Un verano, fui a un campamento para Científicos Cristianos que me encanta. Un día, mis compañeras de cabaña y yo fuimos a la de al lado. Llevaba solo calcetines, y al caminar hacia la otra cabaña, pisé con fuerza sobre algo afilado. Instantáneamente sentí dolor en el pie y comencé a lagrimear. Miré la planta del pie y vi que tenía una tachuela clavada. Empecé a llorar.
Una de mis consejeras me preguntó por qué lloraba y le conté lo que había sucedido. Ella me ayudó a sentarme en una silla y fue a buscar a la mamá del campamento.
Una de mis amigas tenía un ejemplar del Himnario de la Ciencia Cristiana, y ella y todas las otras chicas de ambas cabañas comenzaron a cantar el Himno 148, que comienza así:
No teme cambios mi alma
si mora en santo Amor;
segura es tal confianza,
no hay cambios para Dios.
(Anna L. Waring)
El himno me aseguró que el amor de Dios no cambia, y que Su amor siempre nos mantiene a todos a salvo. Estaba rodeada por el amor de Dios sí o sí. El dolor despareció mientras mis amigas me cantaban el himno.
Me sentía demasiado amada como para sentir dolor.
A la mitad del himno, mi consejera regresó con la mamá del campamento, y ella me sacó la tachuela. ¡No había sangre! Y ni siquiera la más mínima marca. Parecía como si nada hubiera pasado. Esto me recordó lo que había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana acerca de que no hay lugar donde no esté Dios, ya que Él está siempre presente.
Pude hacer todas mis actividades ese día sin ningún problema, y disfruté mucho el resto del tiempo en el campamento. Estoy agradecida por esta curación.