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Original Web

La promesa eterna de Dios: Yo estoy contigo

Del número de enero de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 12 de octubre de 2020 como original para la Web.


Acababa de enviudar y tenía dos hijos adolescentes, era ama de casa y hacía décadas que no estaba en el mundo de los negocios. Sin los ingresos de su marido, temía no poder mantener a su familia. Pero mi mamá era una mujer que amaba mucho a Dios y tenía una confianza aún mayor en Él. En su Biblia muy usada, ella había subrayado estas palabras: “Tu esposo es tu Hacedor”. El pasaje completo dice: “No temas, pues no serás avergonzada; ni te sientas humillada, pues no serás agraviada; sino que te olvidarás de la vergüenza de tu juventud, y del oprobio de tu viudez no te acordarás más. Porque tu esposo es tu Hacedor, el Señor de los ejércitos es su nombre; y tu Redentor es el Santo de Israel, que se llama Dios de toda la tierra” (Isaías 54:4, 5, LBLA).

¡Estas palabras no son solo para las viudas! Son para todos, casados ​​o no. La verdad espiritual es que incluso cuando nos sentimos solos o estamos en circunstancias extremas, Dios, en Su completo y total amor por el hombre, cuida de cada uno de nosotros. Y abrir nuestro corazón para comprender esta relación puede satisfacer nuestras necesidades de manera práctica. Dios, el Amor inquebrantable, consuela, cuida y provee lo necesario, abriga, abraza, anima, apoya y fortalece a Sus hijos. Tomar consciencia de esto disipa las inquietudes y preocupaciones que parecerían obstaculizar o reprimir nuestro verdadero ser espiritual.

La Biblia afirma: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, . . . ni lo presente, ni lo por venir, . . . nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38, 39). Ninguna situación puede interponerse entre nosotros y el amor de Dios por nosotros. Vivimos rodeados y capacitados por Su gran amor.

¿Has pensado alguna vez en Dios como la gran causa y en ti como Su maravilloso efecto? Mary Baker Eddy, quien siguió las enseñanzas de Jesús toda su vida, descubrió una nueva comprensión de Dios, el Espíritu, como la única realidad, y al hombre como el efecto totalmente espiritual de Dios. Su descubrimiento, la Ciencia Cristiana, muestra que esta comprensión espiritual de Dios y el hombre puede resolver cualquier problema. Puesto que somos el efecto de Dios, cada uno de nosotros es el resultado de Su inteligencia, fortaleza, poder, misericordia, afecto, majestad y armonía.

La vida de Jesús ilustró esta coexistencia con Dios, una coexistencia que lo convirtió en una transparencia para que Dios brillara a través de él, trayendo al Cristo sanador, la Verdad, a cada situación que enfrentaba. Jesús aportó paz a las situaciones más estresantes; encontró provisión en los lugares más inverosímiles; y su oración sanó hasta las enfermedades más crónicas.

¿Has pensado alguna vez en Dios como la gran causa y en ti como Su maravilloso efecto?

De esta coexistencia con Dios, dijo: “Nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8:28, 29). Jesús sabía que esta coexistencia con Dios es cierta para todos Sus hijos. Al comprender esto, podemos vivir por encima y superar el temor, el estrés y el fracaso que a menudo vienen al creer que estamos solos, por nuestra cuenta sin Dios. Él nunca podría sentir temor, estrés o fracaso, y nosotros tampoco cuando sabemos que somos Su efecto y coexistimos con Él.

Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy dice: “Las dolorosas experiencias de la creencia en la supuesta vida de la materia, así como nuestros desengaños e incesantes angustias, nos hacen volver cual niños cansados a los brazos del Amor divino. Entonces empezamos a conocer la Vida en la Ciencia divina” (pág. 322).

La Ciencia Cristiana demuestra las leyes de Dios que Jesús enseñó y vivió. A medida que estudiamos y practicamos esta Ciencia, comenzamos a alejarnos de un punto de vista material y limitado de nosotros mismos —basado en la edad, el estado civil, la posición laboral, la situación financiera, etc. — y recurrimos al concepto bíblico del hombre hecho a semejanza de Dios (véase Génesis 1), compuesto de Sus cualidades. El hombre a semejanza de Dios es honesto, digno, justo, amado, amoroso, bondadoso y misericordioso. La lista sigue y sigue, porque la lista de cualidades que expresa el hijo de Dios es tan infinita como Él. Dentro de esta identidad espiritual, toda buena cualidad está establecida y es permanente, simplemente está a la espera de que la descubramos, aceptemos y vivamos.

Fue esta comprensión de la relación entre Dios y el hombre lo que ayudó enormemente a mi mamá los siguientes años de su vida. Al reconocer su relación interminable con Dios y toda Su bondad, encontró un puesto para servir en su iglesia que le proporcionó ingresos. Era perfecto para ella y le permitió compartir su gran amor por la Ciencia Cristiana con los demás. Ella pudo ayudarnos a mi hermana y a mí a financiar nuestra educación universitaria.

Pero un año, tuvimos que pagar una cuenta bastante alta de impuestos a la propiedad. Ella no estaba segura de cómo cumpliría con esta obligación. Realmente se apoyó en Dios, confiando en que Su cuidado inquebrantable por nuestra familia respondería a este requisito. Refiriéndose a su coexistencia con Dios, una amiga le dijo: “Querida, ni siquiera puedes poner un pedazo de papel entre tú y Dios. Él está así de cerca”. Mi mamá sabía que su coexistencia con Dios estaba intacta y destruiría el temor y la preocupación que tanto la angustiaban. Esa confianza en Dios alivió su miedo. Y días después, recibió inesperadamente un cheque de una inversión que había hecho mi papá. Cuando llegó, me hizo tomar sus manos mientras agradecíamos a Dios por Su abundante cuidado por nuestra familia. Luego me mostró el cheque y me contó del impuesto a la propiedad que ahora podía pagar.

He visto que esta verdad de la coexistencia del hombre con Dios también provee lo necesario a mi familia. Cuando el temor o la preocupación amenazan con alterar mi equilibrio mental o traer estrés o frustración a algún miembro de mi familia, recurro a estas preciosas palabras de Ciencia y Salud y siempre me resultan reconfortantes, instructivas y sanadoras: “Así como una gota de agua es una con el océano, un rayo de luz uno con el sol, así Dios y el hombre, Padre e hijo, son uno en el ser. Las Escrituras dicen: ‘Porque en Él vivimos, y nos movemos, y tenemos nuestro ser’” (pág. 361).

Todos coexistimos con Dios, en cuya presencia no puede haber miedo, preocupación, carencia o enfermedad. Nuestro Hacedor es nuestro “esposo”, sin importar quiénes somos. El gran amor de Dios por cada uno de nosotros es completo e intacto y se está manifestando de maneras que podemos apreciar con claridad.

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