Siempre me ha gustado cantar. No soy solista, pero me agrada cantar en grupos y en la iglesia. Y me encanta sentarme al piano y tocar y cantar sola, para Dios. No es una actuación; para mí es una forma de oración, reconociendo la belleza del Alma divina expresada en una melodía o la verdad espiritual que sustenta las palabras de un himno o solo sagrado.
Sin embargo, estuve más de un año sin poder cantar normalmente. La mecánica de mi voz no parecía funcionar. Al principio, tampoco podía hablar con total libertad.
Oraba por esto constantemente. En mis oraciones diarias por la Iglesia, mi oración principal era una afirmación de que la voz de Dios no podía ser silenciada. Mary Baker Eddy escribe: “La iglesia es el vocero de la Ciencia Cristiana…” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico y Miscelánea, pág. 247), por lo que sentía que mi oración realmente apoyaba todos los aspectos de la Iglesia, y abrazaba mi trabajo para la organización de la iglesia.
En la Biblia, Santiago escribió: “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (1:27). Oré para amar más profundamente a la humanidad y mantener mi pensamiento puro y sin adulterar en la Verdad, o Dios, la Mente divina, mientras continuaba creciendo en mi comprensión de Dios y mi relación con Él.
Después de unos meses, me sentí agradecida cuando pude hablar libremente una vez más. Y aunque aún no parecía capaz de cantar, nunca dejé de orar al respecto. Esperaba una curación completa. Y sabía que gran parte de mi oración expresaba gratitud por la curación que ya había tenido lugar.
Al año siguiente visité Boston y tuve la oportunidad de asistir al servicio dominical vespertino en el Edificio Original de La Iglesia Madre. Este auditorio es un ambiente íntimo y tiene muchos recordatorios visuales de los primeros días del movimiento de la Ciencia Cristiana.
Llegué unos cuarenta minutos antes para apoyar el servicio mediante la oración con antelación. Durante esos cuarenta minutos, reflexioné sobre todo lo que había leído sobre la construcción de ese edificio: la incansable devoción de los miembros al supervisar todos los aspectos del proyecto de construcción; la profunda oración que había sido necesaria para que el trabajo se realizara puntualmente y superar las disputas entre los trabajadores de la construcción; la precisión y la amorosa atención al detalle expresada en la construcción, como el suelo de mosaico y la carpintería; la reverencia y el arte revelados en los vitrales; los pasajes de la Biblia y de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy que aparecen en las paredes.
También pensé en la primera visita de la Sra. Eddy al edificio terminado, cuando se arrodilló en oración silenciosa en los escalones que llevan a la plataforma de los Lectores (véase Robert Peel, Mary Baker Eddy: The Years of Authority, p. 76).
Yo sentía mucha gratitud, la cual iba mucho más allá de estar agradecida por un mero templo de ladrillo y cemento; reconocí los desinteresados sacrificios de la Sra. Eddy y de la multitud de personas que trabajaron para la Causa de la Ciencia Cristiana en aquel entonces y a través de las décadas. Estaba agradecida por contarme entre aquellos que habían encontrado la Ciencia Cristiana, agradecida por ser parte de este movimiento que está trayendo salvación mediante la demostración del Consolador que Jesús prometió, elevando a la humanidad para que conozca a Dios y al Cristo.
Cuando comenzó el servicio religioso, yo estaba total y fervientemente concentrada. Me conmoví hasta las lágrimas más de una vez durante esa hora. Todos los elementos del servicio se unieron perfectamente para elevarme y hablarme profundamente a nivel espiritual.
Cuando nos pusimos de pie para cantar los himnos, me di cuenta de que me sentía vocalmente más libre que en meses. Y estaba agradecida. Pero no fue sino hasta el día siguiente, cuando conducía a través de Massachusetts y Nueva York, que me di cuenta de cuán completamente había desaparecido la limitación vocal. Iba en el auto cantando piezas que no había podido cantar durante muchos meses. ¡Y estaba muy contenta! ¡Imagínate, iba conduciendo por la carretera cantando obras sagradas y seculares de mi biblioteca de música digital, con lágrimas de alegría y una enorme sonrisa en mi rostro!
Atribuyo esta curación a la Iglesia, que nuestra Guía define en parte como “la estructura de la Verdad y el Amor” (Ciencia y Salud, pág. 583). Estoy agradecida por los consagrados esfuerzos de todos los que contribuyeron a ese servicio religioso. Y reconozco que mi sincero apoyo al servicio y profunda gratitud por la Ciencia Cristiana fueron los factores principales que contribuyeron a esta curación.
Esa noche experimenté lo mejor de la organización humana de iglesia. Es una norma que llevo adelante conmigo mientras me esfuerzo por demostrar con más eficacia la Iglesia cada semana.
Mary Alice Rose
Brookeville, Maryland, EE.UU.