Un sábado, mi familia tenía planes para ir a jugar a los bolos, pero esa mañana me desperté con dolor de estómago. Quería comer, pero no tenía hambre, y nada sabía bien. Me sentía incómoda.
Le dije a mi mamá cómo me sentía. Me recordó lo que había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana: que Dios me ama mucho, y como me ama mucho, yo no necesitaba tener miedo. El amor de Dios me iba a sanar. Mi mamá dijo que oraría por mí, y subí a dormir una siesta.
Cuando desperté, recordé algo más que había aprendido en mi clase de la Escuela Dominical: podía orar por mí misma. Decidí intentarlo. Mi maestra nos había dicho que tomáramos una hoja de papel y trazáramos una línea en el medio. Nos dijo que escribiéramos en el lado izquierdo del papel todo lo que estuviera mal. Así que anoté cosas como “Me duele el estómago”, “Tengo hambre, pero no puedo comer nada”, “¡Realmente quiero ir a jugar a los bolos con mi familia, y voy a estar muy triste si no puedo ir!”
Luego nos dijo que escribiéramos en el lado derecho del papel, frente a cada problema, un hecho espiritual —algo acerca de Dios y Su creación perfecta— que abordara ese problema. Pensé en las ideas que había aprendido en la Escuela Dominical que podían ayudar.
Enfrente de “Me duele el estómago”, escribí: “Dios es Todo-en-todo”. ¡Sabía que Dios es Todo, el único poder! Así que no era posible que me doliera el estómago, porque nada aparte de Dios puede tener poder.
Enfrente de “Tengo hambre, pero no puedo comer nada”, escribí una de las Bienaventuranzas de Jesús: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6). Para mí, esto quería decir que Dios no me dejaría hambrienta. Era normal y natural almorzar, así que podía confiar en que Dios me ayudaría a comer con gusto.
Enfrente del tercer punto, escribí: “Dios es mi Padre-Madre”. Sabía que por ser mi Padre-Madre, Dios me estaba dando todo lo bueno. Así que tenía sentido que pudiera participar con mi familia en una actividad divertida como jugar a los bolos.
El último paso de lo que aprendí en la Escuela Dominical es muy importante: rompes el papel por la mitad, directamente por la línea que dibujaste en el centro de la página. Tomas el lado izquierdo del papel (donde está la lista de todos los problemas) y lo arrojas a la basura. Entonces solo te queda el lado derecho del papel, donde puedes ver todos los hechos espirituales que son verdaderos. Esto me recordó que podía desprenderme de cada pensamiento malo acerca de mí —porque Dios no me los estaba dando— y quedarme con las buenas ideas de Dios con las que había estado orando.
Poco después de deshacerme de la lista de problemas, me sentí perfectamente bien. Bajé, comí un sándwich y luego fui a jugar a los bolos con mi familia. ¡Estaba totalmente sana!
Esta experiencia me enseñó que conocer lo que es verdadero —y permanecer allí— es una forma poderosa de orar por nosotros mismos.
    