Era hora de comenzar a presentar solicitudes en las escuelas de bachillerato. Durante el último año de la escuela intermedia, todos los estudiantes del sistema público escolar de la ciudad de Nueva York tienen que pasar por este proceso.
Tenía excelentes calificaciones y decidí solicitar en algunas escuelas competitivas, pero mi consejero decidió no enviar mi solicitud a ninguna de ellas. De hecho, se encargó de presentar por su cuenta una solicitud a un bachillerato vocacional local. Yo no me enteré de esto hasta que descubrí que varios estudiantes con puntajes de examen mucho más bajos que los míos habían sido aceptados en algunas de las escuelas a las que yo había querido asistir. Para entonces ya había pasado la fecha límite para presentarme a cualquiera de las mejores escuelas de mi elección.
Cuando le pregunté al consejero por qué había hecho eso, me dijo que las niñitas nunca deben alejarse de donde pertenecen. Yo soy una persona de color muy pequeña e inmigrante de primera generación. Nuestra familia había salido de El Salvador hacia los Estados Unidos cuando yo tenía tres o cuatro años. Pensé que el comentario del hombre era misógino y racista. Parecía que todos esperaban muy poco de las personas que lucían como yo.
¡Estaba tan enojada con Dios! Pensé: “Estoy haciendo todo bien. Estoy dando los pasos humanos necesarios para presentarme en el bachillerato. Estoy escuchando Tu voz. Tú eres todopoderoso, mi Padre-Madre. ¿Cómo vas a permitir que alguien sea un obstáculo para mí?”
Nuestra familia había salido de El Salvador hacia los Estados Unidos cuando yo tenía tres o cuatro años.
Lo que estaba aprendiendo acerca de Dios en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana me ayudó a superar muchos desafíos como este durante mis años en la escuela intermedia y en el bachillerato. Había asistido a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana desde los siete años, cuando un vecino invitó a nuestra familia a una Iglesia de Cristo, Científico. Nuestra familia había visitado muchas iglesias desde que llegó a los Estados Unidos, pero no sentí que me tomaran en serio en ninguna de ellas. Por ejemplo, en una iglesia, se repartieron libros de oraciones, pero no me dieron ninguno a mí. En otra, pedí un himnario y me dijeron que era solo para adultos. En cada caso me sentí ignorada y ofendida, como buena lectora y pensadora.
Pero la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana era interactiva. Podía leer de la Biblia y de un libro llamado Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy que explicaba qué era Dios, y aprendí grandes palabras como incorpóreo. Pero lo que más me impresionó fueron los siete hermosos sinónimos que Ciencia y Salud da para Dios: Mente, Espíritu, Alma, Principio, Vida, Verdad, Amor divinos (véase pág. 465). Dios se estaba volviendo más tangible para mí. Creo que eso es lo que me encantaba. Quedaba claro que Dios me ama. Yo no era insignificante; yo era preciada. Puesto que Dios me amaba, podía contar con Su protección, fortaleza, poder y gentileza. Aprendí que podía orar y escuchar a Dios cada vez que me sintiera insegura o asustada. Podía orar en cualquier lugar y en cualquier momento. Esta oración bendeciría a mi familia y nos daría una vida que valdría la pena vivir. Sabía esto con certeza.
Así que mientras le preguntaba a Dios sobre mis circunstancias y la mala posición en la que pensaba que el consejero me había puesto, comencé a reflexionar sobre el significado de Dios en mi vida. Me pregunté: “Si Dios es todopoderoso, ¿cómo podría alguien tener el poder de hacerme daño? Y si todos somos creados espiritualmente, a imagen y semejanza de Dios, ¿cómo podría alguien no verme como espiritual, como Dios me ve, en lugar de a través de la lente de los estereotipos físicos y sociales?”
Recurrí a la Biblia y vi este versículo en Hechos: “Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas” (10:34). Entendí que esto significaba que el color, la cultura, el género, la posición social, no se ponen en mi contra porque Dios, el único creador, nos reconoce a cada uno de nosotros como Sus hermosos hijos, como individuales e igualmente valiosos. Me encantó saber que Dios no discrimina entre Sus hijos. Y que lo que importa en la vida no es nuestra apariencia o estado socioeconómico, sino que amemos y seamos obedientes al único Dios.
También me encantó el siguiente pasaje de la Biblia: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies” (Salmos 8:4-6). Esto me hizo apreciar que cada uno de nosotros tiene tal potencial para el bien. Al mismo tiempo, me hizo sentir amada y capacitada. Continúo recurriendo a ese pasaje con frecuencia.
