Oré el día que George Floyd, un hombre negro, murió en manos de un oficial blanco cuando estaba bajo custodia policial. Mi oración fue algo así: “¿Qué, Señor? ¿Qué pienso? ¿Qué debo hacer?”.
Había algo sumamente inquietante en la naturaleza de la muerte del Sr. Floyd. Era una afrenta muy grande contra la humanidad. Sin embargo, la transmisión de una muerte en circunstancias similares, filmada en teléfonos celulares por testigos, es algo que hemos visto, oído y leído muchas veces antes.
Mi oración ese día me llevó a leer muchas veces la lección bíblica semanal del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Contenía pasajes poderosamente sanadores de la Biblia y de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, y me mantuve estrechamente aferrado a ellos toda la semana, orando para saber que el Espíritu Santo estaba conmigo y con todos.
Debido a las curaciones que he experimentado durante varias décadas en mi práctica de la Ciencia Cristiana, sé con convicción que Dios nos ama a todos como Sus hijos. Y sé que Dios es la Vida misma. Entonces, continué orando sabiendo que tendría una respuesta satisfactoria a mi pregunta inicial: “¿Qué, Señor?”
Mi respuesta llegó cuando leí esta declaración en Ciencia y Salud: “El mal no tiene ningún poder, ninguna inteligencia, porque Dios es el bien y, por lo tanto, el bien es infinito, es Todo” (págs. 398–399). Al leer esto, me di cuenta instantáneamente de que el tipo de injusticia sufrida por el Sr. Floyd, y las circunstancias sociales en general que permiten que ocurran sucesos tan terribles, no son tan solo una afrenta contra la humanidad, son una audaz afrenta contra Dios, el Amor divino. Al comprender esto mi determinación espiritual se renovó. Sé que no hay poder mayor, igual o distinto a Dios. Y mi convicción se hizo eco de estas palabras del profeta Nahum en la Biblia: “Bueno es el Señor, una fortaleza en el día de la angustia. … Lo que traméis contra el Señor, Él lo hará completa destrucción” (Nahum 1:7, 9, LBLA).
Ha habido pruebas prometedoras de que se está produciendo un cambio respecto al rechazo del mal. Los responsables de la muerte del Sr. Floyd deben asumir su responsabilidad. Ha habido protestas globales de personas de diferentes etnias, nacionalidades y grupos socioeconómicos y raciales que apuntan y abrazan el hecho de que la vida de la gente negra importa. También ha habido un clamor para sanar el racismo, que el diccionario en línea Merriam-Webster define como “la creencia de que la raza es el principal determinante de las capacidades y rasgos humanos, y que las diferencias raciales producen la superioridad inherente de una raza en particular”.
Mantener una visión correcta y puramente espiritual de cada uno de nosotros como
la creación amada de Dios, protege y sana.
Cuando la Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, habla en su obra fundamental, Ciencia y Salud, acerca de cómo sanar la enfermedad, indica que es necesario estar alerta al hecho de que, para aquellos que están enfermos, “la enfermedad es más que fantasía; es una sólida convicción”. Esto también puede decirse del pecado. Cuando oro por el pecado del racismo, encuentro que esta idea es instructiva porque me dice que la convicción generalizada llamada “racismo” debe tomarse en serio en nuestras oraciones, enfrentarse y sanarse. Ciencia y Salud indica cómo manejar una “sólida convicción” y sanarla. Debe tratarse y ser destruida “por medio de la comprensión correcta de la verdad del ser” (pág. 460).
Mientras considero en oración la “comprensión correcta de la verdad del ser”, pienso en mi propia identidad como hombre negro y en la identidad de otros hombres y mujeres negros, y recuerdo mi explicación favorita de lo que realmente somos, que también aparece en Ciencia y Salud: “La identidad es el reflejo del Espíritu, el reflejo en formas múltiples y variadas del Principio viviente, el Amor” (pág. 477).
Cuando analizo esta frase, se me ocurren las siguientes normas o verdades esenciales sobre nuestra identidad: Cada uno de nosotros es el reflejo del Espíritu, Dios; reflejamos el Espíritu, Dios, ahora; lo que somos, y todo lo que realmente somos, está hecho de la sustancia espiritual de Dios; Dios es el Amor infinito; somos el reflejo del Amor; Dios es Todo; por lo tanto, cada individuo es el hijo de Dios, la imagen y semejanza del Espíritu.
Ha habido muchas, muchas ocasiones en mi vida en las que la comprensión de estas verdades me ha protegido. Mi comprensión de mi identidad y la de los demás como hijos de Dios ha combatido gloriosamente los casos de racismo. (Por ejemplo, véase “From racial profiling to ‘You are my brother,’” Sentinel, March 7, 2011.)
También he aprendido que la mansedumbre en la presencia del Dios Todopoderoso no es debilidad, sino fortaleza. Hay numerosos ejemplos de personas de origen humilde en la Biblia que caminaron con Dios y reconocieron Su omnipresencia y omnipotencia. Su reflejo de la presencia y el poder del Amor divino fue capaz de dividir mares, detener guerras y salvar a miles de personas del hambre. Y en la vida y el ejemplo de Jesús, el Hijo de Dios, su sentido puro de la omnipresencia y omnipotencia de Dios sanó y transformó vidas y cambió el mundo para siempre.
Los relatos de las curaciones de Jesús nos muestran que cada uno de nosotros es el reflejo del Dios Todopoderoso, por lo que ninguno de nosotros es inferior a los demás, ni pueden hacernos sentir inferiores. Nadie puede ser verdaderamente, ni pronunciar con precisión que es superior a otro individuo, porque no hay nadie más grande que Dios, a quien todos reflejamos.
Es cierto que la vida de todas las personas negras importa, porque todos y cada uno de nosotros somos igualmente esenciales para Dios, hechos a Su imagen y semejanza, espirituales y buenos. Esta realidad espiritual quita las garras de toda “sólida convicción” que diga lo contrario. Así es como estoy tomando medidas para sanar el racismo. Mantener una visión correcta y puramente espiritual de cada uno de nosotros como la creación amada de Dios, protege y sana.