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Original Web

Gratitud inspirada por la Biblia durante épocas difíciles

Del número de marzo de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 23 de noviembre de 2020 como original para la Web.


Este año ha sido diferente a cualquier otro en la historia reciente. Nos hemos enfrentado a una pandemia global, crisis económicas, fenómenos meteorológicos extremos, elecciones polarizadoras, separación de nuestros seres queridos y más. Puede parecer difícil encontrar algo por lo que estar agradecidos. 

Sin embargo, a través de mi práctica de la Ciencia Cristiana, he encontrado que la gratitud juega un papel importante en ayudar a superar no solo la negatividad, la pesadez mental y el temor, sino también la enfermedad.

El tipo de agradecimiento del que estoy hablando es más que una lista de gratitud (por más útil que pueda ser). Es reconocer la supremacía y la infinitud de Dios, el Amor divino. Cuando mi gratitud fluye desde esta perspectiva, me siento llena de admiración y humildad por la existencia, la presencia y el poder de Dios. Gran parte de este tipo de gratitud es expresar agradecimiento por la continuidad del bien ahora y en el futuro.

La Biblia está llena de ideas que pueden ayudarnos a cultivar esta confianza plena de gratitud y comprensión que nos permite reconocer que la fuente del bien, el único Dios, está siempre presente y es inagotable. La Biblia describe a Dios como el Amor, el Espíritu y la Verdad que con ternura cuidan de todos nosotros.

Estas ideas no son meras trivialidades o promesas vacías. Apuntan a la realidad espiritual de que, independientemente de las circunstancias o desafíos con los que podamos estar lidiando —tal como enfermedades físicas, angustia emocional o miedo profundamente arraigado— jamás podemos estar separados de Dios, el Amor divino.

Consideren este pasaje del libro de Jeremías: “Yo sé los planes que tengo para ustedes —dice el Señor—. Son planes para lo bueno y no para lo malo, para darles un futuro y una esperanza” (29:11, NTV). La voluntad de Dios hacia nosotros siempre es buena, porque Dios es bueno. Podemos confiar en que, en situaciones difíciles, incluso si una solución no es evidente, Dios nos proporciona exactamente la inspiración que necesitamos.

Quizá esto parezca una esperanza y un deseo más que gratitud. En realidad, es el activo reconocimiento de que, como enseñó Cristo Jesús, “para Dios todo es posible” (Mateo 19:26).

La vida de muchas personas en la Biblia ilustra esto. Por ejemplo, el libro de Salmos está lleno de cánticos que alaban o expresan gratitud por el poder, la majestad, la bondad, el amor y la ternura de Dios. Muchos de estos himnos se atribuyen al rey David, cuya confianza en Dios le permitió vencer al gigante Goliat, encontrar protección contra los que estaban tratando de matarlo y ser redimido del pecado.

David escribió: “Que todo lo que soy alabe al Señor; que nunca olvide todas las cosas buenas que hace por mí. Él perdona todos mis pecados y sana todas mis enfermedades. Me redime de la muerte y me corona de amor y tiernas misericordias. Colma mi vida de cosas buenas” (103:2–5, NTV). La poesía de David expresa gratitud por la íntima comprensión de que Dios es nuestro Progenitor divino, quien cuida de nosotros.

Cuando los hijos de Israel fueron llevados cautivos a Babilonia, esto no pudo impedir que cuatro jóvenes hebreos confiaran en Dios. Se enfrentaron a la persecución y la discriminación, los que culminaron con intentos de matarlos. Pero la humildad y la agradecida confianza en Dios que sentía Daniel lo protegieron en el foso de los leones. Y el valor moral de Sadrac, Mesac y Abed-nego, impulsado por su confianza en Dios, les permitió sobrevivir a un intento de quemarlos vivos. Ni siquiera el olor a fuego permaneció en ellos.

