Hace algunos años, le volví la espalda a la fe en la que me habían criado, y no quise tener nada que ver con ella. Había sido educada como Científica Cristiana, pero durante varios años me involucré en lo que pensé que eran actividades sociales agradables, entre ellas beber y fumar, las que iban en contra de los valores de la religión. Estas actividades se volvieron gradualmente más regulares.
Ir a un bar ocasionalmente después del trabajo con mis colegas se convirtió en beber cuatro o cinco noches a la semana. Mi posición financiera fue cuesta abajo y mi cartera de inversiones, antes prometedora, se volvió vacía y estéril a medida que vendía activos para pagar mi nuevo estilo de vida. Aunque sabía que tenía un problema, no podía decir que no cuando me ofrecían una bebida.
Con el tiempo me enfermé debido a estas actividades sociales. Me diagnosticaron una enfermedad que requería medicación continua, pero no tenía las finanzas para pagar el tratamiento. Llena de desprecio por mí misma y de culpa, me preguntaba cómo se lo diría a mi familia. Me sentía totalmente sola y desmoralizada.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!