Crecí en Irlanda del Norte, parte de una comunidad protestante que albergaba una visión negativa de larga data sobre los católicos romanos. Así que me crié con una visión distorsionada acerca de mis vecinos católicos.
En 1968, comenzaron los “Conflictos” de Irlanda del Norte. Este fue un enfrentamiento violento entre unionistas en su mayoría protestantes, quienes querían que Irlanda del Norte siguiera siendo parte del Reino Unido, y los nacionalistas católicos, los que querían que nuestra provincia se convirtiera en parte de la República de Irlanda.
Durante un período de cerca de treinta años, miles de personas murieron y decenas de miles resultaron heridas, y gran parte de los bombardeos y tiroteos se atribuyeron al Ejército Republicano Irlandés (IRA), que representa el punto de vista nacionalista. Varios buenos amigos míos fueron asesinados. En un incidente, el marido y dos primos de una vecina fueron ultimados en su granja por el IRA.
Alrededor del tiempo en que comenzaron los conflictos, conocí la Ciencia Cristiana, la cual enseña que todas las personas son los hijos amados, o ideas espirituales, del Amor infinito, Dios. No importa cómo la gente pueda identificarse a sí misma —por religión o raza— cada individuo es verdaderamente espiritual, hecho a imagen y semejanza de la Mente o Espíritu divino que conocemos como Dios.
Inspirado por estas ideas, en una comunidad muy dividida, traté de ser imparcial al contratar empleados, y con mis amistades y otras asociaciones con católicos. Pero a veces, era difícil perdonar de verdad, especialmente cuando estaba frente a una tumba después de un asesinato terrorista.
Mucho se le debe a la diplomacia de los Estados Unidos que ayudó a mediar en el Acuerdo de Paz del Viernes Santo en Irlanda del Norte en 1998, incluida la amnistía para los terroristas condenados. Este acuerdo ha permanecido vigente durante más de veinte años y la violencia se ha reducido considerablemente. Esto requirió del compromiso y el perdón por parte de muchas personas. Para mí, perdonar fue un proceso gradual al que contribuyó mi estudio de la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy.
El perdón apunta a la verdadera espiritualidad, por medio de la cual las creencias, opiniones y vicisitudes materiales que asociamos con cualquiera de nuestros semejantes, hombres y mujeres, se consideran carentes de sustancia. Es un reconocimiento de la inocencia real y espiritual de nuestro prójimo —su verdadera naturaleza como semejanza de Dios— sin importar lo que se haya perpetrado en contra de nosotros.
Durante algunos años, fui capellán de la Ciencia Cristiana en las prisiones. Se derramaban muchas lágrimas allí; gran número de individuos tomaron conciencia de que necesitaban perdonar, tanto a sí mismos como a cualquiera que ellos pensaban que los había agraviado. Y fui testigo de la paz que lograron estas personas cuando pudieron perdonar al aprender acerca de la verdadera naturaleza de Dios y de todos nosotros como Sus hijos.
A menudo no es fácil perdonar, pero vale la pena. Con frecuencia implica la necesidad de arrepentirnos, de cambiar la forma de pensar. Y es el camino de la regeneración, de la redención. Ver en todos la naturaleza propia del Cristo como nuestro querido Maestro enseñó, es el perdón genuino. Cristo Jesús se negó a sentirse impresionado por las apariencias, ya fuera de enfermedades corporales o pecados. Él sabía que era el pecado lo que reprimiría nuestros esfuerzos por hacer el bien y nos abatiría. Por esa razón a menudo decía: “Tus pecados te son perdonados”.
La Biblia dice que el apóstol Esteban hacía “grandes prodigios y señales milagrosas entre el pueblo” en los primeros días del cristianismo (Hechos 6:8). Él predicaba el evangelio del Cristo, de amar a Dios supremamente y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Como cristiano, predicó el perdón, pero también reprendió a los judíos cómplices en la muerte de Jesús. Esto enfureció tanto al clero y a los doctores de la ley judía en Jerusalén que lapidaron a Esteban hasta la muerte. Así como dijo Cristo Jesús en la cruz: “Padre, perdónalos; porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34), así Esteban, al ser apedreado, clamó: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (Hechos 7:60). ¡Qué maravillosos y poderosos ejemplos de perdón!
Entonces, ¿qué es lo que nos impediría perdonar a nuestros semejantes? El Segundo Mandamiento dice: “No te harás imagen” (Éxodo 20:4). A menudo, grabada en nuestro pensamiento acerca de alguien hay una imagen de esa persona como compuesta de materia: de materialidad, sensualidad o corrupción.
En cambio, podemos orar para ver a cada individuo como Dios lo ve, como espiritual, inmortal e inocente, nunca material, mortal o impío. Podemos empezar a ver que los errores o remordimientos (como se ha dicho) son lecciones de vida, no una cadena perpetua.
Así que podemos comenzar ahora a abandonar cualquier pasado nebuloso, toda historia errónea de un hombre que Dios nunca hizo. Como dice en Retrospección e Introspección, por Mary Baker Eddy: “La historia humana necesita revisarse y el registro material borrarse” (pág. 22). Al hacerlo, podemos ver lo que siempre ha sido cierto acerca de cada uno de nosotros: que somos total y divinamente espirituales, puros e inocentes. Podemos negarnos a caracterizarnos a nosotros mismos o a cualquier otra persona como pecaminosos o malvados.
Cuando comencé a darme cuenta de esto, también comprendí que no debía vivir en el pasado ni albergar ningún odio o agravio. Y gradualmente, un creciente sentido de la verdadera inocencia del hombre de la creación de Dios envolvió mi consciencia y me liberó de la persistente falta de perdón.
Algunas teologías explican que la Biblia atribuye el “pecado original” a todos, pero a medida que comprendí más acerca de nuestra verdadera naturaleza como descendencia espiritual de Dios, vi que nuestra realidad es en verdad la inocencia original y eterna descrita al principio de la Biblia: la rectitud y la bondad espirituales como la imagen de Dios que Él crea y mantiene en cada uno de nosotros (véase Génesis 1:27). Vi que comprender esto permite a cualquiera perdonar y ser perdonado. Así como contemplamos a un bebé y nos regocijamos en su inocencia, podemos hacer lo mismo por toda la humanidad a través de un sentido espiritual acerca de nuestro prójimo.
Ver esta verdadera inocencia de todos nos permite experimentar un perdón genuino para nosotros mismos y nuestro prójimo.
Esto es amor. Esto es sanar.
