Conocí la Ciencia Cristiana hace poco más de una década. Como mucha gente, yo estaba en búsqueda de la verdad. Había tomado cursos y leído libros sobre diferentes religiones y filosofías, y estaba practicando una filosofía que básicamente decía que yo era Dios, y era responsable por el bien y el mal en mi vida. Si yo pensaba bien me iba bien. Si no, me iba mal. Esto era demasiada carga sobre mis hombros.
Atravesaba en ese momento un gran desafío: pérdida de trabajo, un sentido profundo de soledad, y el cuidado de una hija pequeña con una enfermedad respiratoria crónica. Como madre sola me sentía abrumada.
Un día, no aguanté más, y en un momento de claridad supe que yo no era Dios; no era el creador o gobernador de nada. Me rendí ante Dios, caí de rodillas, y dije: “¡Dios, si Tú existes, por favor, muéstrame!”. Entonces me vino al pensamiento este nombre: Mary Baker Eddy. No recordaba haberlo escuchado o leído antes, pero a través de una búsqueda en Internet, me enteré de que ella era la Descubridora de la Ciencia Cristiana, y que la Ciencia Cristiana enseña que únicamente hay un solo Dios que es del todo amoroso, todopoderoso e incorpóreo, quien gobierna al hombre y el universo.
Esta búsqueda me guio a una conferencia en español titulada “El desconocido poder sanador de la Verdad”, en YouTube. En ese momento no sabía qué era una conferencia de la Ciencia Cristiana, pero estaba dispuesta a escucharla. La conferencia fue realmente una hora de curación. Yo estaba tan agradecida por la paz que sentí después, que le escribí un correo electrónico al conferenciante para agradecerle. Él contestó de inmediato y me dijo que me mandaría el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy.
Cuando llegó el libro, empecé a leerlo con muchas ansias. Recuerdo que sentí el amor de Dios recibiéndome con los brazos abiertos, y leí esta frase con la que comienza el Prefacio: “Para aquellos que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones” (pág. vii). El libro fue verdaderamente un regalo, porque hablaba de nuestra capacidad de confiar en un apoyo más allá de nosotros mismos —un apoyo divino e infinito, o Dios— más bien que en nuestra propia pericia o inteligencia, o razonamiento material. Me invitaba a ver que podía depender completamente del apoyo de Dios. Esto me liberó del sentido de carga y me colmó de mucha paz.
Yo no podía abandonar la lectura de Ciencia y Salud. Iba a llevar a mi hija a la escuela, y luego volvía a casa y seguía leyendo. Descubrí verdades que no solo eran muy prácticas, sino que me ayudaban a ver todo con una visión muy diferente; es decir, desde una perspectiva espiritual. Estaba acostumbrada a leer la Biblia, pero mi relación con ella era un poco distante porque no entendía mucho el lenguaje en que estaba escrita. Pero cuando empecé a leer Ciencia y Salud, el mensaje de la Biblia se volvió claro.
Por ejemplo, en Ciencia y Salud me encontré con el Salmo 23 (LBLA) —el cual había sido importante en muchos momentos de mi vida— y vi que la autora había sustituido la palabra Señor con la palabra Amor (un sinónimo de Dios en la Ciencia Cristiana). Cuando leí “El [AMOR] adereza mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; [el AMOR] unge mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando” (pág. 578), comprendí que el Amor divino es el infinito sostenedor y mi vida desbordaba del bien que provenía de Dios.
Como resultado, tuve un cambio completo de pensamiento; de temor a la fe en que Dios cuidaba de mi hija y de mí, y todo estaba bien. Me sentía llena de alegría, como si esperara un gran regalo.
Poco después, recibí una oferta de trabajo que acepté. Fue una labor hermosa que bendijo a muchos niños donde yo vivo en México, y me llenó de inspiración. Además, me permitió seguir leyendo Ciencia y Salud, participar en las actividades de mi hija en la escuela y continuar siendo mamá. Esa fue una curación realmente. Ciencia y Salud dice: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (pág. 494), y yo vi cómo este Amor respondió de manera práctica y rápida a las necesidades de mi familia.
Mi encuentro con las verdades del libro de texto de la Ciencia Cristiana, y aquellas en la Biblia —especialmente las que Cristo Jesús vivió y compartió con sus discípulos— y mi comprensión de que estas mismas verdades se practican hoy en día y están al alcance de todos, me llenó de mucha esperanza. Fue realmente un tiempo muy hermoso en el que pude ver que la Ciencia Cristiana es un gran regalo para todo aquel que lo quiere y lo necesita.
Al continuar leyendo Ciencia y Salud, mi hija y yo tuvimos varias curaciones. Una tarde ella tuvo una fiebre muy alta. Sin embargo, no tuve miedo. El pensamiento que me vino fue: “Pero ahora tienes el libro”. Abrí Ciencia y Salud, y cuando empecé a leer, fue muy claro para mí que el temor se manifiesta en forma de fiebre. Sentí que, si yo estaba abrazando estas ideas espirituales del libro, y si, a su vez, estas ideas nos estaban abrazando a mi hija y a mí, entonces no había lugar para el miedo.
Recuerdo que oré tal vez unos 10 o 15 minutos, y sentí la compañía del Amor. Entonces mi hija gritó desde su habitación: “Mami, tengo hambre, quiero comer”. La fiebre había desaparecido. Después de esto, ella también fue sanada en la Ciencia Cristiana del problema respiratorio crónico por el cual había recibido tratamiento médico durante muchos años.
Ocurrió algo más, muy hermoso. Nunca he vuelto a sentirme sola. Cuando tenía necesidad de compañía, siempre había, y todavía hay, un pensamiento o idea de Dios que me acompaña y me proporciona una respuesta que me da luz. Por supuesto, sigue habiendo desafíos, pero siento que el apoyo y la compañía del Amor me sostienen a mí y a todo aquel que confía en Dios. Esto me llena de gratitud.
Mientras leía Ciencia y Salud, también me encontré con una declaración en la página 250 que me dio un claro entendimiento de lo que significa apoyarse en Dios. Mary Baker Eddy escribe: “El hombre no es Dios, mas como un rayo de luz que viene del sol, el hombre, el producto de Dios, refleja a Dios”. Esto me dio la certeza de que la creación no depende de mí, sino de Dios, el único creador, y que he sido divinamente llevada a comprender esta hermosa verdad. Estamos siempre en el abrazo del Amor divino, porque, como dice la Biblia, “en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28). Somos, de hecho, la manifestación de Dios.
Como resultado de encontrar la Ciencia Cristiana, formé lazos de amistad con otras personas que estaban buscando la verdad. Empezó a surgir un grupo interesado en estudiar la Ciencia Cristiana, primero de manera informal. Nos reuníamos en nuestras casas y leíamos la Biblia y Ciencia y Salud. Y empezamos a sentir que teníamos algo que era digno de ser compartido. Sentimos realmente que era un lindo acto de amor poner la Ciencia Cristiana —este gran regalo que habíamos recibido— al alcance de nuestra comunidad. Así que continuamos orando y Dios empezó a abrir el camino. Se nos unieron más personas, y finalmente nos transformamos en una sociedad de la Ciencia Cristiana, cuya presencia ha sido una bendición para todos en la comunidad. Para mí, esta fue la demostración más bella de cómo el Amor divino responde a las necesidades de la humanidad.