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Original Web

El precursor de la luz

Del número de agosto de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 19 de abril de 2021 como original para la Web.


Para aquellos que luchan con una sensación de oscuridad, la Ciencia Cristiana ofrece iluminación y esperanza. La oscuridad se manifiesta de diferentes formas: desaliento, depresión, tal vez desesperanza ante alguna circunstancia difícil. O bien soledad, la que ha sido llamada la epidemia nacional. En la completa oscuridad de tales estados desagradables de pensamiento, podemos sentirnos tentados a preguntar: ¿Hay realmente un Dios que pueda ayudarnos y salvarnos?

No obstante, los momentos más sombríos de nuestra vida pueden ser los precursores de la luz más grandiosa. Allí mismo donde ninguna luz prometedora parece brillar, podemos estar en el umbral del amanecer más resplandeciente. Esto se debe a que la luz irresistible del Cristo, o la Verdad espiritual, está siempre presente para penetrar la oscuridad dondequiera que estemos. Allí y en ese mismo momento está el brazo de Dios —Su poder para salvar y sanar— revelado por el Cristo, la Verdad. “Te redimiré con mi brazo poderoso” (Éxodo 6:6, NTV).

La Biblia enseña que la Palabra de Dios trae luz a la consciencia humana: “La enseñanza de tu palabra da luz” (Salmos 119:130, NTV). Y las Escrituras también nos aseguran que Dios se está revelando a Sí Mismo ante ti, ante mí y ante todos, perpetuamente “[nos llama] a salir de la oscuridad y entrar en su luz maravillosa”, como dice Primera de Pedro (2:9, NTV). Esta luz de Dios, como ilustra la Biblia, nos llega a través del Cristo y las leyes reveladas de Dios, las cuales se explican en la Ciencia Cristiana.

La oscuridad mental no es más que la ausencia ilusoria de la luz divina.

Como se comprende en la Ciencia Cristiana, la oscuridad mental no es más que la ausencia ilusoria de la luz divina. Esta luz existe eternamente y sin interrupción. El influjo de la luz de la presencia perpetua de Dios demuestra que la aparente coexistencia de las tinieblas y la luz es ficticia.

Esto se ilustró muy claramente en la vida de la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy. Ella no era ajena a la sugestión de la oscuridad. Cuando la luz de la Verdad, que finalmente llamó Ciencia Cristiana, iluminó por primera vez su pensamiento, ella se vio envuelta en la oscuridad. Como tan vivamente describe en su breve autobiografía, Retrospección e Introspección: “Anteriormente, la nube de la mente mortal parecía tener una orla de plata; pero ahora ni tenía siquiera una franja de luz. El arco iris de promesa ya no se extendió sobre la materia. El mundo estaba oscuro” (pág. 23). 

Pero Cristo Jesús se describió a sí mismo como la luz del mundo y prometió que los que lo siguieran no caminarían en las tinieblas. En su poema “Alba de Navidad” (según la versión en inglés), la Sra. Eddy dice que “oscuras nubes” persiguieron el nacimiento de la era cristiana en un mundo envuelto en paganismo y materialismo: “Tu luz nació donde jamás / podrá triunfar la tempestad” (Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 23). Cuando la luz de una existencia más espiritual llegó a su consciencia, su vida y sus circunstancias fueron transformadas. Ella explica, siguiendo el pasaje autobiográfico anterior: “En esa medianoche las antorchas del Espíritu iluminaron el carácter del Cristo”.

La visión de Juan de la Nueva Jerusalén en el Apocalipsis, la que no necesita ni sol ni luna, “porque la gloria de Dios la ilumina” (21:23), representa la comprensión definitiva en la consciencia humana del decreto de Dios en Génesis 1: “Sea la luz” (versículo 3). En este relato correcto de la creación espiritual, Dios separó la luz —la revelación de la Verdad y de las ideas espirituales— de la oscuridad de los falsos conceptos materiales. La niebla ilusoria o las tinieblas de un sentido material de la creación oscurecerían la luz de la creación espiritual de Dios, pero esta luz se abrió paso y se reveló en su plena y eterna refulgencia a través del Cristo y la Ciencia Cristiana.

Hace muchos años, durante un período de incertidumbre, mis circunstancias fueron redimidas por la luz del Cristo. Mientras buscaba infructuosamente el empleo adecuado necesario para sostener las etapas finales de mi estudio de posgrado, el camino a seguir parecía bloqueado. Oré profundamente para obtener la respuesta correcta, y un destello de luz iluminó el camino hacia adelante. Se manifestó como el impulso espiritual de emprender un breve proyecto de investigación, el cual sentaría las bases para el más inesperado giro de los acontecimientos.

Antes de que se resolviera el problema del empleo, me vino un sentimiento claro y feliz y una profunda convicción del amoroso cuidado y dirección de Dios. Pronto, se presentó un hermoso paso en mi carrera profesional que estaba más allá de todo lo que podría haber imaginado. Parafraseando un querido himno del Himnario de la Ciencia Cristiana, “se abrió ante mí el cielo” al darme cuenta de que todo el tiempo, me guiaba “la propia mano de Dios” (Henry Francis Lyte, Nº 166, según versión en inglés).

Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, explica que “la oscuridad y la duda envuelven el pensamiento, mientras basa la creación sobre la materialidad” (pág. 551). Pero obtener un sentido del hombre y de la creación a semejanza del Espíritu divino disipa la tristeza y restaura la esperanza. Este sentido espiritual llega al pensamiento que la humildad y la mansedumbre han hecho receptivo. 

En medio de las aparentes tinieblas podemos dar gracias a Dios por Sus ángeles —Sus pensamientos espirituales impartidos a la consciencia humana— que nos aseguran bajo toda circunstancia que Dios es una ayuda omnipresente en las tribulaciones. Podemos dar gracias a Dios porque el Cristo está siempre con nosotros en los momentos más difíciles. Porque Dios nos ama siempre, allí mismo donde estamos. Podemos dar gracias a Dios por el Cristo, que viene a nosotros y nos habla con ternura “por sobre el torvo y fiero mar” (Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 253). Podemos dar gracias a Dios porque, en medio de las horas más oscuras, en medio de nuestras búsquedas más sinceras, se escucha Su voz: “No te he abandonado” (Johannes Heermann, Himnario de la Ciencia Cristiana, Nº 76, según versión en inglés).

Y, de este modo, todo está bien, la aparente oscuridad es disipada para jamás regresar. Y ahora todo está bien, ante la brillante y alegre luz de Su presencia. Como lo resume Pablo en Romanos: “La noche está avanzada, y se acerca el día” (13:12).

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