La mayoría de nosotros no nos pararíamos en un charco de agua durante una tormenta eléctrica. Pero curiosamente, no es el agua, sino las impurezas en el agua las que sobre todo conducen la electricidad. He descubierto que mi pensamiento a menudo se parece mucho al agua en ese sentido, y en la medida en que lo vigilo, purificándolo constantemente, es menos probable que reaccione a los sucesos en las noticias o me ofenda por el comentario o la acción adversa de otra persona. Es menos probable que me convierta en un “pararrayos”, respondiendo de una forma que no es útil.
Para purificar mi pensamiento, he descubierto que necesito vigilar con persistencia lo que creo acerca de mí misma y de los demás. Para empezar, necesito estar alerta a cualquier temor, orgullo o justificación propia —cualquier rasgo de carácter no espiritual que pueda estar aceptando sobre mí misma u otra persona— que me haga hablar o actuar de una manera que sea perjudicial. Como estudiante de la Ciencia Cristiana, estoy aprendiendo que necesito esforzarme por ver la idea espiritual del hombre, que es la verdadera identidad de cada uno de nosotros, como se encuentra en la Biblia. En el primer capítulo del Génesis, leemos que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, y refleja Su dominio y bondad, y necesitamos rechazar cualquier creencia que contradiga la presencia, la bondad y el poder infinitos de Dios.
En particular, he descubierto que la humildad es esencial para este esfuerzo. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, dice: “La humildad es lente y prisma de la comprensión de la curación por la Mente; hay que tenerla a fin de comprender nuestro libro de texto; es indispensable para el desarrollo personal...” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 356). A medida que me esfuerzo por calmar mi propio ego al reconocer a Dios como la fuente de toda inteligencia y capacidad —la fuente de todo el bien— y purificar mis motivos, puedo volverme más humildemente obediente y receptiva a la guía de Dios, del Amor divino. La humildad silencia la voluntad humana y aprecia la influencia del Cristo, la Verdad, en nuestra experiencia.
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