“Nooo, otra cosa más”. Eso pensé al ver que el pestillo de mi portaequipaje parecía estar atascado. Acababa de arrojar la segunda tanda de ramas a la pila de abono de la ciudad, y una de las ramas derribadas por el viento había quedado atrapada en él. Ya había quitado la rama del área del pestillo, pero el hecho de que este ahora estuviera atascado significaba que el portaequipaje también estaba atascado en la posición abierta. Diversas situaciones hipotéticas pasaron rápidamente por mi pensamiento. No podía conducir así. ¿Qué debía hacer?
Más temprano ese día, había estado pensando en una frase que conocía muy bien, “como en el cielo, así también en la tierra”, de los escritos de Mary Baker Eddy, y cuando por un momento me tranquilicé un poco mentalmente, la verdad de esa declaración comenzó a disipar la preocupación. Luego surgió una idea, y rápidamente encontré la forma de hacer que el pestillo volviera a funcionar normalmente. ¡Gracias a Dios! En el designio de las cosas, esto fue un inconveniente minúsculo, no obstante, fue un recordatorio del “cielo”, o la armonía, aquí y ahora, y una promesa para la resolución de desafíos más grandes.
¿Cuántas veces hemos deseado que una situación problemática se resuelva bien? En medio de todo lo que parece estar sucediendo hoy en día en muchos frentes, ¿cómo podemos encontrar paz, armonía, salud, soluciones y protección tangibles, integridad, y que las necesidades sean satisfechas? Es decir: ¿Cómo podemos encontrar un poco de cielo, aquí en la tierra?
Desde los tiempos bíblicos hasta hoy, mucho se ha escrito sobre el cielo y cómo se relaciona con el aquí y ahora. En el probablemente más conocido de todos los sermones, el Sermón del Monte, Cristo Jesús compartió una oración, el Padre Nuestro, que se ha orado audible y silenciosamente innumerables veces en todo el mundo. La oración incluye una línea que parece señalar que la humanidad —aquí mismo, ahora mismo— puede experimentar la presencia divina, la realidad divina. Al referirse a Dios, Jesús dijo: “Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10).
Mary Baker Eddy, quien amaba la Biblia y descubrió la Ciencia Cristiana, dio el sentido espiritual de esa línea de este modo: “Capacítanos para saber que —como en el cielo, así también en la tierra— Dios es omnipotente, supremo” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 17).
Así que esto suena maravilloso, especialmente dado que Dios es todo el bien, pero ¿cómo es posible, y qué se supone que debemos hacer cuando lo contrario parece ser cierto a nuestro alrededor? ¿Y cómo podemos saber que Dios, el Espíritu, es supremo en la tierra cuando comúnmente se considera que la tierra es material?
Pienso en aquellos momentos en que, después de recurrir a Dios, he descubierto que para mí, y también para los demás, se ha restablecido la salud, se han encontrado respuestas a desafíos difíciles de resolver, las necesidades han sido satisfechas, las personas con puntos de vista inicialmente diferentes han encontrado una manera constructiva de avanzar, las olas estridentes del océano han parecido disminuir, y más aun — “como en el cielo, así también en la tierra— , Dios es omnipotente, supremo”. Tantas veces se ha visto una forma de avanzar durante o después de situaciones “tormentosas”, cuando la apariencia externa parecía desalentadora.
De maneras modestas podemos reconocer y regocijarnos en lo que Dios está haciendo en la tierra, como en el cielo.
¿Qué ocurrió para que las cosas cambiaran? Hubo oraciones como estas: se hizo una pausa para “escuchar” a Dios; hubo un anhelo silencioso; un esfuerzo profundo; un deseo sincero de alcanzar una comprensión y una perspectiva mejores acerca de Dios y Su gobierno y guía; asimismo, se tuvo la convicción de lo que es posible; mi corazón o el de otro se abrió a la realidad divina; se recurrió a Dios incondicionalmente y con total confianza; se declaró con vehemencia lo que es espiritualmente cierto: en el pensamiento o en voz alta. Todas estas son maneras de abrir el pensamiento a la verdad del ser, a la totalidad de la bondad de Dios —a lo que es del cielo— en lugar de detenerse en lo que está reclamando atención en la tierra. El cielo actual incluye paz genuina, armonía, salud, integridad, provisión, fuerza, capacidad y energía ilimitadas, y el Amor divino que lo abarca todo.
La verdad espiritual del ser está arraigada en las enseñanzas y obras sanadoras de Cristo Jesús, las que se construyeron sobre el fundamento de que Dios, el Espíritu, no solo es el poder predominante, sino el poder único y total y la sustancia del ser verdadero. Y mostró que la realidad divina, la realidad de Dios, incluye Su linaje: cada uno de nosotros, hechos a Su imagen, espirituales.
