Hace aproximadamente un año, durante las vacaciones escolares de Pascua, recibí visitas en nuestra residencia familiar. El plan era que se quedaran dos semanas. Aunque había estado deseando verlos, me pareció que nuestra situación financiera era demasiado inestable como para alojar huéspedes durante un período prolongado. Me preocupaba que su estancia con nosotros no estuviera llena de momentos de alegría y felicidad compartidas.
Recurrí a la Biblia en busca de inspiración. Estas preguntas del apóstol Pablo me desafiaron a pensar de manera diferente acerca de la situación: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?” (Romanos 8:35).
Orar razonando con el Salmo 23 me trajo algunas respuestas y consuelo. He aquí algo de la inspiración que me llegó:
“El Señor es mi pastor; nada me faltará”. Esto me ayudó a comprender que Dios, el Amor y Alma divinos, es la fuente infalible, ilimitada e inagotable de todos los recursos. Como expresión completa del Alma divina, cada uno de nosotros vive en la abundancia y no en la escasez. Dios nos creó bendecidos, satisfechos y realizados; todo lo que necesitamos también es creado y sostenido por Dios.
“En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará”. Este recordatorio de la presencia de Dios me tranquilizó, me apartó de la duda, el temor, la ansiedad, el desaliento. No somos hijos olvidados y abandonados. Somos inseparables de Dios, quien no conoce la carencia e inspira en nosotros alegría, amor, gratitud, generosidad, bondad.
“Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre”. Me di cuenta de que el mal no tiene autoridad bajo la ley de Dios para controlar mis pensamientos o reinar sobre mi familia, porque Dios gobierna armoniosamente, perfectamente, eternamente. Por lo tanto, ninguna influencia cualquiera sea puede interrumpir, bloquear o estancar la bondad de Dios.
“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento”. Esto me brindó la reconfortante certeza de que incluso cuando las sugestiones mentales agresivas de que podemos carecer de bondad o alegría tocan nuestros pensamientos, no debemos temer. Podemos confiar en Dios, la Mente que está siempre activa. Ninguna otra supuesta mente —buena o mala, individual o colectiva— tiene legitimidad para tocarme a mí o a nadie. La ternura omnipotente de Dios nos rodea.
“Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando”. A todo nuestro alrededor está el esplendor y la magnificencia de Dios, la armonía total y la ilimitada felicidad. Cuando enfrentamos circunstancias que parecen contrarrestar ese hecho espiritual o desorientarnos, podemos dejar que la voz callada y suave de Dios nos asegure: “No tengas temor a nada. Yo siempre estoy contigo. Jamás te abandonaré. Jamás te olvidaré”.
“Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días”. Este versículo final me recordó que somos hijos de Dios, o ideas espirituales, los hijos e hijas del Rey divino. Residimos en el palacio real de Dios, el reino de los cielos, donde somos coronados de alegría, ricamente bendecidos y satisfechos. Nunca podemos estar separados de nuestro Padre-Madre Dios, el Amor divino que “siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 494).
Estas verdades, al estar basadas en la ley divina, son aplicables aquí y ahora. Sus efectos son reales, tangibles y poderosos aquí, ahora, en este mismo momento. Comprendí que esto es cierto para mí, mi familia inmediata, mi familia extendida y toda la humanidad.
Nadie ni nada puede revertir la ley del bien de Dios ni revocarla, destruirla, anularla o aniquilarla. La ley de Dios es poderosa y constante, capaz de neutralizar todo lo que parezca oponerse a Su amor ilimitado. Sin importar si es presente, pasado o futuro, ninguna forma de tal error —ya sea que esté oculto o sea evidente, consciente o inconsciente— puede interferir con Dios, el bien, la Mente única, el Espíritu omnipresente. Dios es Todo, y podemos orar para ver que nada tiene legitimidad para impedirnos experimentar la presencia y actividad permanentes del Cristo, la Verdad.
El resultado de la inspiración que obtuve de mis oraciones fue maravilloso. Todo lo que mi familia necesitó durante la estancia de dos semanas de nuestros huéspedes estuvo disponible. Todos estuvimos llenos de felicidad durante y después de la visita.