de su ministerio. En cambio, como explica la Ciencia Cristiana, el Cristo, la idea espiritual de Dios, está siempre presente en la consciencia humana, y es esta presencia del Cristo la que Jesús ejemplificó y demostró tan plenamente en su obra sanadora.
El trabajo de curación que Jesús realizó hace más de dos mil años habla acerca del hecho científico de un Dios amoroso que crea y preserva Su propia creación, incluyéndonos a ti y a mí. Jesús entendía claramente la verdadera identidad espiritual del hombre; sabía que cada individuo es una idea o expresión de Dios, el bien, y esta perspectiva pura del hombre tuvo como resultado las curaciones de ceguera, miembros secos, pecado e incluso la muerte. Demostró que la luz de la presencia del Cristo disipa las sombras del temor, la duda y la enfermedad con un consuelo tierno y espiritual que está al alcance de todos. Nuestra tarea es emular la obra de Jesús demostrando la realidad de un Dios del todo amoroso mediante la curación, a pesar de la evidencia de discordia y enfermedad que a veces puede parecer abrumadora.
Esta es en realidad la actividad del Cristo, en la que la comprensión espiritual ilumina la consciencia humana y produce la curación. Esta curación no es el resultado de un cambio en la materia, sino el efecto de un cambio en la consciencia humana, siendo la materia el estado subjetivo de nuestro pensamiento humano. La Sra. Eddy explica: “El Cristo es incorpóreo, espiritual, sí, la imagen y semejanza divina, que disipa las ilusiones de los sentidos; el Camino, la Verdad y la Vida, que sana a los enfermos y echa fuera los males, que destruye el pecado, la enfermedad y la muerte” (Ciencia y Salud, pág. 332).
Contemplar la presencia del Cristo me trajo consuelo y curación cuando exhibí todos los síntomas de neumonía. La inspiración del Cristo en el poema de la Sra. Eddy “La oración vespertina de la madre”, al que se le puso música en el Himnario de la Ciencia Cristiana, fue especialmente útil. El poema habla de la “gentil presencia” de Dios, que cuida de nosotros y nos hace progresar; que el Amor es nuestro “refugio” y “Su brazo nos rodea con amor” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 389). Las palabras de este poema me ayudaron a recordar el mensaje del Cristo de que el amor de Dios por nosotros siempre está en funcionamiento, cuidando y defendiendo a todas Sus ideas todo el tiempo.
Como explica la Ciencia Cristiana, el Cristo, la idea espiritual de Dios, está siempre presente en la consciencia humana.
En un momento de gran temor, me vino el pensamiento del Cristo: “Si supieras a ciencia cierta que Dios está aquí contigo, ¿te preocuparías? No, claro que no. Entonces, ¿por qué estás preocupada, ya que sabes que esto es cierto?” Razoné que, puesto que Dios es real, Dios está presente y Dios es Amor, todo está bien. La presencia del Cristo nos asegura estas verdades. Tenía que estar segura de que Dios no solo es real sino infinito, el único creador de la vida, y que el hombre es una manifestación de esta inteligencia infinita y no una manifestación dolorosa y enferma de la materia. La enfermedad y la dolencia no pueden tener realidad ni poder porque no provienen de Dios.
Ciencia y Salud afirma: “No existe poder aparte de Dios. La omnipotencia tiene todo el poder, y reconocer cualquier otro poder es deshonrar a Dios. El humilde Nazareno derrocó la suposición de que el pecado, la enfermedad y la muerte tienen poder. Él comprobó que eran impotentes” (pág. 228). Y en otro lugar dice: “La creencia de que el hombre tiene cualquier otra sustancia, o mente, no es espiritual y quebranta el Primer Mandamiento: Tendrás un único Dios, una única Mente” (pág. 301).
Decidí que cada vez que sintiera dolor o malestar, derrocaría esa suposición hablando con la autoridad del Cristo directamente al error (la creencia en la materia inteligente o en un poder opuesto a Dios). Declaré: “Error, no importa lo que digas o afirmes sobre mí, no me moverás. Puedes arrojarme a un foso de leones o a un horno de fuego, pero me niego a quebrantar el Primer Mandamiento. Me niego a creer que haya otra causa, creador o poder aparte de Dios. Mi único Dios es el Amor, y el Amor es lo único que me gobierna a mí y a mi experiencia. Tengo vida porque Dios es mi Vida, y eso es todo”.
También resolví apegarme al Primer Mandamiento. Y después de tan solo dos días de haber tomado esta posición firme a favor de la Verdad, todo el dolor persistente se desvaneció.
No mucho después de esta experiencia, visité La Iglesia Madre, La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston, y esta inscripción en la pared de la iglesia me recordó el firme enfoque que había adoptado al enfrentar el error: “Cuando el error te confronte, no escatimes la reprensión o la explicación que destruye el error” (Ciencia y Salud, pág. 452).
Estoy sumamente agradecida hoy de declarar que estoy libre de la enfermedad, con una mejor comprensión de la presencia eterna del Cristo sanador. La Sra. Eddy escribió: “Permaneced en Su palabra, y ella permanecerá en vosotros; y el Cristo sanador se verá manifestado en la carne nuevamente —comprendido y glorificado” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 154). Jesús demostró la ley del Cristo para la humanidad. Pero no fue sino hasta que Mary Baker Eddy descubrió la Ciencia Cristiana que sus enseñanzas y curaciones pudieron ser comprendidas científica y espiritualmente. Con la revelación de esta Ciencia del Cristo, tenemos el gran privilegio de poder confiar con comprensión en la presencia del Cristo, que siempre nos proporciona inspiración celestial y valor para enfrentar y vencer la discordia.