Me dieron a conocer la Ciencia Cristiana de adulta e inmediatamente me esforcé por abrazar sus enseñanzas y su forma de vida. Al mismo tiempo, con frecuencia compartía un turno de trabajo con una persona que no me gustaba. Pensaba que era tosca y desagradable. Me sentía culpable de mis pensamientos nada cristianos y sabía que albergar sentimientos críticos hacia alguien no contribuye a la felicidad o la curación, así que recurrí a Dios.
Afortunadamente, mientras oraba, Dios me hizo saber que con Su ayuda podía hacer algo al respecto. Aunque no pudiera cambiar a mi compañera de trabajo, podía cambiar la forma en que yo pensaba acerca de ella. Sabía que una de las principales normas de la Ciencia Cristiana es la Regla de Oro: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo 7:12). Esto significa que debemos ser caritativos con todos sin excepción.
Reflexioné sobre la vida de Jesús, quien amaba a todos, incluso a aquellos que claramente habían pecado, aun a aquellos que lo crucificaron. Para él, amar era natural e incluía a todos.
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