Una tarde al inicio de la primavera escuché a las grullas canadienses sobre mi cabeza. Pude ver la formación en V sorprendentemente baja de la bandada al dirigirse hacia el norte en su ruta migratoria. De repente, la formación se rompió, y las grullas individuales parecían estar aleteando en todas direcciones. Habían encontrado una térmica, una corriente ascendente de aire caliente y, al tomarla, se elevaron con gracia más y más alto con un esfuerzo mínimo. Después de montar esta térmica hasta su punto máximo, las grullas se deslizarían en un descenso gradual en su camino de migración hasta que encontraran otra; una forma de eficiencia energética para viajar.
¿Cómo podemos nosotros, como estas grullas, acceder a un plano de acción más elevado, para nosotros, es decir, uno espiritual? En su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “Al avanzar hacia un plano más alto de acción, el pensamiento se eleva del sentido material al espiritual, de lo escolástico a lo inspirador, y de lo mortal a lo inmortal” (pág. 256). El pensamiento se eleva a “un plano más alto de acción” a través del sentido espiritual. El apóstol Pablo explicó la diferencia entre el sentido material y el sentido espiritual cuando escribió a sus amigos en Corinto: “Estamos mirando todo el tiempo no a las cosas visibles, sino a las invisibles. Las cosas visibles son transitorias: son las cosas invisibles las que son realmente permanentes” (2 Corintios 4:18, J. B. Phillips, The New Testament in Modern English).
No podemos ver las térmicas con nuestros ojos, pero las aves que dependen de ellas para volar las encuentran y las utilizan de forma natural. Del mismo modo, el sentido espiritual no se puede ver con los ojos. Pero el deseo innato de la humanidad de buscar y conocer la bondad divina nos ayuda a darnos cuenta de que hay mucho más en la vida de lo que los sentidos físicos captan.
Está claro que Cristo Jesús demostró constantemente el sentido espiritual: la “capacidad consciente y constante de comprender a Dios” (Ciencia y Salud, pág. 209). Él comprendió a Dios íntimamente. Su oración “Sé que siempre me escuchas” (Juan 11:42, Phillips) antes de resucitar a Lázaro de la tumba ilustra esto. Bajo toda circunstancia él era mental y espiritualmente uno con el Padre, Dios. Para él era muy natural comprender esta unidad y sentirse como el inmaculado Hijo de Dios. No obstante, para la mayoría de nosotros se requiere de un dedicado esfuerzo para alcanzar ese reconocimiento de nuestra propia unidad con nuestro Padre-Madre, donde nos sentimos seguros en la cálida corriente ascendente de Su amor. El esfuerzo no es complicado, pero la constancia es importante. Entraña cuestionar cada pensamiento, preguntando: ¿Viene esto de Dios, el bien o niega Su presencia eterna? ¿Me está llevando más cerca de Dios o en alguna otra dirección?
Orando con gratitud y persistiendo en hacer un esfuerzo ferviente para reconocer la presencia afectuosa de Dios al enfrentar un desafío físico, la autora elevó su pensamiento por encima de la aparente realidad del dolor, y encontró libertad y curación.
A medida que rechazamos lo que no nos acerca a Dios y elegimos rápidamente aquellos pensamientos que nos mantienen cerca de Él, las distracciones como la ira, los sentimientos heridos y el resentimiento disminuyen, y la fortaleza del sentido espiritual deja atrás la resistencia.
Una noche, hace algunos años, me desperté con dolor e incapaz de encontrar una posición cómoda, ya sea acostada o sentada. Inmediatamente me levanté de la cama y me opuse fuertemente desde un punto de vista espiritual contra el dolor, sabiendo que era una imposición. Sabía que no venía de Dios y no era parte de mí como Su hija, espiritual y completa.
Oré con gratitud, haciendo un esfuerzo ferviente para reconocer la presencia afectuosa de Dios. Declaré con vehemencia mi inseparabilidad de Su presencia, poder y bondad que todo lo incluyen. Esto me ayudó a pasar la noche, elevando constantemente mi pensamiento por encima de la obstinación del dolor. Finalmente volví a la cama y dormí tranquilamente.
La noche siguiente comenzó con el mismo dolor insistente. Pero la inspiración de la noche anterior me brindó la convicción de que no importa cuántas noches de oración tomara, esta imposición tenía que ceder porque lo que no viene de Dios no puede salir airoso. Esta vez, la constante oposición contra la intrusión elevó mi pensamiento más rápidamente por encima de ella, y dormí tranquilamente de nuevo.
Aunque la tercera noche comenzó de la misma manera, sentí la autoridad de estar firmemente ubicada en esa térmica espiritual inspiradora del amor de Dios. Rápidamente me quedé dormida a pesar del dolor, y me desperté completamente libre a la mañana siguiente. La curación ha sido permanente.
A veces se necesita persistencia para alcanzar la claridad del sentido espiritual, para elevarnos del caos que los sentidos físicos nos tientan a aceptar como normal y vislumbrar en cierto grado cómo Dios, el Espíritu, nos conoce y nos ve: ya en perfecta armonía con la realidad espiritual.
A medida que aceptamos nuestra relación de padres e hijos con este bien omnipresente, Dios, que nos ama y cuida, aprendemos a apoyarnos en la fortaleza y la sabiduría de este Amor infinito que nos ayuda a superar hasta las peores situaciones. Y hallamos que es natural hablar con Dios y escuchar Sus respuestas. Este escuchar nos permite atrapar esas térmicas espirituales, que nos elevan sin esfuerzo hacia las perspectivas espirituales y traen curación. Desde esta perspectiva superior discernimos más claramente las leyes espirituales y prácticas de armonía que ya cimentan y gobiernan al hombre y al universo.