En un breve reportaje sobre los efectos de la pandemia, una madre con sus tres hijos pequeños estaba parada frente al letrero de “En venta” de su casa. “Julie sabe lo que es la inseguridad”, dijo el locutor. “Ha perdido a su marido, su peluquería y ahora su casa debido a esta pandemia”. Entonces Julie dijo siete palabras que nunca olvidaré: “Voy a estar segura. Porque hay esperanza”. Fin del resumen de noticias.
Me hubiera encantado saber más de Julie. ¿En qué se basaba para creer eso? Me pregunté si habría leído esta promesa de Dios en la Biblia: “Entonces confiarás, porque hay esperanza” (Job 11:18, LBLA). Su mirada serena me dijo que su esperanza era profunda, estaba anclada en la certeza, no era un deseo utópico.
Con frecuencia se piensa que la esperanza es simplemente una lista de deseos humanos, a veces egoísta; una especie de “espero que esta pandemia termine pronto para que los centros comerciales puedan abrir”. O un pensamiento positivo, algo como una “esperanza del espíritu humano”. Pero si eso es lo único que es, entonces es responsable de las variables humanas. De la duda o la arbitrariedad. Incluso podría extinguirse.
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