No hay lugar como un buen hogar, donde podamos ser nosotros mismos y disfrutar de paz, amor, refugio y estabilidad. Pero hay otro tipo de hogar que, si se cuida y vigila, nos proporciona comodidad, descanso, salud y armonía. Este es nuestro hogar mental: nuestra consciencia.
Si a cada hora hacemos un inventario mental, encontramos que la mayoría de nosotros estamos constantemente contemplando una variedad de nociones o sugestiones. Nuestros pensamientos se mueven con fluidez de una cosa a otra. Podemos estar enfocados en una tarea y de repente estar soñando despiertos con la cena o sentirnos molestos por el silbido de un compañero de trabajo. Algunos pensamientos pueden parecer inocuos, como imaginarnos en la playa; mientras que otros, como los pensamientos sensuales, lujuriosos o faltos de amor, pueden llevarnos por un camino de dolor, tristeza o adicción. Se necesita disciplina para gobernar nuestro hogar mental y considerar ideas que conduzcan al bien y no al mal.
Investigadores de la Universidad de Queen, en Canadá, estiman que la persona promedio piensa más de seis mil pensamientos por día. Es el contenido de esos pensamientos lo que es esencial para nuestro bienestar. El mejor contenido son las ideas espirituales puras y edificantes de Dios que contrarrestan las sugestiones de enfermedad, impureza, discordia y tentación.
La autora comprendió que, como idea de Dios, ella expresaba la única Mente real que le daba dominio sobre cualquier sugestión indeseable y malsana, y llenaba su consciencia de salud y paz.
¿Cómo cultivamos la consciencia que produce salud y paz? Alcanzando la comprensión de que Dios es la única Mente real y de nuestra relación íntima con Él como Su idea o reflejo. Nadie ha comprendido a Dios o su relación con Él mejor que Cristo Jesús. Jesús reconoció que Dios era nuestro Padre amoroso y dijo: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30), y “No puedo yo hacer nada por mí mismo” (Juan 5:30). Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, discernió esta unidad como una relación cualitativa más que cuantitativa. Al usar el término hombre para referirse a la verdadera identidad de cada uno de nosotros, ella escribe: “Así como una gota de agua es una con el océano, un rayo de luz uno con el sol, así Dios y el hombre, Padre e hijo, son uno en el ser” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 361).
Jesús no era Dios, sino que reflejaba la consciencia divina como el Cristo, reconocía que Dios, el Espíritu, es supremo y cada uno de nosotros es Su reflejo perfecto y espiritual. Cristo Jesús expresaba los pensamientos y la voluntad de Dios. Esto le permitió sanar a los enfermos, reformar a los pecadores y resucitar a los muertos. Jesús percibió lo que Dios sabe acerca del hombre: que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios (véase Génesis 1:26, 27), por lo tanto, posee una individualidad espiritual perfecta. Jesús se negó a aceptar cualquier sugestión de que el hombre sea menos que recto, sano, puro y perfecto. Se negó a permitir que entrara en la consciencia cualquier pensamiento de que alguien estuviera enfermo, ciego, poseído por demonios o incluso muerto.
La Sra. Eddy comprendió la importancia de salvaguardar nuestro dominio mental y llenarlo con ideas cristianas. Ella aconseja en su libro seminal, Ciencia y Salud: “La proporción en que aceptamos las reivindicaciones del bien o las del mal determina la armonía de nuestra existencia, nuestra salud, nuestra longevidad y nuestro cristianismo” (pág. 167).
Lo que admitimos en nuestro pensamiento determina nuestra experiencia. Por lo tanto, debemos monitorear asiduamente nuestros pensamientos para orientarlos hacia el bien y actuar rápidamente contra las sugestiones que nos impulsarían hacia el mal. Revisar nuestros pensamientos a lo largo del día es una manera útil de cambiar la dirección de nuestra forma de pensar o de reconocer que el Cristo —“una influencia divina siempre presente en la consciencia humana” (Ciencia y Salud, pág. xi)— nos mantiene en el camino correcto. El Cristo reemplaza las sugestiones de enfermedad, discordia o conflicto con las verdades espirituales que proporcionan una fuerte defensa contra esas experiencias difíciles. Y si estas sugestiones erróneas y malsanas persisten, a través de la ayuda de Dios podemos perseverar.
