Un sábado, mi familia tenía planes para ir a jugar a los bolos, pero esa mañana me desperté con dolor de estómago. Quería comer, pero no tenía hambre, y nada sabía bien. Me sentía incómoda.
Le dije a mi mamá cómo me sentía. Me recordó lo que había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana: que Dios me ama mucho, y como me ama mucho, yo no necesitaba tener miedo. El amor de Dios me iba a sanar. Mi mamá dijo que oraría por mí, y subí a dormir una siesta.
Cuando desperté, recordé algo más que había aprendido en mi clase de la Escuela Dominical: podía orar por mí misma. Decidí intentarlo. Mi maestra nos había dicho que tomáramos una hoja de papel y trazáramos una línea en el medio. Nos dijo que escribiéramos en el lado izquierdo del papel todo lo que estuviera mal. Así que anoté cosas como “Me duele el estómago”, “Tengo hambre, pero no puedo comer nada”, “¡Realmente quiero ir a jugar a los bolos con mi familia, y voy a estar muy triste si no puedo ir!”
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