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Original Web

Para jóvenes

Cómo el perdón ayudó a mi familia

Del número de agosto de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 9 de agosto de 2021 como original para la Web.


Como muchos hermanos adolescentes, mi hermana y yo nos peleábamos. Nos queríamos, pero definitivamente discutíamos mucho. No obstante, me tomó de sorpresa cuando una vez, inesperadamente, me amenazó. Me sorprendió porque eso era muy poco peculiar de ella, y me sacudió lo que había hecho. Así que, al día siguiente, decidí fingir que le hacía lo mismo a ella.

No tenía la intención de hacerle daño. Solo quería vengarme, tal vez asustarla lo suficiente como para que nunca más me amenazara. Pero esta vez, mi padre vio lo que estaba sucediendo, y no se dio cuenta de que yo estaba bromeando. Mi hermana tampoco se dio cuenta y huyó de mí, chillando, y se escondió debajo de su cama. Mi papá estaba molesto y me mandó a mi habitación, diciéndome que, si me quedaba allí, no le contaría a mi madre lo que había pasado.  

Después de llorar durante un rato largo por lo que para mí era una gran injusticia, recurrí a mi Biblia, como lo había hecho tantas veces antes. La abrí en la escena de la crucifixión, en la que Jesús le pide a Dios que perdone a quienes lo crucificaron diciendo “porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Si bien sabía que mi injusticia palidecía en comparación con la crucifixión, había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana que cada historia y pasaje de la Biblia se aplica a nuestras vidas cuando oramos con ella y comprendemos su significado más profundo. Así que, fue eso lo que hice.

Mientras oraba con esta idea, me sentí tan inspirada por el ejemplo de Jesús, que me di cuenta de que yo también podía perdonar. Y sentí compasión por mi padre, porque no había entendido lo que estaba pasando. A través de mis oraciones, comprendí hasta cierto punto la bondad y la inocencia de cada uno de nosotros como hijos de Dios. Sentí que mi pensamiento cambiaba y se apartaba de los sentimientos de dolor e injusticia y se volvían hacia el amor y el perdón. Y con eso, dejé atrás la mala experiencia y me sentí tan en paz que me quedé dormida.

Un poco más tarde, me despertaron unos golpecitos en la puerta. Cuando salí de mi habitación, mi mamá me estaba esperando al final del pasillo. Mi corazón se abatió; después de todo, mi papá le había contado lo que había pasado.  

Peor aún, cuando ella me dijo algo con firmeza, debo haber respondido de una manera que a mi padre no le gustó, porque de repente levantó la mano para golpearme. Los pocos segundos que siguieron parecieron minutos. El tiempo se desaceleró, y en ese momento sentí que Dios, el Amor divino, agitaba mis pensamientos. Me encontré pensando: “Padre, perdónalo, porque no sabe lo que hace”.

Lo que pasó a continuación fue increíble. Sentí que me habían golpeado con una almohada, a pesar de que la fuerza del golpe fue suficiente para enviarme al suelo a medio metro de donde había estado de pie. Estaba tan asombrada de lo protegida que había estado que solo estuve medio consciente de que mi padre me decía que dijera: “Sí, señor”. Aunque lo hice rápidamente.  

Después de eso, las cosas se calmaron un poco, y pude contarle mi versión de la historia. (Lo había intentado antes, pero aparentemente él no me había escuchado en realidad.) Cuando le expliqué lo que mi hermana me había hecho originalmente, mi padre dijo que tendría que ser castigada. Escuché a mi hermana gritar de terror desde su dormitorio. Pero antes de que él pudiera hacer algo, le dije a mi padre que la perdonaba. Luego él le dijo a mi hermana que como yo la había perdonado, no había necesidad de castigarla.  

No solo tuve ese completo sentimiento de perdón, sino que cuando me miré en el espejo no mucho después, no tenía ninguna marca en la mejilla, a pesar de que me habían abofeteado con fuerza. Había estado completamente protegida.  

Después de esta experiencia, nunca más fui intimidada por mi padre, a pesar de su mal temperamento. Y las cosas en nuestra familia volvieron a la normalidad, entre mis padres y yo, y entre mi hermana y yo. Además, mi padre nunca volvió a golpearnos a ninguna de las dos.

Esta curación me enseñó cuán poderoso es el perdón genuino. Cuando mi padre levantó la mano para golpearme, no oré para protegerme, ni sabía que el resultado sería la protección. Simplemente sentí amor por mi padre, y ese amor naturalmente me impulsó a pedirle ayuda a Dios para perdonarlo. El efecto dominó de estas oraciones dejó una gran impresión en mí, y desde entonces, he podido confiar más en el poder del Amor para armonizar mis relaciones, incluidas las de mi familia.  

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