Estaba ansiosa de visitar a mi primo y a su familia por el fin de semana. Pero cuando llegué a su casa, la esposa de mi primo me dijo que sus tres hijos tenían varicela. No temía a la enfermedad ni me preocupaba contraerla. Pensé que, al ser una de seis hermanos, seguramente había tenido la enfermedad cuando crecía de niña y por ende era inmune a ella.
¡Cuán equivocada estaba! Me sentí perfectamente bien mientras visitaba a la familia, pero uno o dos días después de regresar a casa me enfermé mucho, con los mismos síntomas que los niños. En ese momento, vivía sola y, por ser nueva en el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana, pensé que era prudente llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana y pedirle tratamiento a través de la oración.
Me impresionó el pensamiento puro y amoroso del practicista. Lo que se destacó de nuestra conversación fue la idea de la pureza. Tuvo un impacto muy profundo en mí. Durante el día, me concentré en esta declaración de la Biblia: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8), la cual es una de las enseñanzas conocidas como las Bienaventuranzas que Cristo Jesús dio a sus seguidores en su Sermón del Monte.
Este mensaje de la Verdad divina iluminó intensamente mi consciencia. La necesidad de ser pura de corazón me alertó al hecho de que la pureza es un escudo invisible. La pureza está siempre intacta en mí, y en todos los hijos de Dios, porque es una cualidad del Espíritu, Dios, a quien Sus hijos reflejan. Reconocer mi pureza innata de corazón y vivirla lo mejor que podía no era ingenuo, sino un fundamento sólido sobre el cual podía mantenerme. Ser puro de corazón es expresar activamente la verdad de nuestra unidad con Dios.
Bañada en la luz reveladora de la Verdad, me aferré con firmeza a los pensamientos sagrados de Dios durante todo el día. Sabía que mi pureza espiritual inherente me daba dominio, incluso sobre un virus, porque Dios no lo produjo, ya que Él es del todo bueno, como explica el primer capítulo del Génesis. Razoné que, si Dios es el Espíritu infinito, entonces vivo en la atmósfera y la presencia del Espíritu puro, el Amor divino puro. Y comprendí que la cualidad divina de la pureza está eternamente incontaminada.
Afirmar y expresar la pureza de la Mente, Dios, demostró ser eficaz. Me embargó una gran paz y me sentí apreciada bajo el cuidado del Amor divino.
La certeza del tierno amor de Dios por mí se apoderó de mi pensamiento. Sentí que estaba emergiendo a una nueva vida, como una flor que se abre bajo el sol de la primavera. Estaba experimentando una renovación, el poderoso sentido de la presencia del Amor que me renovaba paso a paso.
Mi fe en Dios estaba construida sobre un fundamento sólido, sobre la roca: la comprensión espiritual de Dios perfecto y Su creación perfecta. Llegué a comprender que soy totalmente espiritual, hecha a imagen y semejanza del Amor perfecto, Dios. Mi identidad espiritual, aunque invisible a los sentidos corporales, era visible para el Espíritu y siempre “está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3), por lo tanto, divinamente protegida. Vi que esta verdad se aplicaba a mí y a todos. Al día siguiente estaba sana.
Me encanta la Ciencia Cristiana; para mí, es la “perla de gran valor” (Mateo 13:46, NTV), que la mayor parte del mundo desconoce. Hablando de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy escribió: “Tiene un solo Dios. Demuestra el Principio divino, las reglas y la práctica del gran sanador y metafísico por excelencia, Jesús de Nazaret. Espiritualiza la religión y restablece su elemento perdido, a saber, la curación del enfermo” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 252).
Suzanne Ruffin
Santa Rosa, California, EE.UU.
