“Estoy enviando un montón de solicitudes esperando que una de ellas sea aceptada en algún lugar”, me comentó un amigo hace poco. A continuación, me dijo que sentía que el mercado laboral está muy incierto, inseguro y sombrío; que cada vez más gente sumamente calificada está tratando de conseguir las pocas oportunidades que surgen, y las probabilidades intimidan y se acumulan contra el que busca empleo.
Me alegré de poder compartir con este hombre una perspectiva diferente, basada en mi propia experiencia. Le dije que mi estudio de la Ciencia Cristiana ha tenido un impacto profundo y positivo en mi carrera.
Cuando era joven, estuve sin trabajo durante unos nueve meses después de renunciar a un pequeño negocio donde mi codirector y yo ya no estábamos de acuerdo en algunos temas importantes. Yo había tratado de poner en marcha un par de iniciativas nuevas, pero no habían tenido éxito. La economía estaba en recesión. Sentí que mi optimismo se agotaba y las expectativas de mi carrera se derrumbaban. Mis solicitudes de varios trabajos no habían tenido ningún resultado. Era deprimente.
No obstante, conocía bien los relatos bíblicos de personas que sabían que Dios es su Padre celestial —siempre amoroso, siempre ingenioso, siempre disponible— y que humilde y confiadamente oraban pidiendo Su guía cuando enfrentaban alguna crisis. Ellas comprendían que la sabiduría divina no era una cualidad etérea y oscura, sino concretamente presente, accesible, práctica y eficaz. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy describe a Dios como la Mente infinita, y la fuente de toda inteligencia, que no estaba selectivamente disponible para favorecer a las personas en una época pasada, sino que está siempre preparada para ser llamada, y está más que a la altura de cualquier desafío que podamos encontrar. Al igual que esas personas en la Biblia, yo sabía que así era como encontraría las respuestas.
Al principio pensé con nostalgia en el relato bíblico del rescate del apóstol Pedro de la prisión en el libro de Hechos, capítulo 12. Sus enseñanzas y curaciones amenazaban el orden establecido, y había sido encerrado. ¡Yo también me sentía acorralado sin ninguna salida obvia! Pero gracias a las oraciones de los compañeros cristianos de Pedro (y sin duda de las suyas), “se presentó un ángel del Señor”. Podemos pensar que este ángel era una idea inspirada, deliberada y poderosa de Dios, porque “[tocó] a Pedro en el costado”, y “las cadenas se le cayeron de las manos”. Y luego, “le dijo el ángel: Cíñete, y átate las sandalias. Y lo hizo así. Y le dijo: Envuélvete en tu manto, y sígueme”. ¡Cómo deseaba que un ángel así se me apareciera también, diciendo: “¡Apúrate, toma tu abrigo, vámonos!”.
Pero Pedro estaba, claramente, en un estado de pensamiento mucho más receptivo que yo. Decidí comunicarme con una practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle ayuda. Sabía que mi pensamiento tenía que cambiar de una manera más productiva. Nunca olvidaré la brillante y enérgica respuesta de la practicista, quien hizo hincapié en la necesidad de confiar en Dios, ante todo, y seguir la guía divina, en lugar de confiar en mis propios y deliberados esfuerzos para encontrar trabajo. Me instruyó que leyera el Himno 148 del Himnario de la Ciencia Cristiana; ¡y me dijo que dejara de preocuparme!
Leí el himno varias veces, y poco a poco sentí la tierna tranquilidad del Amor divino y la expectativa de su guía. Cada línea parecía hablarme directamente a mí, por ejemplo, “Él sabe Su camino / y yo con Él iré” (Anna L. Waring). Desde aquel día hasta hoy, ese himno nunca ha estado lejos de mi pensamiento.
La practicista también me instó a verme de manera diferente. Comprendí que necesitaba rechazar el concepto material de mí mismo como un mortal inadecuado y empobrecido victimizado por las condiciones ambientales, y valorar mi utilidad como hijo de Dios. También di gracias por mis calificaciones y experiencia, sabiendo que me permitirían ayudar a los demás dondequiera que me encontrara.
Empecé a darme cuenta de que, por formar parte de la creación espiritual de Dios, cada uno de nosotros ocupa un lugar único donde expresamos esas cualidades que son nuestras porque somos descendientes espirituales de nuestro Padre-Madre celestial. ¿Cómo podría un Dios que es todo-sabiduría y todo-amor no brindar la oportunidad de que Su creación exprese esa sabiduría, ese amor? Y vi que debía esperar una oportunidad así. No sabía cómo iban a funcionar las cosas. Pero poco a poco tuve la seguridad de que Dios estaba proporcionando todo lo que necesitaba, brindándome la oportunidad de hacer mi contribución única; y confié en que tarde o temprano la encontraría.
