Poco después de jubilarme de un intenso trabajo cuando estaba en mi novena década, me mudé a un apartamento en el segundo piso en la casa de mi hija menor y su esposo. Ellos son Científicos Cristianos, como lo he sido yo desde que me dieron a conocer la Ciencia Cristiana cuando era niña.
La entrada a mi apartamento está en el primer piso, en un pequeño pasillo que también incluye la entrada al sótano. Un viernes por la noche, hace aproximadamente un año y medio, cuando me dirigía hacia las escaleras de mi apartamento después de cenar con mi familia, me equivoqué al girar en la oscuridad y caí por el largo tramo de escaleras del sótano. Mi hija y mi yerno escucharon el ruido y me encontraron en el sótano en lo que parecía ser un estado de shock y confusión. Sin embargo, me dicen que comencé a decir en voz alta el Padre Nuestro con mi yerno, mientras mi hija llamaba al 911. También se comunicó de inmediato con un practicista de la Ciencia Cristiana para solicitarle tratamiento mediante la oración, como yo misma le hubiera pedido que hiciera.
Recuerdo que me di cuenta de mis circunstancias en la ambulancia y escuché a mi hija, que me acompañaba, cantar himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana. Me dijeron que íbamos de camino al centro de traumatología de un hospital local. Allí, me hicieron una resonancia magnética, y el veredicto médico fue un cráneo fracturado, costillas fracturadas y múltiples abrasiones. Mi deseo era confiar totalmente en Dios para la curación, y mientras me daban puntos de sutura, rechacé los analgésicos y otros tratamientos médicos que me ofrecieron los doctores.
El lunes por la mañana, me trasladaron al sanatorio de enfermería de la Ciencia Cristiana más cercano, donde durante las siguientes semanas familiares y amigos me visitaron diariamente. Durante la primera visita de mi hija menor, le sugerí que quizá “me había llegado la hora” o debía darme por vencida, a lo que ella respondió vigorosamente: “No, mamá. ¡Vamos a superar esto!”.
Y lo hicimos. Con la ayuda alegre, hábil y atenta de los enfermeros de la Ciencia Cristiana y el tratamiento diario del practicista, tuve un progreso constante. Los enfermeros de la Ciencia Cristiana me ayudaron físicamente cuando, a los pocos días, quise sentarme en una silla y, poco después, comenzar a caminar.
Hablaba con regularidad con el practicista y me sentía alentada por nuestras conversaciones y los pasajes que compartió de la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy. Mi familia instaló altavoces inteligentes para mí en mi habitación, que fueron especialmente útiles cuando me resultaba difícil moverme, ya que podía usar comandos de voz para acceder a todos estos libros y a las lecciones bíblicas semanales del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Pasé muchas horas escuchando y reflexionando sobre las verdades espirituales, y por la noche tarareando y ensayando las palabras de muchos de los edificantes himnos del Himnario.
Una declaración que mantuve continuamente en el pensamiento fue esta de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por la Sra. Eddy: “… el progreso es la ley de Dios, cuya ley exige de nosotros solo lo que ciertamente podemos cumplir” (pág. 233). Otro pasaje útil en el mismo libro fue: “La acción recuperativa del organismo, cuando está sostenida mentalmente por la Verdad, continúa naturalmente” (pág. 447). Me di cuenta de que necesitaba mantener mi pensamiento en la Verdad, Dios, y en mi perfección como Su expresión, en lugar de en las circunstancias físicas.
En ese sentido, la siguiente declaración también fue muy útil: “Deja que la Ciencia Cristiana, en vez del sentido corporal, apoye tu comprensión del ser, y esta comprensión sustituirá el error por la Verdad, reemplazará la mortalidad con la inmortalidad y silenciará la discordancia con la armonía” (Ciencia y Salud, pág. 495). Me esforcé por hacer esto y apegarme a la verdad de que nada discordante tenía que ver con mi verdadero ser: conmigo como idea espiritual de Dios. Lo único que importaba era mi relación con Dios, que estaba intacta y armoniosa y no había cambiado ni había sido interrumpida por un accidente u otra circunstancia inarmónica de ningún tipo.
En cinco semanas salí del sanatorio de enfermería de la Ciencia Cristiana y regresé a casa, capaz de subir las escaleras a mi apartamento del segundo piso y atender una vez más mis necesidades diarias.
Mi sentimiento general durante esta experiencia fue de gratitud: por la disponibilidad del sanatorio de enfermería de la Ciencia Cristiana, por la atención práctica y amorosa que recibí de los enfermeros de la Ciencia Cristiana, por el cuidado de mi familia y por la paciencia y la fiel oración del practicista.
Además, estaba —y estoy— agradecida por el valor, la fortaleza, el consuelo y la curación que la Ciencia Cristiana me ha brindado durante muchos años.
Joann Smedley
Scarsdale, Nueva York, EE.UU.