A nuestro pequeño hijo siempre le ha encantado jugar con palos mientras camina por el bosque, y ha comprado muchas espadas de juguete con su propio dinero. Siempre que empuña una le recordamos la promesa bíblica de que “la espada del Espíritu... es la palabra de Dios” (Efesios 6:17).
En tiempos bíblicos, una “espada de dos filos” era el arma suprema porque podía cortar en todas direcciones. Pero el libro de Hebreos dice que la Palabra de Dios es aun más cortante que una espada humana porque puede penetrar y dividir hasta “los pensamientos y las intenciones” del corazón (4:12). Empuñar este tipo de espada no es algo pasivo. A veces se necesita verdadera fuerza y persistencia. Los resultados son tanto preventivos como sanadores y traen bendiciones y curación. Recientemente, nuestro hijo, junto con mi esposo y yo, ha estado empuñando más proactivamente que nunca la espada del Espíritu.
Una mañana, como de costumbre, mi hijo y yo fuimos a la escuela en nuestras bicicletas. Hacía frío y nevaba. Habíamos ido en bicicleta el día anterior, y hablado sobre la necesidad de tener cuidado en los lugares donde posiblemente pudiera haber hielo y al girar en las esquinas. Al bajar la primera colina, le grité que bajara la velocidad, pero él siguió acelerando. Entonces, observé con consternación que no dobló al pie de la colina, sino que se siguió derecho hacia adelante y entró en un estacionamiento, se estrelló contra un muro bajo, su cuerpo giró sobre el manubrio, y cayó unos dos metros del otro lado del muro. Le habían fallado los frenos.
No podía ver lo que había sucedido al otro lado del muro, pero al instante empecé a orar para ver lo que era espiritualmente cierto acerca de la situación. Comencé a empuñar la espada del Espíritu para atravesar el miedo y la preocupación con la promesa de la omnipresencia y el amor inquebrantable de Dios. Para mí el pensamiento predominante fue sencillo: A pesar de las apariencias, nuestro hijo nunca podía estar fuera del cuidado de Dios. Ese cuidado es completo y confiable porque en realidad somos espirituales: vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser en Dios, el Espíritu.
Fui en mi bicicleta hasta el pie de la colina y miré por encima del muro, pero nuestro hijo no estaba allí. En cambio, apareció en un costado, subiendo unas escaleras. “Es hora de llamar a una ambulancia”. Dijo esto porque una vez, cuando otra persona lo estaba cuidando, había habido un accidente, y esa persona llamó a una ambulancia. Ella entonces nos telefoneó, y comenzamos a orar. En esa ocasión, nuestro hijo finalmente no necesitó ninguna ayuda médica y experimentó una curación maravillosa. En este caso respondí: “Bueno, tal vez no necesitemos una ambulancia. No tenemos miedo. Sentémonos y oremos un minuto”.
Mientras estábamos sentados allí, le dije varias veces: “Nunca has estado fuera del cuidado de Dios”. Y no solo dije esas palabras. Dejé que esa promesa bíblica, esa espada del Espíritu, penetrara profundamente en mi pensamiento hasta que no solo estuviera convencida de ella, sino que también “comprend[iera]… por qué” era verdadera y operativa, allí mismo (véase Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 397). Puesto que Dios es todo y es bueno, y cada uno de nosotros es Su reflejo o expresión, nunca podemos estar separados ni por un instante de Dios y Su cuidado.
Muy pronto, mi hijo y yo nos pusimos de pie y comenzamos a subir de nuevo por la colina. Seguí orando mientras andábamos, y pronto estábamos bromeando sobre algo que no estaba relacionado para nada con nuestro paseo en bicicleta. Observé a nuestro hijo mientras volvíamos, y no había señales de que estuviera lesionado. Su casco tenía un raspón bastante grande, pero su cuerpo no tenía ni un solo rasguño. Cuando llegamos a casa, estaba lo suficientemente bien como para llevarlo a la escuela. Llegamos antes de que comenzaran las clases, y pude hablar muy brevemente con su maestra. Le conté que se había dado un golpe en su bicicleta esa mañana y que, si surgía algo durante el día, nos avisara a mi esposo y a mí.
Continué orando durante todo el día. Estaba especialmente agradecida por esta declaración de Ciencia y Salud: “Imperturbada en medio del testimonio discordante de los sentidos materiales, la Ciencia, aún entronizada, está revelando a los mortales el Principio inmutable, armonioso y divino, está revelando la Vida y el universo, siempre presentes y eternos” (pág. 306). Eso me permitió detener la imagen mental de la caída de mi hijo que se repetía en mi pensamiento, y en cambio, mantenerme firme en la convicción de que Dios no solo me inspiraba a mí en mi oración, sino que también inspiraba y cuidaba de nuestro hijo, manteniéndolo a salvo. Yo sabía que el niño estaba orando y empuñando la espada del Espíritu en el pensamiento a su manera, también.
Cuando recogí a nuestro hijo al final del día, la maestra dijo que él había tenido un gran día, y terminó ganando muchos puntos por el buen comportamiento en el salón de clases. Entonces, ¡tuve que seguir orando y usando la espada del Espíritu para contrarrestar mis sentimientos de sorpresa ante la total protección que había tenido nuestro hijo! En definitiva, estoy profundamente agradecida de confirmar la poderosa promesa y protección de la idea de que nadie puede estar jamás fuera del cuidado de Dios.
Susan Jostyn
Brookline, Massachusetts, EE.UU.