Trabajar con niños en un programa comunitario de lectura después de la escuela fue una gran experiencia. Estaba llena de interacciones afectuosas con una maravillosa diversidad de participantes y personal. Pero hay una relación en particular que se destaca por la forma en que encontramos una cálida conexión después de un comienzo frío.
Había una persona a quien respetaba mucho por sus años de dedicación a este programa. Pero al comienzo hubo una desconexión entre nosotras. Veníamos de orígenes muy diferentes, y yo tendía a sentirme insegura cuando estaba cerca de ella, y no sabía qué decir o cómo relacionarme. También éramos de razas diferentes, y en el fondo me preocupaba que el contexto de las relaciones raciales pasadas y presentes en nuestro país nos impidiera conectarnos genuinamente.
Por un tiempo manejé esto manteniendo un perfil bajo y tratando de evitar cruzarme con ella. Pero esto no parecía ser correcto en absoluto. Afortunadamente, por fin se me ocurrió que esta relación merecía la oración más sincera que podía darle, para obtener una visión más cercana a lo que Dios estaba viendo; esa perspectiva que sana divisiones de todo tipo.
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