Hubo una época en que nuestra familia estuvo en la indigencia, ya que el negocio de mi esposo había fracasado. Estábamos completamente en bancarrota; sin dinero para pagar comida, ropa o la hipoteca. Y teníamos dos hijos. Acababa de embarcarme en la práctica de la curación pública de la Ciencia Cristiana a tiempo completo, y mis ingresos eran modestos. Sin embargo, sentía que no debía abandonar esta vocación. Me di cuenta de que este era mi llamado: ayudar a la gente a través de la oración.
Si bien hubiera sido fácil culpar a mi esposo por nuestra grave situación financiera, me pregunté, en cambio, de dónde realmente creía que venía mi provisión del bien. ¿Venía de mi esposo, mi trabajo, dinero en el banco… o de Dios? Mientras oraba, comprendí que esta era una oportunidad para rechazar toda sugestión de escasez y demostrar la abundante provisión de Dios a través de Sus ideas espirituales que satisfacen la necesidad humana.
En el fondo sabía que esto era cierto: Dios es la fuente de todo el bien y es el proveedor más confiable, constante y generoso. La idea de que pudiera verme obligada a dejar mi práctica sanadora por razones financieras, o que nuestra familia pudiera quedarse sin hogar y sin un centavo, no estaba de acuerdo con mi concepto de Dios como el bien infinito. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras que los Científicos Cristianos se han “alistado para disminuir el mal” (pág. 450), y vi que la carencia es un mal porque niega la bondad y el perfecto cuidado de Dios por nosotros.
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