Este pasaje de los Salmos me vino al pensamiento cuando recurrí a Dios en un momento en que no estaba seguro de si viviría: “No moriré, sino que viviré, y contaré las obras del Señor” (118:17, LBLA). Era el verano de 2005, y estaba perdiendo la capacidad de asir objetos y experimentaba problemas para caminar. Sentía una debilidad general y la sensación de estar muy mal. A medida que la situación empeoraba, me era imposible ejercer mi profesión como abogado.
Al haber sido criado en la Ciencia Cristiana, mi instinto fue recurrir a Dios para sanar, aunque tenía mucho miedo. Nunca antes había experimentado algo así. Afortunadamente había tomado la instrucción de Clase Primaria unos años antes, y me comuniqué con mi maestra de la Ciencia Cristiana para que me ayudara con la oración.
En mis oraciones, comencé desde cero para decidir si realmente creía en Dios. Llegué a la convicción de que Dios era real y estaba presente, que el universo no existiría sin Dios, y que Él tenía que ser bueno, no bueno y malo, o el caos terminaría con toda la existencia. Luego, en un momento dado, me hallé decidiendo si debía pedir que me diagnosticaran la condición médicamente. Me llevó tres largos meses, pero llegué a la firme convicción de que no buscaría un diagnóstico; iba a recurrir solo al Espíritu, no a la materia, para que me hablara de la plenitud que Dios me había dado. Este fue un paso crucial hacia adelante.
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