No existe mejor ejemplo del poder de la omnipresencia y el amor de Dios para lograr la curación que el ministerio de Cristo Jesús, quien vivió durante un tiempo de gran tumulto. El Cristo —la naturaleza y esencia de Dios que Jesús representaba— nos muestra nuestra verdadera identidad como hijos de Dios en vez de mortales enfermos y vulnerables. Cuando leemos acerca de las obras de Cristo Jesús, comenzamos a apreciar cuán poderoso es sentir una gratitud más profunda, impulsada por la comprensión de que Dios es la fuente de todo el bien. Cuando enfrentó la necesidad de alimentar a una enorme multitud, Jesús reunió los pocos panes y peces disponibles y dio gracias, antes de distribuir la comida. La comida nunca se agotó. De hecho, hubo de sobra.

Me di cuenta plenamente de que el amor de Dios se derramaba sobre mí y sobre todos.

Estos ejemplos bíblicos del tierno cuidado de Dios me inspiraron con gratitud sanadora hace años, un fin de semana de Acción de Gracias. En las semanas previas a esa celebración, no estaba experimentando la calidez de Dios en mi vida. Me sentía infeliz por muchas cosas, incluso atrapada en un fuego cruzado de opiniones conflictivas.

Como siempre había sido sanada por medio del tratamiento de la Ciencia Cristiana, recurrí a Dios, y llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para que orara conmigo. Al orar, me di cuenta de que, como la Biblia ilustra tan poéticamente, en realidad, nunca podemos estar separados de Dios. Aunque el tumulto con el que estaba lidiando parecía impresionante, no reflejaba ni podía reflejar con precisión la verdad acerca de Dios y mi identidad como Su hija amada. Encontré este pasaje de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana: “Imperturbada en medio del testimonio discordante de los sentidos materiales, la Ciencia, aún entronizada, está revelando a los mortales el Principio inmutable, armonioso y divino, está revelando la Vida y el universo, siempre presentes y eternos” (pág. 306).

Estaba muy agradecida de que me recordaran esta ley sanadora. Sin importar lo que se arremolinara a mi alrededor, yo estaba firmemente anclada en la Ciencia del Cristo, o la Verdad, en el hecho inamovible de que, fundamentalmente, no existimos en una construcción material frágil, sino en el reino de los cielos, donde Dios impera en completo orden y armonía.

A medida que me venían estas nuevas percepciones espirituales, la gratitud por Dios y la Ciencia Cristiana llenaba mi consciencia. Comencé a recuperar la convicción de que no podía separarme de Dios. Reconocí que, por ser Su hija, jamás había estado apartada de la calidez del Amor divino ni de mi herencia legítima del bien espiritual.

Ese domingo tenía que cantar un intenso y exigente solo en el servicio de la iglesia. Sin embargo, cuando desperté esa mañana, me di cuenta de que había perdido la voz. Llamé a la practicista, quien me preguntó: “¿Puedes hacerlo?”. Esto me inspiró a preguntarme: “¿Puedes reconocerte a ti misma como la idea espiritual de Dios? ¿Confías en que Dios te está cuidando? ¿Te sientes segura al confiar en Dios?”. Sentí que podía responder afirmativamente a todas esas preguntas.

Cuando llegué a la iglesia, pude hablar. Para cuando ensayé con el organista, mi voz se había vuelto más fuerte. Aprecié particularmente las palabras del solo que venían directamente de Salmos: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (46:1).

Durante la parte del servicio que precede al solo, me di cuenta plenamente de que el amor de Dios se derramaba sobre mí y sobre todos. Cuando canté el solo, mi voz era fuerte y clara. Rebosaba de gratitud por Dios. Y la situación que me había hecho sentir tan abrumada se resolvió armoniosamente poco después.

La Sra. Eddy señala: “La gratitud y el amor deberían reinar en todo corazón cada día de todos los años” (Manual de La Madre Iglesia, pág. 60). Todo el tiempo, no solo el Día de Acción de Gracias, cada uno puede dejar que la Biblia inspire en nosotros la gratitud impulsada por Dios que trae esperanza y curación.

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