En un breve reportaje sobre los efectos de la pandemia, una madre con sus tres hijos pequeños estaba parada frente al letrero de “En venta” de su casa. “Julie sabe lo que es la inseguridad”, dijo el locutor. “Ha perdido a su marido, su peluquería y ahora su casa debido a esta pandemia”. Entonces Julie dijo siete palabras que nunca olvidaré: “Voy a estar segura. Porque hay esperanza”. Fin del resumen de noticias.
Me hubiera encantado saber más de Julie. ¿En qué se basaba para creer eso? Me pregunté si habría leído esta promesa de Dios en la Biblia: “Entonces confiarás, porque hay esperanza” (Job 11:18, LBLA). Su mirada serena me dijo que su esperanza era profunda, estaba anclada en la certeza, no era un deseo utópico.
Con frecuencia se piensa que la esperanza es simplemente una lista de deseos humanos, a veces egoísta; una especie de “espero que esta pandemia termine pronto para que los centros comerciales puedan abrir”. O un pensamiento positivo, algo como una “esperanza del espíritu humano”. Pero si eso es lo único que es, entonces es responsable de las variables humanas. De la duda o la arbitrariedad. Incluso podría extinguirse.
La esperanza genuina es muchísimo más que eso. Es sólida, fuerte, sustancial. Un diccionario la define como “el grado más alto de expectativa bien fundada de lo bueno” (Noah Webster, American Dictionary of the English Language, 1828). Cuando ese “grado más alto de expectativa bien fundada de lo bueno” está arraigado en el Espíritu, Dios —la inteligencia del universo que manifiesta el poder— es vibrante, vital, victorioso.
Hay muchos que, en medio de impensables desafíos y torturas, han descubierto que dicha esperanza está presente y es incontenible; tanto es así, que han escrito volúmenes sobre ella y le han atribuido sus victorias. “Mi primera vislumbre de Dios”, como una vez escuché a alguien llamarla. Curiosamente, muchos relatos sobre la esperanza señalan esencialmente lo mismo: La esperanza nunca viene de “allá afuera” o cuando las cosas van bien. Brota desde adentro cuando las cosas “allá afuera” parecen más sombrías. Es un estado de consciencia que trasciende la escena humana.
Cuando empecé a estudiar la Ciencia Cristiana, aprendí que Dios es la fuente de dicha esperanza. Desde las profundidades de la desesperación, clamé a Dios y me vinieron claramente cuatro palabras, “No pierdas la esperanza”. Había una autoridad detrás de ellas —la omnipotencia de Dios— y comenzó inmediatamente a elevar mi pensamiento para descubrir que nuestra fe en Dios es realmente Su fidelidad a Sus hijos, a todos nosotros, que se refleja nuevamente hacia Él. Su fidelidad impregnó tanto mi consciencia que mis dificultades emocionales, físicas y financieras extremas pronto quedaron en el olvido.
Mi principal recuerdo de ello es la esperanza que tuve de que Dios no me dejaría rendirme; que Él no permitiría que ninguno de nosotros se rindiera. Cuando la atesoramos, esta esperanza que proviene directamente de Dios se expande y se asocia con la paciencia y la persistencia que necesitamos para superar las dificultades, no meramente sobrellevarlas. Entonces somos más fuertes, mejores que antes. Y nos sentimos como describió el salmista que se sentía en el Salmo 42, cuando pasó de estar muy abatido y llorando, a tener un destello de esperanza. Aferrado a ella, su esperanza pasó de alabar a Dios “por la salvación de su presencia” a alabarlo porque “¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios!” (versículos 5, 11, LBLA). Para mí, esto quiere decir que su esperanza floreció de tal manera que se vio a sí mismo como la expresión individual de Dios, con toda la bondad que esto incluye. Y su desesperación desapareció.
El estado supremo de la esperanza como una expectativa inconmovible del bien es la esperanza que se ha convertido en fe, que ha cristalizado en una sólida comprensión espiritual de la totalidad, omnipresencia, unicidad y bondad de Dios. Y el mejor ejemplo de esta combinación de esperanza/fe/comprensión espiritual es Cristo Jesús, cuya oración “no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42, LBLA) en las horas previas a su crucifixión debe de haber estado respaldada por una confianza constante en la bondad de la voluntad de Dios. Así que la consciencia de Jesús estaba tan rebosante de Dios que superó la tortura, la muerte y la tumba.
La misión de Jesús era señalarnos el camino. Fue la eterna Ciencia del Cristo que él demostró una y otra vez, sanando la enfermedad, la tristeza y el pecado, y demostrando que la esperanza más elevada es una comprensión profundamente intensa del amor omnipresente y todopoderoso de Dios y de nuestra inseparabilidad de ella.
El Cristo —la actividad de la presencia del poder de Dios— es tan poderoso con nosotros aquí y ahora como lo fue con Jesús hace más de dos mil años. Y nosotros también podemos probarlo. ¿Cómo? Allí mismo donde las estadísticas diarias de inseguridad, inestabilidad e incertidumbre gritan desesperanza, justo ahí está Dios con todo Su poderío y bondad, dando garantías y evidencias de Su presencia, poder y amor. Su Cristo, o comunicación de Dios, nos habla a cada uno de nosotros y activa en nosotros la esperanza, la fortaleza, el consuelo y la persistencia que necesitamos para no ser “vencido de lo malo, sino [vencer] con el bien el mal” (Romanos 12:21).
Julie no es la única que tiene esperanza hoy. Cada número de esta revista incluye relatos de hombres, mujeres y niños que han tenido pruebas del imparable amor sanador de Dios en tiempos difíciles; que han estado a salvo en medio del peligro, seguros en medio del caos, sanos en medio del contagio, provistos en medio de la escasez. Estas palabras del Himno 476 del Christian Science Hymnal: Hymns 430–603 captan la promesa que es para todos nosotros. Podemos tomarla en serio:
Anhelante corazón, no pierdas la esperanza
cuando las amenazas del mal abruman.
El amor ahora su verdadera promesa
mantiene,
la mano segura de Dios al timón está.
Trayendo alegría cuando todo parece
oscuridad,
Dios te mantendrá a salvo, seguro.
Avanza, amado y en paz:
La victoria siempre asegurada está.
(Friedrich Preller, trad. © CSBD)
Judith Hardy Olson
Escritora de Editorial invitada