El primer día del bachillerato vocacional todo daba miedo, y me parecía mucho peor porque sentía que ese no era mi lugar. Hablamos de esto en mi clase de la Escuela Dominical y de la importancia de saber que siempre estamos en nuestro lugar correcto. Me di cuenta de que, dado que Dios está conmigo, protegiéndome y guiándome siempre, mi asistencia al bachillerato vocacional local solo podría ser una oportunidad para recibir bendiciones.
Terminé especializándome en tecnología informática. Ninguna otra cosa en la escuela me interesó. No obstante, encontré a las personas adecuadas, a los maestros adecuados, a los asesores adecuados. ¡Hablando de ser mi lugar correcto! Me sentí amada, me sentí cuidada y sentí que estaba recibiendo la atención que merecía. Sin embargo, yo era muy tímida y oraba para ser más abierta a compartir mis talentos con los demás. Y a medida que lo hice, descubrí que mis compañeros también eran personas maravillosas. Esa oración de la Escuela Dominical resultó ser cierta: esta escuela no fue solo un lugar en el que me instalé y acepté, fue una bendición en todos los sentidos. No pensé que esto fuera una coincidencia, y lo asocié con mi oración diaria a Dios.
De hecho, uno de mis maestros me sugirió que fuera ingeniera eléctrica, una vocación que nunca habría considerado. Para seguir este camino, tuve que tomar varias clases de matemáticas, incluso trigonometría. Cuando reprobé un examen (el primero que alguna vez reprobé), mi madre me dijo: “Sigue orando”. Volviendo a los sinónimos de Dios, pensé en lo que significaba que Dios es Mente y que yo reflejo esta Mente: No confío en mi mente para obtener inteligencia y respuestas correctas, sino en la Mente divina única. El apóstol Pablo dijo: “Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús” (Filipenses 2:5, NTV). Sabía que tenía que hacer el trabajo preparatorio necesario para mis exámenes, y que era competente y capaz porque reflejaba a la Mente divina. En el siguiente examen de matemáticas terminé pronto y obtuve una A —la calificación más alta que puedes recibir— la primera que había recibido en un examen en una clase de matemáticas. Para mí este fue otro ejemplo de que había abrazado por completo la costumbre de escuchar atentamente a Dios.
Con la ayuda del Amor divino podemos superar cualquier adversidad.
En mi último año del bachillerato, fui aceptada en una universidad privada de ingeniería. Mis compañeros estaban muy orgullosos de mí. Ese año teníamos un nuevo director en la escuela de bachillerato, y cuando le dijeron que había sido aceptada en la universidad, dijo: “Bueno, estas universidades tienen cuotas de admisión, por lo que tienen que aceptar cierto número de mujeres y minorías”. Mis compañeros me contaron sobre esta conversación, y se sintieron desalentados. ¡Era obvio que el hombre no había visto mis calificaciones! Más importante aún, se estaba perdiendo ese maravilloso versículo del Salmo 8. Todos nos beneficiamos al ver a todo aquel que nos rodea como “hecho poco menor que los ángeles”. No me desanimé.
Cuando me enteré de mi aceptación, recuerdo haber pensado: “Esta bendición no es solo para ti; todos a tu alrededor están incluidos en esta bendición”. Así que no me sorprendió escuchar que era el primer año que tantos estudiantes de nuestro bachillerato habían considerado ir a la universidad. Cada vez que entraba en mis exámenes, no solo oraba por mí, oraba para saber que había una sola Mente, un Dios, que nos gobernaba a todos. Afirmaba para mí misma que no había temor en la sala de examen, y que lo único que podíamos sentir era el amor de Dios.
Fue útil recordar esto cuando uno de mis consejeros del bachillerato me dijo: “Estás nerviosa Nellie”. Nunca antes había escuchado esa expresión y me molestó. Fui a casa y abrí la Biblia a este pasaje en Segunda a Timoteo: “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (1:7). Este pasaje continuó dándome la capacidad necesaria cuando trabajaba profesionalmente como ingeniera. La gente a menudo se sorprendía cuando expresaba con confianza algún pensamiento o idea porque no esperaban eso de alguien de mi tamaño, género y origen.
Mi carrera educativa y profesional continuó caracterizándose por la oración y la confianza en Dios a cada paso del camino, lo que me permitió obtener becas para la facultad de ingeniería y completar estudios de posgrado en una prestigiosa universidad Ivy League sin ninguna deuda. Encontré trabajos en investigación y telefonía, en tecnología para la industria financiera, y luego me convertí en profesora de matemáticas. Cada transición fue guiada por mi Padre-Madre Dios, lo que para mí es fundamental para una vida que vale la pena vivir.
Mis primeras experiencias me enseñaron que no se nos promete un camino fácil en la vida. No obstante, se nos promete que, independientemente de las dificultades que enfrentemos, siempre estamos ante la presencia de Dios, y con la ayuda del Amor divino podemos superar cualquier adversidad.