Hace unos años, salí a correr temprano por la mañana después de no haberlo hecho durante unos meses. Me esforcé por lograr el kilometraje que había corrido meses antes. Esa noche, el dolor que tenía en ambos pies me hizo gemir y sentirme castigada por mi obstinación.
Cuando era atleta universitaria, me diagnosticaron fracturas por estrés en los pies y no pude practicar mi deporte por varias semanas. Ahora me preocupaba tener una lesión similar y quedarme inmovilizada. Se acercaba rápidamente el fin de semana de los padres en la universidad de mi hija, y ya había reservado mi vuelo y planeaba estar allí en unos días. Su universidad estaba ubicada en una colina extensa, y tendría que caminar bastante para asistir a diversas actividades.
Mis pensamientos se movían de un lado a otro entre el temor a sufrir lesiones graves e insistir en mi integridad como hija de Dios. Sabía que mi individualidad espiritual, mantenida por Dios, nunca había estado en peligro, estresada, fracturada o astillada, sino que permanecía intacta. También sabía que mi inocencia como hija de Dios estaba intacta. De modo que traté de enfocarme en lo que Dios sabe acerca de mí y rechazar las sugestiones de que tendría una lesión. Cada vez que una sugestión de incapacidad cruzaba mi pensamiento, recurría con decisión a una verdad espiritual. Sabía que nada podía estropear mi pureza, perfección e integridad; ni siquiera la sugestión de que me había esforzado obstinadamente en correr una larga distancia.
Durante tres días en casa, mientras mantenía esta fuerte posición mental, comencé a ver progreso. Pude atender las tareas diarias del hogar, incluso subir y bajar escaleras. Continuando con esta vigilancia mental, logré caminar hasta el concierto de mi hija esa primera noche del fin de semana de los padres.
A lo largo de esa noche y al día siguiente, afirmé que era completa y saludable como Dios me había creado; que era espiritual, no material, y que mi verdadera sustancia era invulnerable a las lesiones. Aferrarme a estas verdades me ayudó a sentirme más cerca de Dios, y estaba segura de que todo estaba bien.
El fin de semana se convirtió en un éxito maravilloso. Asistí a todas las actividades planeadas de mi hija, tuve una reunión encantadora con sus amigos y, antes de que terminara el fin de semana, estaba agradecida de poder caminar por el campus sin esfuerzo y sin dolor.
La Sra. Eddy escribe: “Amados Científicos Cristianos: Mantened la mente tan llena de Verdad y Amor que el pecado, la enfermedad, y la muerte no puedan entrar en ella. Es evidente que nada se puede añadir a la mente que ya está colmada. No hay puerta por la cual pueda entrar el mal, ni espacio que el mal pueda ocupar en una mente plena de bondad. Los buenos pensamientos son una armadura impenetrable; revestidos con ellos estáis completamente protegidos contra los ataques de toda clase de error. Y no sólo vosotros estáis a salvo, sino que todos aquellos en quienes reposan vuestros pensamientos también son por ello beneficiados” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 210).
Qué vital es defendernos diariamente al hacer un inventario regular de nuestros pensamientos y reemplazar las sugestiones indeseables y malsanas con ideas puras y espirituales que elevan y sanan.
Monitorear miles de pensamientos al día puede parecer una tarea monstruosa. Pero a través del desenvolvimiento de las ideas cristianas, Dios, la Mente divina, constantemente nos provee a cada uno de nosotros de lo que necesitamos para tener protección, inspiración y curación. Nuestro trabajo es volvernos fielmente a Él para proteger nuestro hogar mental.