Después de pasar los últimos meses tanto tiempo sola en casa debido a la pandemia, me sorprendió un poco descubrir que en general estaba contenta de estar sola. Pero, aunque no echaba de menos mis interacciones sociales tanto como había pensado, a veces luchaba porque me sentía desconectada del resto del mundo.
Mientras buscaba un sentido más profundo de unidad, hubo tres cosas que me ayudaron a superar ese sentimiento de desconexión. El primero fue un cambio en mis prioridades. Comencé a ver que esta soledad era una oportunidad para ver más allá de mí misma y considerar las necesidades del mundo.
Empecé a ver que a la luz de los problemas que parecían cobrar más importancia cada día, responder a las necesidades de la humanidad a través de un enfoque espiritualmente científico de la oración, era más importante que algunas de las actividades sociales en las que de otra manera habría participado. Tener menos distracciones me dio la oportunidad de concentrarme en las prioridades espirituales.
Este cambio de actitud me llevó a hacer algo que me permitió sentir una mayor unidad con los demás en todo el planeta. Me di cuenta de que podía usar mis momentos extra a solas para orar por el mundo recurriendo al Amor divino en busca de respuestas. La Biblia dice: “Dios es amor” (1 Juan 4:8), y yo sabía que mantener esta verdad en el pensamiento ayudaría a sacar a relucir el bien que está presente en la creación de Dios sin importar cuán oculto pueda parecer en las circunstancias actuales.
Después de tener momentos de soledad, Jesús realizó algunas de sus más grandes obras de curación.
Cristo Jesús tuvo mucho que decir acerca del Amor que es Dios. Y ya sea que estuviera orando solo o predicando a miles de personas, mantuvo un claro sentido de unidad con el Amor divino, el poder que lo guió y protegió durante todo su ministerio.
Jesús pasó mucho tiempo solo, por decisión propia. Y después de esos momentos de soledad, a menudo realizaba algunas de sus mayores obras sanadoras.
“A la mañana siguiente, antes del amanecer, Jesús se levantó y fue a un lugar aislado para orar”, nos dice la Biblia. Luego “recorrió toda la región de Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando demonios” (Marcos 1:35, 39, NTV). También sanó a un leproso, y “como resultado”, dice el versículo 45, “grandes multitudes pronto rodearon a Jesús, de modo que ya no pudo entrar abiertamente en ninguna ciudad. Tenía que quedarse en lugares apartados, pero aun así gente de todas partes seguía acudiendo a él”.
Así como Jesús pudo bendecir a grandes multitudes a través de su pensamiento inspirado por el Cristo, nuestras oraciones de hoy pueden abrazar y elevar a quienes necesitan apoyo en todo el mundo. Todos estamos unidos unos a otros por ser aspectos esenciales y distintos de la creación del Amor, y cada uno está incluido y es capaz de disfrutar de este entrañable compañerismo, como lo describe bellamente la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, en una carta a varias iglesias filiales de Cristo, Científico: “Una gran sensatez, un algo poderoso sepultado en las profundidades de lo invisible, ha forjado una resurrección entre vosotros, y se ha trasformado de pronto en amor viviente. ¿Qué es este algo, este fuego del fénix, esta columna de nube que durante el día ilumina, orienta y guarda vuestro camino? Es la unidad, el vínculo de la perfección, la inmensurable expansión que circundará al mundo, la unidad, que hace que nuestro pensamiento más íntimo se desarrolle hasta alcanzar lo más grande y mejor, la suma de toda realidad y todo bien” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 164).
La tercera cosa que me ayudó fue esperar una respuesta tangible al deseo natural de estar conectados, algo que personas de todo el mundo comparten, incluso yo. ¿Cuál sería el sentido de la existencia del Amor divino universal si el objeto de este Amor — cada uno de nosotros, como creación de Dios— no estuviera consciente de su presencia?
Recuerdo una época en que estuve luchando con una sensación de ineficiencia y anhelo de comodidad. Después de algunas lágrimas, descubrí un mensaje de texto en mi teléfono. Era de una amiga muy cercana que vive a ocho mil kilómetros de mí. Aunque esta amiga generalmente se acuesta bastante temprano, eran las 2:00 de la madrugada cuando envió el mensaje de texto. Se despertó de repente y pensó en mí. En nuestro breve intercambio, ella compartió algunos pensamientos muy alentadores desde una perspectiva espiritual. Me fui a dormir tranquilamente y me desperté sintiéndome renovada e inspirada.
Un himno dice: “La fe, la esperanza y la alegría están con todos nosotros; / compañeros como estos grandes son” (Marion Susan Campbell, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 34, según versión en inglés). Dado que estas tres cosas son cualidades de pensamiento derivadas de Dios, nunca podemos estar sin ellas. Y aunque la perspectiva de acurrucarnos en el sofá con fe, esperanza y alegría al principio pueda parecer extraña, he descubierto que son una buena compañía, porque expanden nuestro pensamiento acerca de nuestra vida y nunca nos abandonan mientras estemos listos para albergarlas. Además, jamás nos dejan donde nos encontraron, porque al acompañarlas, crecemos espiritualmente.
Otro himno dice, refiriéndose al Amor divino:
Te busco en mi necesidad
y siempre Te hallaré;
. . . . .
Tú llenas, fiel, mi soledad.
(Samuel Longfellow, Himnario, N° 134)
¿Cómo llena nuestra soledad la presencia del Amor? La Sra. Eddy explica en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El hombre no está absorbido en la Deidad, y el hombre no puede perder su individualidad, pues refleja la Vida eterna; ni es una idea aislada y solitaria, pues representa la Mente infinita, la suma de toda la sustancia” (pág. 259).
Si nosotros, como creación de la Mente infinita, o Dios, representamos “la suma de toda la sustancia”, entonces nunca podremos ser “una idea aislada y solitaria” o carecer, por un solo momento, de algún aspecto de esa sustancia. La sustancia espiritual incluye plenitud, paz, compañerismo, todo lo que podamos necesitar, y llena nuestra soledad con el Amor divino. La sustancia espiritual abarca toda la creación, por lo que nadie puede estar sin ella. Reconocer esta verdad para nosotros mismos y para todos alrededor del mundo es una forma de sentir más profundamente nuestra unidad con Dios y entre nosotros, incluso en nuestros espacios individuales. Y ayuda a otros a hacer y sentir lo mismo, en todas partes. Cada uno de nosotros está perpetuamente en los brazos del Amor infinito, allí mismo donde estamos, en todo momento.