Tenía algunas ideas de en qué era bueno, e incluso tenía un trabajo “ideal” en mente. Pero —y esto es importante— pude ver que no debía delinear cómo era ese lugar. ¡Dios, ciertamente, no necesitaba mi consejo sobre el tema, o realmente en ningún otro tema!
Continué con mi investigación laboral, en un estado de ánimo mucho mejor, y envié mi información a una división de una gran empresa de telecomunicaciones. Lo que ocurrió a continuación todavía me llena de asombro y gratitud. Días más tarde, un domingo por la noche, recibí la llamada del gerente de personal de la división, invitándome a una entrevista. En la entrevista describió un trabajo que yo nunca había imaginado hacer, pero que era un excelente ajuste para mí y una gran oportunidad de aprender. También dijo que el mismo día en que mi currículo llegó a su escritorio, había recibido un pedido del gerente de contratación solicitándole que buscara fuera de la empresa a alguien con una nueva visión de las cosas, ya que no lograban encontrar a nadie apropiado dentro de la misma. Dos entrevistas más siguieron inmediatamente, y me ofrecieron el trabajo, un puesto gratificante que relanzó con eficacia mi carrera.
“Dios es Todo-en-todo”, escribe Mary Baker Eddy en La unidad del bien. “Por tanto, Él existe únicamente en Sí mismo, en Su propia naturaleza y carácter, y es el ser perfecto o consciencia perfecta. Él es toda la Vida y toda la Mente que hay o puede haber. Él encierra en Sí mismo toda manifestación de Vida y Mente” (pág. 3). Esa es una declaración radical de la verdad absoluta. Sin embargo, se conecta directamente con nuestra experiencia, porque más adelante en esa página, el libro dice: “Ahora bien, este mismo Dios es nuestra ayuda. Él nos compadece. Él tiene misericordia de nosotros y dirige todas las actividades de nuestra vida”. Y esa guía continuó dirigiéndome de maneras inesperadas a lo largo de mi carrera.
Necesitamos estar conscientes de las posibilidades que la Sra. Eddy describe en Ciencia y Salud, como ésta: “Cada etapa sucesiva de experiencia revela nuevas perspectivas de la bondad y del amor divinos” (pág. 66). Y en la página 454: “El Amor inspira, ilumina, designa y va adelante en el camino”. Se puede requerir de mucha humildad y confianza para abandonar nuestras propias ideas preconcebidas acerca de cuál debe ser nuestro trabajo, dónde o con quién, y estar alerta a la guía divina.
Podemos sentirnos reconfortados al saber que los hijos de Dios jamás se quedan sin la guía divina.
Experimenté una nueva e inesperada perspectiva más adelante en mi carrera, cuando estaba empleado por una gran empresa multinacional. En un momento dado comencé a buscar un nuevo puesto dentro de la compañía. Estaba apoyando mi búsqueda afirmando el derecho y el deber que Dios me había dado de expresar más perspicacia, más fortaleza, más compasión, esas cualidades que son innatas en cada uno de nosotros por ser hombres y mujeres hechos “a imagen de Dios” (Génesis 1:27). También me esforcé por no verme a mí mismo como si estuviera escarbando en un ambiente competitivo y complicado para tener una posición social y salario más elevados.
Tuve una serie de conversaciones exploratorias con altos ejecutivos sobre posibles puestos, pero ninguna parecía correcta. Al final de una de esas reuniones, acordamos que el equipo de este gerente no era el lugar para mí, y yo estaba a punto de salir por la puerta cuando de repente él recordó una conversación que había tenido a principios de esa semana con un colega que tenía una necesidad. Una cosa llevó a la otra, y terminé trabajando para ese colega en uno de los trabajos más interesantes y enriquecedores que podría haber imaginado. Mi nuevo jefe era excepcionalmente capaz, y aprendí muchísimo de él; a través de esa experiencia pude hacer sustanciales contribuciones a la agenda de ética empresarial de la firma hasta que me jubilé, y pasé a tener nuevos desafíos.
Al mirar el mundo en pleno cambio de hoy, donde las dificultades a veces pueden parecer abrumadoras y las oportunidades inconmensurables, podemos consolarnos al saber que los hijos de Dios jamás se quedan sin la dirección y la guía divinas. Quizás pasemos por fases difíciles e inesperadas, pero al confiar en nuestro sabio y amoroso Padre-Madre Dios para guiarnos, podemos aprender, crecer y hacer una contribución única y valiosa en cada etapa de nuestra carrera.
