Siempre me ha encantado la lección práctica que ofrece la fábula “El viento y el sol” de Esopo. Hace poco, me di cuenta de que también tenía una profunda lección espiritual para mí.
La fábula relata que un día, el viento del norte y el sol estaban discutiendo acerca de cuál de ellos era el más fuerte. Decidieron hacer un concurso. Abajo, un hombre caminaba por un camino rural, y estuvieron de acuerdo en que cada uno a su vez trataría de quitarle la capa al viajero. El que tuviera éxito sería el ganador y reconocido como el más fuerte.
El viento lo hizo primero y sopló con todas sus fuerzas. El hombre, al helarse debido a las corrientes de aire frío, se arrebujó aún más con la capa. Luego llegó el turno del sol. Este procedió a brillar, irradiando luz y calor. El hombre sintió tanto calor debido a los rayos solares que muy pronto se quitó la capa y la dejó.
La lección de esta fábula es que la persuasión es más poderosa que la fuerza. El resplandor de un trato amable y bondadoso llegará más fácilmente a otro corazón que todas las bravuconerías y presiones de la agresividad.
Vi una correlación con el clima político altamente volátil de hoy en día. La capa del viajero podría representar las opiniones personales arraigadas acerca de la política y los sucesos mundiales. Cuando los individuos discuten sus puntos de vista enfáticamente, a menudo hacen que quienes tienen puntos de vista opuestos se aferren aún más a sus propias opiniones. Al igual que el viento que arrecia y sopla en la fábula, la fuerza antagónica de la voluntad personal solo sirve para fortalecer las creencias arraigadas.
Este discernimiento planteó un par de preguntas: ¿Me estaba aferrando tenazmente a alguna opinión política, cultural y generacional profundamente arraigada? ¿Y participar en argumentos emocionales acerca de ellos ayudaría a otros —o a mí— a alcanzar una comprensión más clara de los problemas?
Por supuesto, no hay nada de malo en tener un intercambio respetuoso sobre diferentes perspectivas. Después de todo, el diálogo y el debate constructivos son importantes en todos los ámbitos de una democracia. Pero tuve que admitir que podía ser inflexible en mis opiniones y a veces tendía más a impulsar mi punto de vista que a participar en una discusión considerada y sin prejuicios.
La fuerza antagónica de la voluntad personal solo sirve para fortalecer las creencias arraigadas
La Ciencia Cristiana, descubierta por Mary Baker Eddy, me había demostrado que mirar el mundo es como mirarse en un espejo. Todo lo que abriguemos mentalmente es lo que tendemos a ver a nuestro alrededor. Al pensar más detenidamente en esto, me di cuenta de que estaba viendo mi propia inflexibilidad reflejada en las intransigentes posturas de los demás. Comprendí claramente que esta actitud empecinada es bastante común y está produciendo una atmósfera de ira, de opiniones basadas en la justificación propia y de divisionismo en las personas en muchos países, incluido el mío.
Una declaración de la Sra. Eddy ofreció una perspectiva útil: “Desnudemos el error. Entonces, cuando soplen los vientos de Dios, no nos arrebujaremos con nuestros harapos” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 201).
Los vientos de Dios no son las duras y destructivas ráfagas de la mente humana; son, más bien, las frescas brisas de la rectificación que distienden las preferencias personales obstinadas y las actitudes arraigadas. Me di cuenta de que, si quería ser una defensora de la unidad, la bondad y la fraternidad en la comunidad y el mundo, necesitaba tener un enfoque más espiritual.
Esto significaba que debía empezar no con los demás, sino conmigo misma. Mi propósito no era cambiar el punto de vista de otro, sino dejar que Dios, el Amor divino, brillara dentro de mí, permitiéndome renunciar a mis propias opiniones firmemente mantenidas. Tan pronto como comencé a orar para abandonar mis opiniones inflexibles y juicios insensibles, se produjo una renovación en mi pensamiento. Era como una brisa fresca y suave agitando un estanque en un día caluroso. Me sentí inclinada a adoptar una actitud más conciliadora. Mi evaluación de los puntos de vista y valores de los demás se suavizó, y me sentí más amable y menos crítica en mi perspectiva.
Este era el Amor divino en acción, brillando dentro de mi consciencia y haciendo que desvistiera el error en mi pensamiento. La animosidad y el desprecio hacia los partidos políticos rivales y los que los apoyan comenzaron a disolverse a medida que yo cedía a la omnipresencia y omnipotencia del Amor, Dios. Comprendí que el Amor divino, como el sol, brilla sobre todos sin parcialidad. La calidez y ternura del Amor apaciguan nuestra naturaleza humana y la hacen más flexible, más propensa a compartir ideas y más dispuesta a escuchar. El Amor mantiene e irradia un espíritu de compatibilidad. Y a medida que reflejamos constantemente la consciencia de la Mente divina, la única inteligencia infinita que es Dios, estamos apoyando el surgimiento de soluciones divinamente inspiradas, sin importar que su valor sea o no inmediatamente reconocido y aceptado por todos.
Me di cuenta de que lo que había suavizado mi corazón era capaz de hacer lo mismo por todos. Mi responsabilidad al orar era discernir esto espiritualmente, reconocerlo y regocijarme en él. Empecé a afirmar cada día que el Cristo, el mensaje divino de amor y verdad de Dios, está hablando a la consciencia humana de una manera que cada individuo puede oír y entender. El Cristo informa acerca de la bondad que continuamente brota de Dios. Esto satisface la profunda necesidad del corazón de tener paz, seguridad, propósito y provisión.
Comprendí que esto era algo simple que podía saber acerca de mi familia global, y que de esta forma podía ayudar a mi comunidad, mi país y al mundo orando cada día (y a veces varias veces al día). Esto significaba tomarme unos momentos en silencio para apreciar el hecho espiritual de que la luz del sol del Amor siempre está brillando, permitiendo a cada uno de nosotros desechar todo lo que obstruiría nuestra capacidad para reflejar la inteligencia infinita única.
“Ningún poder puede resistir el Amor divino” declara Ciencia y Salud (pág. 224). Esta verdad nos asegura que el amor de Dios está en acción, iluminando a todos, independientemente de la raza, religión, género o afiliación política. La calidez del Amor hace que cada uno de nosotros abandone la pesada capa de justificación propia y sea más abierto a la comunicación respetuosa con los demás, ya sea sobre asuntos gubernamentales, conflictos comunitarios, igualdad racial, orden público o cualquier otro asunto.
El cambio siempre comienza con cada uno de nosotros individualmente. Ahora, cuando me doy cuenta de que estoy abrazando fuertemente alguna opinión personal, abro mi corazón, levanto los brazos a Dios y exclamo: “¡Quítame mis harapos, Señor!”. ¡Y Él siempre lo hace!
    