Estaba ansiosa de visitar a mi primo y a su familia por el fin de semana. Pero cuando llegué a su casa, la esposa de mi primo me dijo que sus tres hijos tenían varicela. No temía a la enfermedad ni me preocupaba contraerla. Pensé que, al ser una de seis hermanos, seguramente había tenido la enfermedad cuando crecía de niña y por ende era inmune a ella.
¡Cuán equivocada estaba! Me sentí perfectamente bien mientras visitaba a la familia, pero uno o dos días después de regresar a casa me enfermé mucho, con los mismos síntomas que los niños. En ese momento, vivía sola y, por ser nueva en el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana, pensé que era prudente llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana y pedirle tratamiento a través de la oración.
Me impresionó el pensamiento puro y amoroso del practicista. Lo que se destacó de nuestra conversación fue la idea de la pureza. Tuvo un impacto muy profundo en mí. Durante el día, me concentré en esta declaración de la Biblia: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8), la cual es una de las enseñanzas conocidas como las Bienaventuranzas que Cristo Jesús dio a sus seguidores en su Sermón del Monte.
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