Jesús probó en cada una de sus obras de curación que la totalidad, o plenitud, de la realidad del todo buena de Dios es accesible, y demostró que la luz y el amor de Dios es lo que realmente gobierna.
Cristo Jesús inherentemente representó la realidad de sus palabras: “como en el cielo, así también en la tierra”. Las explicaciones de los escritos de la Sra. Eddy, derivadas de su profundo estudio de la Biblia, sus obras sanadoras y su experiencia de vida, muestran la Ciencia divina detrás de la misión, las palabras y las obras de Cristo Jesús. Ella lo describió en una serie de maneras coordinadas; por ejemplo; “Jesús es el hombre humano, y el Cristo es la idea divina; de ahí la dualidad de Jesús el Cristo” (Ciencia y Salud, pág. 473). Y “El Cristo es la verdadera idea que proclama el bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana” (Ciencia y Salud, pág. 332). El apóstol Pablo enfatizó el papel tan único de Cristo Jesús una y otra vez, incluso cuando escribió esto: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7).
Mediante el reconocimiento del mensaje eterno del Cristo, el mensaje divino continuo del amor de Dios, podemos aprender más acerca de la dinámica del cielo aquí y ahora y experimentarla más. Sin embargo, cuando los problemas individuales aparentan ser insuperables o parece haber situaciones colectivas inconmensurables con respecto a la salud, la economía, el clima destructivo, los conflictos de larga data, los temas de política, el medio ambiente, el hogar y más, podemos preguntarnos: ¿qué relación tiene dejar que el Cristo entre en nuestro pensamiento con ver evidencias del cielo, la armonía?
El mensaje espiritualmente iluminador de la Biblia, revelado en la Ciencia Cristiana, arroja una luz transformadora sobre esa pregunta. Jesús dijo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17), indicando que, con un cambio de pensamiento impulsado por Dios, podemos comprender que la presencia del cielo, la armonía, está al alcance de la mano, no en algún lugar lejano, “en el más allá”, y que podemos aprovechar esa presencia ahora.
En todos los escritos de la Sra. Eddy, se muestra que la materia no es lo que parece ser, sino simplemente una percepción material objetivada (véase Ciencia y Salud, pág. 374). Como dilucida Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El universo físico expresa los pensamientos conscientes e inconscientes de los mortales” (pág. 484). Y en contraste: “Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo-en-todo” (pág. 468).
Así que cuando nos damos cuenta de que todo lo que observamos aquí en la tierra es en realidad una manifestación del pensamiento, vemos más claramente la conexión entre dar la bienvenida al Cristo en nuestro pensamiento y luego ver la evidencia del cielo, la armonía, en la tierra. El Cristo eterno, al dar el mensaje de Dios acerca de la Verdad eterna, en realidad está siempre presente en la consciencia humana y hablando a la consciencia humana. A medida que el mensaje del Cristo es reconocido en lugar de ser ignorado o negado, nuestra consciencia se espiritualiza, y, a su vez, la forma de pensar y las creencias basadas en la materia se disuelven.
Esto nos permite ver y sentir más tangiblemente el cielo de Dios, la armonía, en nuestra vida cotidiana, como nuestra Guía señala tan vívidamente en Ciencia y Salud: “Por medio del discernimiento del opuesto espiritual de la materialidad, o sea, el camino mediante el Cristo, la Verdad, el hombre reabrirá con la llave de la Ciencia divina las puertas del Paraíso que las creencias humanas han cerrado, ...” (pág. 171).
Al avanzar de esta manera, resplandece más nuestra verdadera naturaleza otorgada por Dios como expresión de amor, salud, integridad, pureza, inteligencia espiritual y capacidad. Vemos que las “creencias humanas” se disuelven en nosotros mismos y en los demás; tales como el temor, la duda, la mala salud, el orgullo, la escasez, la frustración y la ignorancia. Y esto incluye la posibilidad de ver que “creencias humanas” aún más intensas son arrastradas por el poder divino: el odio, la venganza, el engaño, la envidia, la lujuria, el caos, la voluntad propia, la obstrucción del bien, la obsesión con la materialidad y mucho más.
Este progreso espiritual nos permite abandonar más fácilmente la creencia arraigada de que la materia tiene alguna solidez o poder, porque eso es lo que cerraría esas “puertas” al cielo aquí.
Con el Cristo eterno mostrando el camino, el hecho de vislumbrar y experimentar “como en el cielo, así también en la tierra” puede manifestarse mediante el reconocimiento gradual de la totalidad de Dios; estando convencidos de ello, declarándolo y esperando verlo manifestado. De maneras modestas y más profundas, podemos estar alertas para ser testigos, reconocer y regocijarnos en lo que Dios está haciendo en la tierra, como en el cielo.
