El bien parece estar ligado al esfuerzo humano. Trabajamos duro para “ganarnos la vida”; es decir, obtener un ingreso, el que a su vez nos permite comprar lo que necesitamos para vivir. Es como si a través de nuestros propios esfuerzos las cosas buenas fluyeran en nuestra vida.
Pero esta lógica tiene otro aspecto inquietante: Si algo cambia humanamente, el flujo del bien puede que parezca interrumpirse, incluso detenerse. Y llegando al extremo, si hay un gran cambio, un macro cambio que afecta las cosas tanto nacional como globalmente, toda la red del bien puede que parezca interrumpirse y producir como resultado enormes dificultades humanas.
La Ciencia Cristiana abre la puerta a una perspectiva diferente, la visión de una economía espiritual compuesta por una fuente infinita y una distribución incesante de la bondad divina constante, la cual es continua, ininterrumpida e independiente de los factores humanos. En esta economía divina, el bien fluye directamente y sin obstáculos de Dios a Su idea, el hombre. Cristo Jesús lo describió de esta manera: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, …; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” (Mateo 6:26).
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