Al escuchar los informes en las noticias recientemente sobre el desempleo y el despido de personas durante este período de confinamiento, me acordé de una época en la que fui despedida, con toda la angustia y la incertidumbre que esta experiencia a menudo trae.
A principios de la década de 1970 estaba trabajando en una oficina local de bienes raíces. Había estado allí durante bastante tiempo y era muy feliz en mi trabajo. Un día, de la nada, me dijeron que mi puesto ya no era necesario y que me estaban despidiendo. Instintivamente, recurrí a Dios para que me ayudara a lidiar con la conmoción y el miedo que trataban de envolver mi pensamiento. De inmediato me llegaron estas palabras claramente al pensamiento: “No hay gota redundante en la copa que nuestro Padre nos permite beber” (Mary Baker Eddy, Mensaje a La Iglesia Madre para 1902, pág. 19).
Comprendí que, por ser hija de Dios, nunca podría ser redundante o inútil, y que Él siempre está cuidando de mí y de todos y satisfaciendo todas nuestras necesidades. Recordé otra de las declaraciones de la Sra. Eddy, que Dios “dirige todas las actividades de nuestra vida” (La unidad del bien, págs. 3-4). Eso significaba que podía confiar en que mi Padre-Madre Dios me colocaría donde más me necesitaban. Como nos aseguran las palabras de Cristo Jesús, “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:2).
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!