La desinformación es una de las armas más eficaces esgrimidas por los adversarios de hoy en día. ¿Cómo puede alguien saber qué es verdad y protegerse del perjuicio del engaño?
Esta pregunta es tan antigua como el tiempo. La Biblia relata que los primeros seres humanos, Adán y Eva, se encontraron con una campaña de desinformación muy convincente emprendida por una serpiente parlante, la que afirmaba que las cosas serían mejores para ellos si desobedecían a Dios, el bien. Creer en el engaño no terminó bien para ellos.
Esta alegoría nos enseña a evaluar cuidadosamente lo que aceptamos como verdadero. Afortunadamente, la Biblia también ofrece un remedio para la tergiversación y la desesperación: las enseñanzas y el ejemplo de Cristo Jesús. Cuando Satanás trató de engañarlo, Jesús —cuya receptividad a Dios le daba agudeza mental y sabiduría— reprendió al perpetrador: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Mateo 4:10). El rechazo de Jesús afirmó su seguridad y silenció las mentiras.
La Ciencia Cristiana, basada en la Biblia, explica que la Verdad es un sinónimo de Dios. La naturaleza de Dios, la Verdad divina, incluye la integridad. Y debido a que cada uno de nosotros es la expresión de la naturaleza de Dios —la descendencia espiritual del Divino— nuestra naturaleza genuina incluye honestidad y decencia.
Una “mente carnal” malvada, como el apóstol Pablo denomina a la mentalidad falsa que se opone a Dios, a veces puede que parezca eclipsar esta tendencia natural hacia la verdad y la justicia, e influir erróneamente en nuestros pensamientos y acciones. Esto puede ser aflictivo y tiene el potencial de interrumpir la paz y la buena voluntad que es natural entre países, pueblos y miembros de la familia.
Pero esta mente carnal no tiene legitimidad, ya que no es de Dios, la Mente divina única. Ninguna historia falsa puede resistir el poder de la Verdad divina para detectar y destruir cualquier cosa que motive una mentira —ya sea voluntad propia, temor, codicia o ego distorsionado— y revelar en la consciencia humana la presencia eterna y omnipotente del bien divino.
Un amigo mío experimentó esto al comienzo de su carrera como abogado. Un día, se le asignó verificar la denuncia de que una empresa en particular estaba involucrada en prácticas ilegales y perjudiciales en una de sus localidades. El joven abogado fue a la instalación en cuestión y habló con algunas personas que trabajaban allí, incluidos los que estaban a cargo. Le aseguraron que todo estaba bien y el personal muy contento.
Pero mi amigo sintió que le estaban dando información equivocada. Así que se volvió a Dios en oración en busca de inspiración y dirección para saber qué hacer a continuación. Él razonó que Dios, la Verdad, es la base de toda realidad, y por lo tanto, cada uno de nosotros, por ser Sus hijos, tiene la capacidad innata de saber lo que sea necesario. Confió en que, a través de la oración, sería guiado a dar los próximos pasos que fueran apropiados y convenientes para garantizar que hubiera equidad y justicia.
Se le ocurrió regresar a la instalación en un momento determinado, y se enteró de que aquellos con los que había hablado antes no estaban allí. Al hablar con los trabajadores que estaban presentes, quedó claro que había una discriminación sistemática. Esto llevó a que la situación se corrigiera de una manera justa y equitativa, incluso que se despidiera a un gerente que había sido cómplice, y se compensara a aquellos que habían sido engañados. La verdad había prevalecido sobre las mentiras.
No importa qué forma trate de tomar la desinformación, por más sutil o destructiva que parezca ser, la Verdad divina, Dios, la única Mente válida, siempre está presente, y nos da la fortaleza para demostrar poco a poco que “la Verdad es siempre vencedora” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 380).