Los relatos de dolor y sacrificio en los medios que informan sobre la pandemia del coronavirus conmueven el corazón. La impactante rapidez de una pérdida, la tristeza por no poder tomar la mano de un ser querido en sus últimos momentos y la angustia debido a las restricciones que impiden que las personas se reúnan para apoyarse y expresarse amor mutuamente: estas penosas circunstancias se han convertido en algo común.
La compasión a la manera del Cristo nos obliga a cada uno de nosotros a abrazar en la oración a aquellos que necesitan consuelo y fortaleza. Aunque no conocemos la conmovedora historia de cada vida, podemos afirmar humildemente que Dios, nuestro Progenitor celestial, está atento y valora profundamente a todos y a cada uno de Sus hijos. En las primeras horas y días después de la pérdida de un ser querido, nuestro abrazo mental y espiritual, que refleja el amor de Dios, posiblemente acompañado de palabras o actos de bondad, podría ser la forma más sabia de alcanzar y bendecir ese corazón herido, alentándolo a seguir adelante.
Si el dolor o el arrepentimiento persiste, al orar podemos dar fe de que el Cristo sanador, la idea espiritual de Dios, el Amor, está conduciendo al que sufre hacia un nivel mental superior donde reina el dominio espiritual del hombre sobre el pecado, la enfermedad y la muerte. El Cristo, la Verdad que Jesús representó, nos muestra que podemos expresar la humildad y el amor que nos permiten sentir nuestra naturaleza inocente y tranquila, así como la de los demás.
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